Las imágenes de la infancia y su fin remanentes superponen una casa de veraneo junto a las rocas.
Tercia tranquilidad meridiana. En la desembocadura, peces depredadores insuflan movimiento a las manchas.
Consigo los cardúmenes arrastran su oscuridad sobre el azul.
La torpeza de toda región intermedia entre mar y tierra firme ilustra
un maratón de seres parásitos, tenazas dentro de caracolas,
descaro de bárbaros para hospedar en espirales que tras sí deja la muerte.
Muestrario de espinas sardas y escamas rojas refulgentes, la captura del escarajuelo,
hilo de nylon mediante, congela ahora las cifras de una epifanía dolorosa.
El regreso a las ruinas pretexta recuento de sucesos iniciáticos. Consumación.
Sucesivas oleadas eléctricas repican la posibilidad de un acoplamiento lejano.
Permanecer bajo el manto difuso de la atarraya, mientras pienso en el cuerpo
y sus dependencias, tras la búsqueda de un cierre a las redes circulares.
Premonición de una noche ajena. Carne conquistada y vuelta arrebatar.
Promesa de suplicio ultraterreno las reminiscencias de alquitrán junto a los bronquios.
En la casa primera me ha sido dicha la anunciación de un engaño.
Mas esto sostengo:
si mantengo al alcance piedras amoladoras todo se va a retraer,
oh, rumores antediluvianos,
he hecho de mi buhardilla un recodo contra la emergencia de impulsos fotogénicos,
he ejercitado mis tijeras en la dura extinción de las trombas marinas,
he decidido imponer un límite cierto en el segmento de barreras de coral,
he prevenido una trama de calderas propiciatorias ante el mínimo amago de goteo,
he deseado enhebrar la jornada infinita junto al muelle de luz.
Y qué si no esperaba tal enredo de avíos, ni anticipan mis fuerzas este sobrevenir.
Las imágenes de la infancia, su fin, se agolpan en estancia interior.
Desatan las sombras que afiebran, y reculan marinos los destellos argentas.
Para quien crea imposible el morir en verano basta refutación
con arredrarse al silencio de estas playas litorales. Y dejarse vencer bajo las plantas
donde instigan encendidas floraciones de llagas,
en insensatos paseos de vocación canicular,
por las piedras de la arenilla, que han sido parte de un todo anterior, ahora restos
puntillosos como el paso fulmíneo de cadáveres en la memoria.
Ibrahim Hernández Oramas nació en Matanzas, en 1988. Fue editor de la revista
universitaria habanera Upsalón y es autor de una tesis sobre la obra de Roberto Friol.