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Crítica

La desmesurada fabulación con que logra Antonio Álvarez Gil desnudar a Annika

Osadía y dominio de dibujar con meticulosidad y rigor los personajes en 'Annika desnuda'.

Santa Clara

Quienes están al tanto  de la obra narrativa del cubano Antonio Álvarez Gil, nacido en 1947 en un poblado muy próximo a la capital del país, Melena del Sur, radicado por muchos años en Suecia y actualmente residente en España, lo reconocen como uno de los más notables narradores cubanos. Escaño que no ha ganado solo por una prolífera obra sino por haber sostenido un reconocido estilo que le ha otorgado un registro muy particular a su obra toda.

La fe en la palabra que sostiene Gil le ha permitido ganar lectores, publicaciones y premios, pues ha sabido levantar una estructura coral muy sólida donde elabora y proyecta una bien tramada sicología de cada uno de sus personajes, casi siempre osados y complejos, como sucede con la mayoría de los que aparecen, por ejemplo en su novela Callejones de Arbat (Terranova Editores, 2012) o en su arriesgada novela Las largas horas de la noche, (Plaza Mayor, 2003) en la que nos presenta como personajes protagónicos a José Martí y María Granados. Obviamente dos figuras que son parte de ese referente afectivo de muchos, no solo en Cuba, donde se establece y afianza por disímiles vías, desde que se asiste en los primeros años a la escuela, un vínculo afectivo con la imagen, vida y obra de José Martí y todo el que estuvo cerca de quien es, sin dudas, el cubano más universal.

En Annika desnuda, novela publicada por la editorial Verbum después de ser finalista del Premio Iberoamericano Verbum, se ratifica la osadía y dominio de dibujar con meticulosidad y rigor los personajes.  No solo los principales como la joven sueca Annika y Carlos, un pintor cubano residente en Suecia, sino todos los otros que intervienen en esta historia que se desarrolla en Estocolmo.

Si desde las primeras páginas esta amena novela logra atrapar se debe a una serie de requerimientos logrados en cuanto a composición y estilo. Pero, más que todo, a ese aliento creador que levanta con fortaleza una historia donde no queda cabo suelto, ni duda de esa veracidad que precisa la buena ficción.

La historia de esta novela, aparentemente común, descansa sobre la turbulenta relación entre esta muchacha sueca y el cubano pintor. Pero esto es solo un pretexto para exponer con agudeza cuanto quiere Gil contarnos de un mundo tan diferente, culturalmente y en todos los sentidos, al de ese cubano que lleva años radicado en una ciudad tan lejana a su país de origen.

No se cuenta, como es común en este tipo de argumentos, el proceso de integración y asimilación de esa nueva vida, de ese proceso de adaptación que uno supone complejo y difícil, pues el protagonista ya lleva muchos años radicado en Estocolmo y ha superado esa etapa de adaptación.

El pintor ya conoce esas marcadas diferencias del nuevo ambiente, las asume y parece adaptado a la medida, pues conoce la ciudad en la que vive, tiene un techo, además de un pequeño estudio, una profesión que ejerce, domina el idioma, tiene amigos y rutinas establecidas y puede con todo esto llevar una vida que para nada es la de un paria, un inadaptado o rechazado por una sociedad que a tanta distancia, se supone difícil integrarse.

Lo más interesante de Annika desnuda es que Carlos, al ser latino, tiene una formación y un presupuesto vivencial muy diferente al resto de las personas con las que se relaciona y esos choques entre ambas identidades se dan desde lo más complejo, se exponen a partir de lo sicológico. En ello radica la complejidad de la historia que nos cuenta Gil, pues es obvio que Carlos vive con un modelo muy similar al de cualquier sueco, o más bien como un extranjero habituado por años a esa realidad pero que sigue pensando y por tanto actúando como un latino, como alguien que se ha formado en Cuba, un país muy lejano a esa cultura escandinava, que en principios acepta pues es su decisión vivirla,  pero que se ve traicionado por todos esos códigos muy diferentes que están muy arraigados en él.

El mundo que crea Gil en esta novela está compuesto por cuanto detalle puntual precisa para hacer que la geografía donde transcurre su historia sea un escenario creíble. El autor es un virtuoso en describir las atmósferas que rodean a cada personaje y conflicto que se presenta en esta novela. El lector pasa de una situación a otra y puede visualizar esos cambios por el tratamiento cinematográfico que su narración logra. Tal y como es posible imaginar, tanto los espacios cerrados como abiertos desde los cuales se cuentan estas historias.

Como en toda novela que se estructura con una dramaturgia en función de atrapar a sus lectores, no faltan en Annika desnuda diversas subtramas que no dejan de ser interesantes y aportadoras a la historia central, esa que protagonizan la joven nórdica y el pintor cubano. Tal es el caso de la historia de Pedro, pintor peruano matrimoniado con una sueca, que comparte un estudio al lado del de Carlos. O el de todo cuanto se cuenta de la media hermana de Annika y una amiga con quien comparte un alquiler, la bien hilvanada historia del collar de las Cuatro Cuevas de la Montaña, que ha traído de Ecuador Margareta, la madre de Annika y que sirven al escritor para tejer una interesante historia que por varios capítulos atrapa e intriga a cualquier lector.

Quien se acerque a esta novela se sumergirá en ella atraído por todos los atractivos que logra la narrativa de Gil, quien se mueve, a través de sus personajes, en culturas muy diversas con una soltura propia de quien tiene a su favor los saberes que un novelista, es decir, un buen y entrenado novelista debe poseer como armas atractivas para sostener su escritura.

Gil no es para nada un escritor de plantear las subtramas con lejanía o superficialidad, de exponerlas a cierta distancia simplemente como apoyatura o telón de fondo. Lo que cuenta está meticulosamente detallado en función de que disfrutemos cuanto se expone como un todo, un predio que aun siendo extenso no los muestra con veracidad y rigor. De igual manera está tratada la profesión del protagonista, en quien Gil recrea ese particular mundo de un artista plástico a quien le interesa su profesión y la ejerce. Para ello persiste en descripciones y saberes propios de las artes plásticas muy disfrutable para el lector.

Annika desnuda ratifica la valía de un autor que, aun cuando el mayor cuerpo de su obra ha sido escrito muy lejos de su país natal, tiene asegurado sitio en eso que con cierta petulancia, u orgullo, o sentido de pertenencia llamamos literatura cubana.


Antonio Álvarez Gil, Annika desnuda (Verbum, Madrid, 2014).

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