El sema prometeico del arquetipo fuego puede servir para introducir el análisis en las regiones herméticas que la poesía de Roberto Friol (La Habana, 1928-La Habana, 2010) consagra a Orfeo. De la doble naturaleza humana en que conviven, según la teogonía órfica, un elemento dionisíaco bueno y otro prometeico malo, el poeta decide insistir en la culpa primigenia, recomponer con meticulosa claridad elemental la sustancia de su desvío.
Podría pensarse luego, sin faltar totalmente a la razón, que ciertas nociones órficas —el ascetismo como vía de purificación, el impulso hacia una vida nueva, la novedad de la trascendencia que, dicho sea de paso, ya está en la médula de los misterios eleusinos— por su paralelismo con la sustancia de la revelación cristiana conseguirían hacer proclive la inmersión del poeta-escriba en la materia de los misterios. Pero, me parece bastante claro que la obsesión órfica la hereda Friol de toda la gran tradición romántico-simbolista donde la huella del orfismo resulta muchas veces motivo unificador de cosmovisiones (la explicación órfica de la tierra, según Mallarmé, el único deber del poeta), y también, como veremos más adelante, de un precursor más cercano, por demás, de huella bastante subrepticia e inexplorada en la poesía de Friol: José Lezama Lima.
En un libro muy elogiado por Michael Hamburger y George Steiner, The Orphic Voice, Elizabeth Sewell analiza, en parte, los rastros órficos en la poesía y, en general, dentro del pensamiento occidental para relacionar, en un por momentos desmesurado razonamiento, los lenguajes de las ciencias exactas o la biología con el "lenguaje poslógico" de la poesía moderna. Lo que nos interesa ahora del libro de Sewell es la manera en que, a partir de la raíz órfica de la poesía, se concluye que "el lenguaje de la poesía de todas las épocas hace pleno uso del pensamiento, la exploración y el descubrimiento". De esta manera Sewell no hace más que reforzar, a partir de la idea de utilidad lógica, las correspondencias entre relato de la poesía como conocimiento —sustancia por la que se accede a la verdad— y la trasposición órfica de la materia poética.
Al final de su ensayo "Roberto Friol o la torpeza del frater taciturnus", Gerardo Fernández Fe desliza la única referencia que he encontrado donde se reconoce la huella del orfismo en la poesía de Friol: "a partir de Turbión se sucederán otros temas [entre ellos el de] el poeta como relator de los misterios órficos". No es de extrañar, por tanto, que en Friol el relato del misterio se integre a la voluntad de alcanzar un centro, de comulgar por la palabra con la sustancia de lo Indivisible.
La razón intelectiva de esta poesía se entrelaza a la voluntad de experimentación esotérica que describe uno de los semblantes del poeta fuerte. Precisamente, en el poema "Misterio", de Turbión, que pertenece a "Noche de Icarorfeo", la segunda sección del cuaderno inscrita en un ambiente lleno de alusiones órfico-pitagóricas, bajo el sabor conjuntivo de la metempsicosis, la voz poética se integra en la búsqueda de una realidad que se adhiere al transcurrir órfico del tiempo. En reunión junto al fuego de la culpa, las distintas etapas del alma en la transmigración —dimensión del yo-poético que atraviesa la Historia— se lanzan al intento de la unidad, al relato que provoque la conciliación de la personalidad poética en torno a un centro. El rastro órfico de la escritura de Friol establece entonces una vía alternativa para el intento de travesía en busca de la trascendencia. Tentativa también de permear de un soporte místico la constatación de la multiplicidad, integración que se diluye en la certeza de la nada:
Alrededor de la fogata, yo, tantos,
oyéndome relatar las historias que no sé,
como un chisporroteo del alma.
Relator de un misterioso acontecer
la lluvia de lo súbito,
enigma de los caminos que no fueron,
de las verdades y rostros
como hojas de un otoño interior
Yo tantos contando y escuchando.
[…]
Un empellón de viento
un largo aullar de quién no se atreve a acercarse,
de quien quiere derribarnos en la madrugada
de charla y sueño. Entonces, con los otros,
con los tantos, una familia de estupor,
en torno de la hoguera, todos y yo,
ninguno.
El poema "Misterio", pese a esa indefinida e intimidante presencia que difumina el relato prometeico de los estados conectivos del yo-poético, nos habla desde la confianza del sujeto lírico en la experiencia del misterio alusiva (diría Cintio Vitier) a un centro. Pero, en esta poesía, el misterio órfico viene acompañado de su reverso. Junto a la imagen de Orfeo, el poeta de poetas, lo que es casi similar a decir junto a la voluntad de llegar a la verdad, la desalentada lucidez del poeta fuerte configura la imagen de la caída, personificada en la peripecia del vuelo de Ícaro.
En El genio griego en la religión, Gernet y Boulanger hacen énfasis en la raíz mística del orfismo, razón por la cual, entre otras cosas, el sentido de "la oposición entre el alma y el mundo sensible está naturalmente relacionado con el pesimismo que será esencial en las enseñanzas órficas". Lo que lleva a concluir que el punto de enunciación de la marca órfica en Friol —la distancia entre la personalidad poética y el relato de intelección de un centro— se tensa sobre el éxtasis de la liturgia órfica en contraposición al movimiento correctivo que sugiere dificultad de llegar a la esencia.
El impulso por el conocimiento primigenio, vuelve a decirnos Friol, se resuelve en la imposibilidad, además, como el relator del conocimiento concibe que el hombre se iguale a Dios, la transgresión implica para el creyente el contraataque punitivo de la sensación de remordimiento. El poema "Ecuación de dos mitos" nos sorprende con el dramático choque simbiótico de las fuerzas que penden; el canto sublime y el intento heroico de volar más allá de los límites se clausuran en un yo despezado por las Ménades y otro que se ahoga en el mar:
Los dos son uno
en esta doble noche sin cielo y sin infierno
No obstante, el impulso de este movimiento correctivo no impide que la voz del poeta fuerte clame por su lugar junto a la estirpe de los iniciados. Si con detenimiento escudriñamos el corpus de esta poesía descubrimos los rastros fragmentados de los motivos órficos: presencia de ambientes que remiten al génesis órfico, la representación de la noche —una de las mitades contenidas en el huevo primigenio— como sostén del misterio ("Si no tiene palabras la noche", Zodíakos), la poesía entendida desde la preeminencia de cierta inconmensurable y pertinaz melodía, la litúrgica danza de apresar lo reminiscente ("Danza", Tres).
Por ejemplo, prestemos atención a la manera en que "Discurso ornitológico" construye una particular visión de la imagen del génesis órfico y vuelve a las claves arquetípicas, a la obstruida sobriedad de lo primario en la configuración del discurso que alude a la liturgia del misterio:
El pájaro sí es silbo
el vuelo sí es mañana.
¡Cuánta flor cabecea
en el hilo de vida!
Y en la maraña cósmica
lo que está claro cimbra
ungido de misterio
para el ojo que atisba.
Y bien, contra el destino
del aire plumas rojas,
el rasguño del discurso del ala,
la lejanía del temblor bifronte,
bialma, dos veces sabia,
este rostro a doble muerte,
a doble roce de ira
Lo cierto es que el tono hermético del fragmento anterior anula la posibilidad de un significado unívoco —fácilmente puede leerse como un arranque introspectivo y arquetípico del yo-poético en torno a la evidencia de la multiplicidad—, pero me parece que, aun si se asume esta elección exegética, lo que supone ignorar la complejidad antitética del poema, la opción de lectura que adivina en el texto la alusión a una escena de ambiente órfico no se cancela.
La referencia a un ente bifronte que puede entenderse, ora rostro del poeta, ora dualidad primigenia del huevo, y la insistencia en el símbolo del silbo que remite a la melodía litúrgica de la cítara pueden brindarnos un primer indicio. Pero, si se me permite la conjetura, podemos todavía entrever, a partir de ciertas pistas intertextuales, el diálogo directo del poema de Friol con una fuente que presumo cercana. Leamos la ilustración de una escena del génesis órfico según la "Introducción a los vasos órficos" de Lezama Lima:
Los pájaros contemplan con estrépito este cariacontecido huevo plateado, puesto en el origen de los mundos como un pisapapeles que ellos desconocen. Bachelard nos ha recordado cómo en el sueño la sílfide precede al pájaro, se crea el espíritu volador antes de crear el pájaro. En esa teogonía órfica, la noche poblada de espíritus voladores, producto de la diversidad en las densidades, crea el huevo del Eros.
El fragmento continúa con la recreación de la escena del nacimiento del Eros alado que surge del interior del huevo en el inicio, de aquí se nos dice significativamente que el movimiento hacia la luz de este espíritu volador justifica nuestro afán ascensional, se precisa la figura de "el hombre como dios en los órficos".
En esta idea se sustenta el centro de la tesis que sitúa las fuentes del orfismo de Friol en el texto de Lezama. Por la voluntad prometeica del Eros alado, por la conjunción ascensional del hombre y el dios, la figura del poeta fuerte atraviesa de reminiscencias órficas el discurrir sobre la propia sustancia de su personalidad poética. De ahí se justifica que en un texto como "Discurso ornitológico" se elabore de manera dual la reflexión introspectiva cercada por la alusión a la mística del orfismo.
Establecida ya la distinción precursor-efebo, la tarea que explora los entresijos de esta relación puede ahondar en la esencia del "romance familiar". Cuando Harold Bloom, en La angustia de la influencias, explora las tensiones del "Contra-sublime", nos dice que: "El orfismo, sin embargo, la religión natural de todos los poetas como poetas, se ofrecía a los hombres como una ascesis"; y luego de esta afirmación, partiendo del mito de Dionisio devorado por los Titanes, origen del pecado órfico-primordial que entiende la dualidad de la naturaleza humana a partir del elemento prometeico malo que debe ser corregido, el crítico de Yale concluye: "todo éxtasis poético, toda sensación de que el poeta pasa de su condición de hombre a la de Dios, se reduce a este amargo mito, así como también se reduce a él todo ascetismo poético".
La ascesis del efebo-Friol adquiere los visos de lo arquetípico. En la médula del símbolo que convida a la comparación paradigmática, surge "un nuevo estilo de aspereza cuyo énfasis retórico puede ser leído como cierto grado de solipsismo". El iniciado órfico afirma el alejamiento en la evidencia práctica de una reducción propia que, a la vez, reduce, hasta los límites de la anulación, el legado asfixiante del mistagogo.
Jaime Pòrtulas nos explica, deslumbrado por las alturas que alcanza la imagen, la subversión lezamiana de la Noche primordial de los órficos en una "noche inequívocamente tropical, con su humedad fecunda y asfixiante, preñada de gérmenes, su fauna característica y una vegetación excesiva, que se levanta hasta la bóveda estrellada". Veamos el fragmento a que remite el ensayo "Orfismo en los trópicos" del filólogo catalán:
De los comienzos del Caos, los abismos del Erebo y el vasto Tártaro, el orfismo ha escogido la Noche, majestuosa guardiana del huevo órfico o plateado, "fruto del viento". La noche agrandada, húmeda y placentera, desarrolla armonizado el germen. En ese huevo plateado, pequeño e incesante como un colibrí, se agita un Eros, de doradas alas en los hombros, moviente como los torbellinos con sus inapresables ejes traslaticios. […] Ese huevo al cascarse, fija el Eros en el Caos alado, engendrando los seres que tripulan la luz, que ascienden, que son dioses.
Este fragmento, que se integra al anteriormente citado en su visión subversiva de la Noche órfica, representa lo que Bloom entiende como el Sublime Poético del precursor. La salvación para el efebo-Friol se encuentra, de forma inevitable, en la materia de una reducción. Es por esto que la noche del poeta-iniciado marcha a buscar su estabilidad bajo el patriarcado de lo arquetípico, reduce el esplendente aluvión de la imagen lezamiana a la sobriedad pretendidamente unívoca del elemento. La majestuosidad tropical de la noche del Precursor se reduce a la noche abstracta, que remite al paradigma, sin dejar de ocupar la representación del espacio de la realización del poeta fuerte.
El poema "Noches", por solo citar otro ejemplo, evidencia la contraposición, el regreso a lo primordial intenta así vaciar el influjo maligno del Precursor en la aspereza de lo común y esencial:
Cada noche del hombre,
¿es un paso de quién a qué villa,
a qué lugar sin tiempo
o de todos los tiempos,
reino de qué razón, de qué agonía?
[…]
Noche y noche son pasos
en el camino a la extraña heredad.
Ahora bien, alejarse del Precursor, deshacer su influjo, en los recovecos de la tradición literaria equivale a vaciar de contenido al Dios. El poeta-escriba se refugia ahora en la visión pitagórica, llena de un sabor armonioso y equilibrado, del universo que se ordena en la armonía elemental: la visión extasiada de las órbitas planetarias, lo que George Steiner ha llamado: "una creencia en los acordes y la temperancia pitagórica entre funciones armoniosas en matemática y la cuerda vibrante del laúd". De ahí el poema contenido que, desde la confianza en una escritura invisible que ordena la materia, Friol dedica a los números: "Cada número pregunta por su sombra./ Cada verdad de tierra, fuego, agua,/ y aún su más allá de errancia/ en lo desconocido,/ al orden de los números..."
De ahí también el sabor panteísta y condensado de "Rasgueo", el magnífico poema con que me gustaría cerrar este ensayo, donde, junto a la presentación del drama del poeta qua poeta, se desliza subrepticiamente el reflejo del poeta de poetas, Orfeo:
El viento hizo de mí una guitarra,
una pradera en llamas,
una nevada de luz;
el hilo mágico de enhebrar
un más allá sin sombra,
el adiós al destino,
el aceptar mi nada.
El narrarlo todo
con el rasgueo de la sangre.