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Poesía

Mazorcas

'Hacen un ceremonial difícil de comprender/ no al morderlas, sino al dejar caer lo que fueron:/ un mandala anterior a la devastación.'

La Habana

                                              ¿Y cual nuestra morada?
                                                            Antonio Cisneros

No sé por qué entre tantas cosas sucias
tanta ruindad
hallé en la esquinita de un mostrador
un cubo con mazorcas de maíz
engrampadas en palos. Las vi,
y ya no pude desprenderme de ellas:
de aquellos campos de maíz de La boda de Wajda
en los ojos rojizos de la actriz que hacía de loca;
de las mazorcas cortadas para el caldo de abuela,
de los sonidos al morder granos amarillos
que ahora no puedo.
Como ellas, desgranadas por el suelo,
se mueven contra el viento de una región a otra
los amigos, los sueños.
Hacen un ceremonial difícil de comprender
no al morderlas, sino al dejar caer lo que fueron:
un mandala anterior a la devastación.

Pensé en la foto —como todo el mundo piensa—,
como única reconstrucción
y luego, en como recuperarlas de la caída.
El palo central no bastaba
y me daba pena, no podía
sostener la hilera de dientes,
su ritmo inusual de crecimiento:
la insatisfacción
de cada una, su esfuerzo
por empinarse aún mas
y parecer iguales.

Pasar rápido y comprender
como fueron destinadas a otra boca, a un corazón,
a un crecimiento artificial
me aprieta el pecho.
Tal vez están mas solas que yo,
apretujadas
en su lugar de siempre
preguntándose:
¿Y cuál nuestra morada?
Mientras te espero
sin mirarte
volver acompañado de otra
hacia el campo aquel
donde los violines sacaban chispas,
consuelos
al ardor del sol
recalentándolas.

¿Volveremos a llenar la hilera de butacas en el cine?
¿Cogeremos las manos de dos en dos, de tres en tres?
¿Enlazaremos otra rueda para la supervivencia?

Veo mazorcas secas,
palos quemados
—desazón en la boca que no muerde
por arrepentimiento—,
un terreno árido por donde volver de las imágenes
y ya no puedo creer
tener paciencia,
conformarme
acomodar al cuerpo en otra carrilera:
desprenderme del ruido,
la impotencia
la necesidad
que lo cubre todo con su niebla
en la cinta que se deslíe
—en la Cinemateca, en la vida—,
hecha vinagre
decepción
cuando ella sigue corriendo
entre los granos de maíz enfermos
quizás todavía
alcance
a estrecharlas en la película
que hubieran podido hacer todos juntos
entre la boca y el cielo.
Un haz de His
—como en el libro perdido en el parque de la Plaza Vieja
aquella tarde lluviosa.
Es su deseo que sean lo que fueron
un pasado común
una inconformidad
la tormenta
una esquinita
un cubo
palido fuego
ante un campo de maíz
quemado.


Reina María Rodríguez nació en La Habana, en 1952. Autora de numerosos libros de poesía, algunos de los más recientes son: El libro de las clientas (Letras Cubanas, La Habana, 2005) y Variedades de Galiano (Letras Cubanas, La Habana, 2007) y O piano /El piano (Lumme Editor, São Paulo, 2014). Este poema pertenece a un libro inédito.

Otros poemas suyos: El baño, El techo, Cuerpo a cuerpo y Elegiste azul.

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