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Crítica

Chupar la piedra: 4 movimientos y una coda

La escritura de este libro, y toda la producción de Legna Rodríguez Iglesias, estimula y promueve un estilo único dentro del panorama de la nueva poesía cubana.

Santiago de Cuba

Entre el objeto deseado y su posesión, hay un apetito y un placer; entre el objeto y su disfrute, hay: un camino. Y ya se sabe que toda posesión implica un goce, pero ¿cómo se llega ahí? Digamos (por ahora) que al modo en que se ejecuta una partitura: con fruición y encanto.

Primer movimiento: las ígneas

Chupar la piedra de Legna Rodríguez no propone un texto "edulcorado" o con ansias de trascendentalismo —elementos comunes a una amplia zona de la poesía cubana actual, tan dada a los formalismos y al romance veleidoso con la nimiedad— sino un texto que practica una autopsia al aburrimiento, es decir, su esfuerzo es hacia el placer, y todo ejercicio que implique una caída, un resbalón al pozo del tedio y del cansancio, es aquí absolutamente desechado.

El juego, sin embargo, no es un fin en sí mismo, sino un medio: un mecanismo que pone a funcionar los resortes de la poesía, la primera herramienta que sirve para sacudir al lector de su letargo. Nada de sentimentalismos, nada de enamoramiento baldío con una realidad convertida en símbolos, o con símbolos convertidos (tiernamente) en realidad. Se trata de leer sin compromiso de nostalgias, sin "gravedad", a la manera en que se salta una cuerda no como mero ejercicio sino como divertimento.

Las piedras ígneas solo son buenas para degustar cuando han perdido el amargo de la (extrema) seriedad, de la etiqueta de salón, o como lo dice la autora: "la dulce vida y yo no tenemos parecido".

Segundo movimiento: las calizas

Chupar la piedra es un libro estructurado por bloques que se repiten. Cada apartado contiene los mismos títulos que el anterior, y así hasta conformar una obsesión, un objeto cíclico dispuesto como una caja cerrada. No se trata de un cuaderno armado pieza a pieza, o poema a poema que termina siendo un conjunto forzado de poesía, sino de un órgano uniforme y no divisible, como la exacta disposición de las teclas de un piano.

Así, cada poema del mismo nombre desarrolla una idea que se completa o continúa en su homónimo próximo o siguiente, en un nuevo capítulo. Esto, lógicamente, resuelve dos problemas: la armonía y fluidez de lectura que debe tener todo libro de poesía, y segundo, la organicidad y amalgama texto a texto, que garantizan el seguimiento con éxito de las líneas de trabajo de todo el conjunto como una única línea. A fin de cuentas, según la geología, debajo de cada capa de piedras calizas hay siempre otras capas de piedras calizas, conformando una épica indivisible del terreno.

Tercer movimiento: las comunes

Frente a lo circunspecto y ceremonioso de la nueva poesía cubana, en Chupar la piedra Legna Rodríguez utiliza todo aquello que funciona como base poemática para un texto: el trasfondo de lo cotidiano, pero visto a partir de lo que recrea, revisa o re-imagina lo subjetivo de esas vivencias. En ese sentido, los actos banales de una jornada, son procesados con admirable oficio por el ojo poético de la autora, y convertidos en materiales sólidos para la poesía, en piedras de construcción.

Pasan así temas añejos como la cercanía o el amor, la extrañeza o el desencanto, pero siempre a través de un sujeto lírico desenfadado y desenvuelto, que restituye para sí, muchas veces en tono reflexivo, la validez de los actos de la existencia. Es natural que lo que no se agote nunca en una parcela sean las piedras comunes; lo difícil es saber utilizarlas con precisión.

Cuarto movimiento: las metamórficas

Los textos que componen Chupar la piedra pueden calificarse bajo el rótulo de "poesía procesal", es decir, han sido elaborados con síntomas de cierto automatismo vanguardista, donde el leit motiv de cada poema, se desarrolla, dinámicamente, verso a verso.

La escritura de este libro —y en general de toda la producción poética de la autora— estimula y promueve un estilo único dentro del panorama de la nueva poesía cubana: un estilo que visiona al poema como proceso, como madeja a desenrollar cláusula a cláusula, como engranaje en el que, por demás, el lenguaje y su uso vivo y eficaz constituye pieza motriz. Así, cada línea versal asume la consecución de una idea que se completa o desarrolla en la siguiente, hasta la solución final de cada una de las piezas del libro, un hallazgo que en Legna se constituye en huella, en estilo que representa y afirma.

En resumen, es sabido que las piedras metamórficas tienen fisuras singulares que las particularizan en su propio contexto.

Coda (final)

Entre el objeto deseado y su posesión, hay un apetito y un placer, hay un camino. En Chupar la piedra Legna Rodríguez ofrece uno de ellos: el camino en el que se muestra que la poesía puede ser algo más que un simple roce de palabras, algo más que una simple exposición melancólica de ideas.

Su visión es la visión de un ejercicio hecho para mentir/ burlar/ atar y desatar: al fin y al cabo, todo lo que hay que decir hay que decirlo de modo que el lector pueda probar también el sabor de las piedras de las que se compone el camino, como solo puede hacerse: con fruición y encanto.

Sirva entonces esta única pieza para verificar (ahora) tales hallazgos:

 

La dulce vida

 

Durante el año 1507

alguien llamado Alberto Durero me pintó

la obra se llama Retrato de muchacha (o muchacho)

y es un pergamino aplicado sobre tela

él también pintó a Los cuatro jinetes del Apocalipsis

hace poco los cuatro jinetes y yo nos hicimos amigos

después de cinco siglos exactos

me pasa que me enamoro de uno de los jinetes

pero el jinete ya tiene novia

pero yo estoy tan arrinconada

tan arrinconada tan arrinconada

y tomo el auricular y le digo a Alberto Durero:

voy a picarme el muslo

con la misma cuchilla que afilabas tus carbones

con la sangre de mi muslo

Alberto Durero pinta una obra

llamada El jinete y la muchacha

donde aparecemos el jinete y yo

conversando seriamente sobre la dulce vida

el jinete engulle frutas

y a mí se me salen los leucocitos

Alberto Durero piensa:

esta muchacha parece tonta

ni a mí se me ocurriría llorar

frente a uno de los jinetes del Apocalipsis

definitivamente no se me ocurriría

y tomo el auricular y le digo a Alberto Durero:

la dulce vida y yo no tenemos parecido.

 


Legna Rodríguez Iglesias, Chupar la piedra (Casa Editora Abril, La Habana, 2013).

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