Ahora que se acabó el año, hago un alto en mis intentonas de traducir al cubiche algunos poetas anglosajones para realizar otro experimento con mi inexistente alemán. En él influyen no poco los más recientes acontecimientos: el anuncio de nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos y las sucesivas detenciones de Tania Bruguera, a quien se lo dedico, junto con otros disidentes.
En épocas de crisis la relectura de los clásicos siempre resulta provechosa. Valga este pequeño ejercicio para confirmar lo que la sabiduría popular repite: si Kafka hubiese nacido en Cuba, su obra toda sería una contribución al realismo literario.
En la confección de esta versión de "Zur Frage der Gesetze", de Franz Kafka, me he servido de la (por cierto torpe) versión de Alejandro Rivera Guiñazú.
Asunto: Las Leyes
Compañeros:
Nadie conoce nuestras leyes. Constituyen un secreto del grupito que nos gobierna. Aunque estamos convencidos de que estas antiguas leyes se cumplen con exactitud, resulta muy mortificante verse regido por leyes desconocidas. No pienso en las posibilidades de interpretación. Tampoco en las desventajas que se derivan de que solo algunas personas, y no todo el pueblo, puedan participar de esa interpretación. Pero a lo mejor esas desventajas no son muy grandes. Las leyes son tan antiguas que durante años han contribuido a su interpretación y esta interpretación también ya se ha vuelto ley. Sin embargo, las libertades posibles acerca de la interpretación, aun cuando subsistan, aparecen restringidas. Por lo demás, el grupito no tiene ningún motivo en su interés personal o en perjuicio nuestro. Desde sus orígenes, las leyes fueron establecidas por el grupito. El grupito se halla fuera de la ley. Y precisamente por eso parece haberse puesto exclusivamente en sus manos. Esto, naturalmente, encierra una sabiduría —¡quién puede dudar de la sabiduría de las antiguas leyes! Al mismo tiempo, resulta mortificante. A lo mejor no hay remedio.
Además, y en realidad, podemos hasta sospechar de esta apariencia de leyes. Según dicen, esas leyes en efecto existen y han sido confiadas en secreto al grupito. Pero esto no es más que una vieja tradición en la que se cree debido a su antigüedad. De hecho, el carácter de estas leyes también exige mantener su existencia en secreto. Pero si nosotros, el pueblo, trazamos con atención la conducta del grupito desde los más remotos tiempos y tenemos a mano los antecedentes de nuestros antepasados que se refieren a ella, y además las hemos seguido a conciencia hasta creer discernir en hechos innumerables ciertas líneas directrices que permiten concluir sobre esta o aquella determinación histórica, y si después de estas deducciones finales, cuidadosamente tamizadas y ordenadas, procuramos adaptarnos en cierta medida al presente y al futuro, entonces todo aparece como inseguro y a lo mejor como un simple juego del entendimiento. Pero, ¿y qué pasa si esas leyes que aquí tratamos de descifrar en realidad no existen?
Parece que hay por ahí un pequeño partido que sostiene esta opinión, tratando de probar que cuando una ley existe solo puede ser una: la ley es todo lo que haga el grupito. En la actuación del grupito ese partido solo ve actos arbitrarios y rechaza la tradición popular, la cual, según su opinión, solo comporta beneficios casuales e insignificantes, provocando a su vez grandes daños y dando al pueblo una falsa, engañosa y superficial seguridad con respecto a los acontecimientos venideros. Sin embargo, la abrumadora mayoría de nuestro pueblo ve su razón de ser en el hecho de que la tradición no es suficiente, ni con mucho. Por tanto, queda mucho por investigar. Sin duda, su material, por enorme que nos parezca, es aún demasiado chiquito, por lo cual van a tener que transcurrir varios siglos antes de que se revele como suficiente.
Lo sombrío de toda esta visión y en vista del presente lo alumbra la fe de que llegará un día en que la tradición y su consiguiente investigación van a resurgir para ponerle punto final. Todo será puesto en claro; la ley solo pertenecerá al pueblo y el grupito habrá desaparecido. Conste que en modo alguno queda dicho esto con odio al grupito. Antes bien, debemos odiarnos a nosotros mismos: ¡aún no somos dignos de tener ley! Por eso mismo, compañeros, ese partido que anda por ahí, tan atrayente desde cierto punto de vista y que en realidad no cree en ninguna ley, no ha podido aumentar su prestigio. ¡Porque ese partido también reconoce el derecho del grupito a existir!
Estimados compañeros: todo esto solo puede ser expresado dialécticamente. Un partido que, además de creer en las leyes, repudiase al grupito, en seguida tendría a todo el pueblo a su lado. Pero semejante partido no puede surgir: ¡nadie se atreve a repudiar al grupito! Vivimos sobre el filo de esta navaja. Un célebre escritor lo resumió de la siguiente manera: la única ley, visible y exenta de duda, que nos ha sido impuesta es el grupito. ¿Estamos dispuestos a que nos quiten esta única ley?
Revolucionariamente,
F.K.
1-1-2015