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Urbanismo

Esculturas famosas que compartimos con el mundo (II)

La Habana atesora varias esculturas de la artista norteamericana Anna Vaughn Hyatt, la primera mujer en tener una escultura suya en un espacio público de Manhattan.

Madrid
'Los portadores de la antorcha', de Anna Vaughn Hyatt.
'Los portadores de la antorcha', de Anna Vaughn Hyatt. Prensa Latina

Revisando las esculturas famosas cuyas copias o versiones han llegado a Cuba, aparece la estatuaria clásica que decoró jardines, fachadas e interiores de algunos palacetes del siglo XIX y primera mitad del XX. Copias realizadas en distintos materiales que incluyeron en el entorno caribeño obras inmortales del arte universal.

Una de las colecciones más prestigiosas de este tipo es la que aún conforma el Museo de Arqueología Clásica de la Universidad de La Habana, inaugurado en 1919 por el filólogo Juan Miguel Dihigo y Mestre, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras. Incluye un número significativo de reproducciones en yeso de estatuas, bustos y frisos de obras representativas de la cultura grecolatina. En varias escuelas de arte del mundo, esta era una práctica habitual que facilitaba al estudiante un contacto directo con obras icónicas del repertorio artístico que constituía su principal referente.

La colección de la actual Facultad de Artes y Letras de La Habana tiene piezas muy interesantes y conocidas entre las que se encuentran el Auriga de Delfos, la Atenea Pártenos, el Discóbolo, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia, en representación de la estatuaria arcaica, clásica y helenística. Muchas tienen el mérito de ser además copias realizadas por la antigua Casa Caproni de Boston, cuyos moldes habían sido obtenidos directamente del original. Asimismo, las reproducciones de arte minoico y micénico fueron confeccionadas por la compañía E. Gilliéron & Fils; cuyo director, el artista suizo Emile Gilliéron, trabajó 45 años en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas y fue fundador de su departamento de reproducciones. Gilliéron también había formado parte del equipo de Arthur Evans que excavó Cnosos en 1900.

De inspiración clásica existe en La Habana una Diana cazadora, de la artista norteamericana Anna Vaughn Hyatt. Ella fue una de las escultoras más reconocidas de ese país y la primera mujer en tener una escultura suya en un espacio público de Manhattan (Juana de Arco, 1915). Por su Diana cazadora situada en Brookgreen Gardens, Carolina del Sur, le fue concedida en 1922 la Medalla de Oro Saltus al Mérito Artístico de la Academia Nacional de Diseño. Convertida en un ícono escultórico del momento, existen copias realizadas por la artista para instituciones prestigiosas como el Museo de Arte de Harvard, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, y el Museo de Bellas Artes de La Habana. Esta última es una réplica en aluminio donada en 1958, año en que se le concedió a Anna Vaughn Hyatt la Orden del Mérito Intelectual José María Heredia. Actualmente se encuentra en los jardines de la sede nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, en Calle 13 esquina a 2, Vedado.

En La Habana existen otras dos importantes esculturas situadas en espacios públicos que también son copias de obras de esta prestigiosa artista norteamericana. Ambas incluyen figuras ecuestres. En este formato están algunas de sus esculturas más reconocidas, como Juana de Arco (1915) y el Monumento al Cid Campeador (1929), donde pudo recrearse en la figura del corcel, pues durante su carrera se definió fundamentalmente, como escultora animalista.

La primera, conocida como Los portadores de la antorcha (1956), estuvo situada inicialmente en Paseo y Zapata. Hoy se encuentra en el parque de Ayestarán y 20 de Mayo. La original es de 1953 y fue realizada en aluminio para la plaza Ramón y Cajal de la Universidad Complutense de Madrid, cuya obra financiaron parcialmente Anna y su esposo Archer Milton Huntington. Razón por la cual dos esculturas suyas ambientan ese campus.

En 1956, el matrimonio donó la copia de bronce de La Habana y en 1964 regalaron otra a la ciudad de Valencia, actualmente en la Plaza del Cardenal Vicente Enrique Tarancón. Es curioso que muchas de las obras de esta artista fueron donadas por el acaudalado matrimonio a sitios y personalidades con quienes simpatizaban y a las instituciones de las que eran miembro.

Los portadores de la antorcha es un conjunto alegórico extraordinario, con una expresividad contenida en cada detalle que obliga rodearlo para observar el potencial narrativo que tiene. Representa una figura masculina joven y enérgica, que sobre un caballo detiene la carrera para tomar la antorcha encendida que otro hombre casi desfallecido le extiende desde el suelo. Ambos se encuentran desnudos por lo cual la autora acentuó cada músculo de sus cuerpos en movimiento y el esfuerzo que hacen por salvar la llama de la vida, de la sabiduría, de la verdad. Asimismo, puso especial atención a la expresión de los rostros, que resumen el papel a cada uno asignado.

La figura del caballo, en absoluto secundaria, adquiere por la complejidad de su postura y marcada movilidad notable protagonismo. Es quien le confiere mayor energía y dramatismo al conjunto. Todo eso le convierte, a mi juicio, en uno de sus mejores conjuntos monumentales.

La otra escultura, y última copia famosa situada en La Habana, es la réplica del José Martí ecuestre que Anna realizó en 1958, situada en el Parque Central de Nueva York desde 1965, y por la que recibió la Medalla de la Ciudad. La copia cubana, fiel hasta el basamento de la norteamericana, fue obsequiada y realizada por el Museo del Bronx y emplazada en 2017 en la Avenida de las Misiones.

Ha sido una escultura muy controversial, tanto la original como la copia. La primera por haber sido un tributo al Gobierno de Fulgencio Batista, que debió situarse durante el de Fidel Castro y que con demora lo hizo gracias a la presión ejercida por los exiliados cubanos; la segunda, por haber sido financiada por una institución pública norteamericana. Las diferentes lecturas que de Martí se han hecho desde dentro y fuera, desde todos los bandos y posturas, han marcado esta obra como políticamente incorrecta, y al mismo tiempo la han rodeado de afectos y relaciones simbólicas con unos y otros.

Desde el clasicismo que impregna su formato ha sido celebrada su atipicidad, por ser de las pocas representaciones, y la única escultórica, de un Martí ecuestre retratado en el segundo trágico de su muerte. Es una obra enérgica y también hermosa, que inmortaliza la pérdida de uno de los más grandes cubanos de todos los tiempos, y hace pensar en su legado. Por ello, tal vez, al igual que el lienzo perdido de Esteban Valderrama sobre el tema, será una imagen icónica reproducida eternamente

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