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Narrativa

Ror Wolf o Un libro para (h)ojear

Dos narraciones del autor alemán, de quien por fin se publica libro en español, y una nota introductoria de su traductor cubano.

Viena

Preguntado una vez Ror Wolf (Saalfeld, Alemania, 1932) sobre el propósito de sus narraciones, respondió que intentaba concebir un "libro que el lector pudiera hojear y empezar a leer en el punto que se le antojara". Y en efecto, las historias recogidas en Hombres varios no responden a cronologías ni a órdenes teleológicos de ninguna índole, ni siquiera mantienen su propia linealidad interna. La historia iniciada puede interrumpirse por culpa de otra contingencia, por pudor o capricho del narrador o, simplemente, por la irrupción inesperada en el plano de otra figura que acapara el interés del que cuenta.

Ror Wolf rompe todos los pactos tradicionales entre narrador y lector, pero no para incomodar a este último con experimentos infructuosos, poco verosímiles, eruditos y, a la larga, soporíferamente aburridos, sino para devolvernos la esencia de ese estímulo a la inteligencia (a la noble y distinguida, pero no cándida inteligencia) que llamamos literatura.

Porque, no nos engañemos: todos hemos visto miles de veces y en miles de circunstancias al vecino de nuestro edificio, a la señora taciturna que se sienta cada mañana en el parque de nuestra barriada. Podemos estar mejor o peor dotados para imaginar las vidas de esas criaturas y contarlas con un mayor o menor grado de belleza y credibilidad. Pero lo que jamás deberíamos olvidar (y mucho menos en esta era de "posverdades") es que nuestra historia no es más que un invento, que solo vemos la punta de un iceberg que cambia cada día de posición y de color, que nuestro cuento, por creíble que sea, es fábula, mentira. O al menos constituye tan solo una parte ínfima de la verdad.

Es eso lo que nos devuelve Wolf con estas historias y estas figuras varias que tienen la irrealidad, pero a la vez la concreción, de un personaje chaplinesco. Quizá por eso en otra ocasión, a la pregunta de por qué nunca era concreto en sus historias, Ror Wolf respondió: "Solo hay elementos concretos en mis textos. Cuando no se da respuesta a preguntas que el lector le gustaría ver respondidas es porque ello implica un fragmento de la verdad, y porque la realidad no puede responderse simplemente con una historia. Existe la pregunta que queda abierta, sin responder, eso que se difumina".  

Hace 20 años, en junio de 1997, conocí en Alemania a la gran traductora Susanne Lange (entretanto muy conocida por enriquecer su lengua materna con una soberbia nueva traducción del Quijote). Cuando, meses después, Susanne viajó por primera vez a La Habana, traía en su maleta, para regalarme, un tomito de Ror Wolf. Ella misma presentó en traducción suya una selección de estas miniaturas o anticuentos en un número de la revista Diáspora(s). En los últimos 20 años han aparecido otras publicaciones parciales de este libro en Revolución y cultura, Quimera, Crítica o Diario de Avisos, pero será la editorial española ContraEscritura la que presentará íntegramente el libro, Hombres varios, en fecha muy próxima.        

 

 

De Hombres varios

 

I

Un hombre que se hacía pasar por panadero —complexión robusta, 40 años, aunque quizá tuviera más edad— entró a una taberna con el pretexto de beber una cerveza, una de esas jarras de un litro. Motivos para hablar de él no tenemos ninguno. Cuando hubo tomado su cerveza, salió en silencio y bajó por la calle, donde se le vio doblar en una esquina.

 

II

A un hombre la pareció bien iniciar una colección. Como quería protegerla del polvo, la depositó en unos cajones bien cerrados que guardaba en unos bien cerrados armarios colocados por él en habitaciones bien cerradas. En ese sentido, aquel hombre nunca sentía que era lo suficientemente precavido, de modo que escogía las habitaciones en edificios clausurados, situados en calles poco transitadas de lugares deshabitados que encontraba en ciertos parajes abandonados, bien lejos de toda vida. Era, a decir verdad, una pena que el hombre no pudiera enseñarle su colección a nadie. Pero ello, a su vez, no era tan grave, ya que este hombre, en las circunstancias descritas, no se había visto obligado a iniciar una colección, por lo tanto, los cajones que se hallaban en los armarios de las habitaciones cerradas en esos edificios clausurados, en calles poco transitadas de lugares deshabitados en parajes abandonados, lejos de toda vida, jamás precisaba abrirlos. No obstante, de vez en cuando, si le llegaba alguna visita, mostraba lo que tenía previsto para preservar su colección: los cajones despojados de todo rastro de polvo.  

 


© De los textos de Wolf: ContraEscritura.

© De la nota y la ilustración: José Aníbal Campos.

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