Je ma appel Therese Terziver C. Vivo en la Casa Prestada.
Hay un muro, una fachada oscura y creo que algunos arbustos de jardín. Eso, visto desde la calle, o, mejor, desde las otras casas. En realidad no hay calle, ni caminos, ni casas. Acarreo sacos de vianda y leña y los coloco al borde de la vereda. Soy delgada, hecha de junco y mis manos son blancas y ágiles y nerviosísimas, con finos dedos que antes se movían como pájaros sobre el blanco y el negro. Hablo y maldigo. Miro de frente, a veces contra mí. Voy al conuco, escarbo, meto las manos en la tierra, vuelvo... Vuelvo cargada y lo que traigo parece no pesar. Sacos de vianda, carbón, leña y más leña y siempre algo que no sé lo que es. Los sacos, el carbón y la leña quedan al borde de la vereda. Son un montón perfecto, alineado, compacto. Listo para que vengan a comprar...
Mientras cargaba o me afanaba en la perfecta alineación del bulto pensé en irme y pensé en venderlo todo antes de irme. Todo lo que es y ha sido mío. Ah, y maldije. Siempre he sabido maldecir. Para Therese Terziver, irse será acompañar a su esposo e hija (o hijo) hasta un sitio lejano donde es probable que él viva o trabaje. "Lo he decidido." Pero es que la preocupación por la casa y por las cosas de la casa (que, suponemos, son pertenencia de los dueños) hacen que Therese Terziver olvide aquello que no sabe lo que es y maldiga tres veces. "Mal rayo parta..."
Miramos desde atrás, desde el conuco, todo el panorama de posibilidades, las defensas, los flancos débiles de la casa. Therese Terziver C. Yo, mi persona. A la izquierda, en una brusca caída del terreno sembrado, un solar. Ropas tendidas, gente, con cara de sí es no es, asomada a endebles balconcitos y a ventanucos abiertos precariamente en gruesas paredes amarillas. Al frente, un muro de altura humana, hecho de piedra o barro, mohoso, envejecido. Cualquiera que saltase se daría cuenta de que la casa estaba sola y en la mayor indefensión.
La única idea que se me ocurre es enrejar el frente de la casa y quizás el lado colindante con el solar. Fortificar el frente y el flanco izquierdo... ¿Pero a quién se le ocurre? Therese Terziver, harta, dice "lo que es a mí me gustaría sembrar..." También le oigo decir que le habría gustado dejar a alguien en la Casa Prestada.
—Ah, pero me encantan la Sala de fanáticos y La forma Q.
Lo dice Therese Terziver, la misma Therese Terziver, y agrega que la forma Q la aprendió en un lugar que ha olvidado, como ha olvidado siempre, de día y de noche, donde quiera que va, aquello que no sabe lo que es.
—Irme. Lo he decidido.
Y si irse es ya una decisión, Therese Terziver, por Dios, conmueve pues al Director... Eso se ha hecho. Y solo por decirlo, me corresponde adelantar, recorrer el camino, ensayar el irse de Therese Terziver, el irse lejos, con esposo, con hija (o hijo), ir al Municipal, a la oficina aquella de poca luz, en bajos, seca, laberíntica, preguntar por el Director, verlo (tal cual es, esa figura chiquitica y trigueña con los pulgares inflamados)... Te dirán que se llama Fernández, preguntarás por Fernández, irás a verlo... Therese Terziver C. maldice. Llena mi oído, su propio oído, de improperios.
Miro con avaricia el conuco al fondo de la Casa Prestada. Aire, tierra olorosa, varios cangres de yuca, bejucos de ñame florecido, relucientes hojas de malanga. En el borde de la vereda, el montón perfecto, alineado, compacto de las cosas que venderá Therese Terziver. Pero es curioso. Entre los sacos de vianda o de carbón y los haces de leña he deslizado el esqueleto intacto de un sofá y encima veo aún, fíjate bien, Therese Terziver C., cuatro o cinco de las teclas del piano.
3 enero, 1999
Soleida Ríos nació en Santiago de Cuba en 1950. Sus últimos libros de poemas publicados son Escritos al revés (Letras Cubanas, La Habana, 2009) y Estrías (Premio de Poesía Nicolás Guillén, Letras Cubanas, La Habana, 2013). Autora también de libros de prosa narrativa, ha recopilado sueños suyos y ajenos en un par de volúmenes. Este poema pertenece a Escritos al revés.