"Oniel Bebshito llenó el Pitbull Stadium de Miami con una capacidad para 20.000 personas (…) ¿Viviremos de espalda a ese fenómeno o urge diseñar políticas más inclusivas? ¿Cómo contribuir a la mejor educación de los artistas y sus seguidores desde letras menos groseras y más aportadoras? (…) Nadie como yo ha sido tan crítica en su momento con letras y músicas del género. Pero esos temas como el uso de símbolos y qué se comunica, lo dejamos para un próximo debate; por ahora, el cubano rompió todo pronóstico y llenó la instalación deportiva estadounidense. Marca mango la cosa".
Quien esto escribía en su página de Facebook el pasado 29 de diciembre, al día siguiente del concierto en Miami de Bebeshito, es Ana Teresa Badía, profesora titular de la Facultad de Comunicación Social y parroquiana de la Mesa Redonda. Voces semejantes se le sumaron. "Ocurrió algo parecido con El Taiger", comentó la periodista del noticiero Agnés Becerra. "Yo, por ejemplo, no lo conocía y luego de su asesinato comencé a escuchar algunas de sus canciones que por su ritmo me gustan y escucho".
"También fui un duro crítico y hasta lo negaba a la hora de aprobar listados de música para variados programas en la radio", dijo Miguel Alba, "perooo no se puede con el empuje juvenil (…) debemos hacerles entender que para hacer crónicas de la vida diaria pues no es necesario hacer letras tan sucias en el vocabulario…"
Los comentarios se sucedieron con similar formato. Como periodista oficialista que estrena guion nuevo, hablaban del éxito del reparto, de su muy reciente conversión personal a él, del vocabulario como estorbo, pero sobre todo de lo improductivo de censurar esa música. Con tanto énfasis reiteraban que el hecho de censurar a los artistas urbanos era contraproducente, que aquello parecía un debate sobre el Decreto-Ley 349.
Lo que hace cinco años fue rebeldía frente a la imposición oficial contra artistas independientes en el Decreto-Ley 349, hoy es tema de cómplices de censores. Antes decían que el aspirante a artista que no estudió, o no estaba registrado oficialmente, o que trabajaba en contra de la moral, debía ser marginado. Hoy lamentan en secreto las malas consecuencias que ese apartheid les trajo y quieren enmendarlo.
Voceros como el director del Noticiero de Mediodía, Lázaro Manuel Alonso, también demostraron su amistad hacia el reparto en sus redes. En un programa musical de televisión discutieron la pertinencia del género, con similar simpatía. Las declaraciones temáticas han proliferado desde entonces.
La orden, obviamente, está dada: los reparteros deben regresar al pacto revolucionario que les pide solamente su indiferencia histórica hacia lo político. Aquella alienación consustancial a los productos de música "comercial" que alguna vez perdieron debido a las presiones en Miami, debe celebrarse. La muerte de El Taiger ha devuelto a la oficialidad las esperanzas de una rectificación. El reguetonero asesinado era uno de los pocos que había resistido a la influencia que instaba a tomar postura frente al régimen y parecía dominar Miami. Él seguía viniendo a Cuba, cantando en eventos organizados por el régimen, asumiendo a la autoridad de la Isla con la naturalidad con la que el hampa asume el dominio de un capo. Su luto reveló que existían miles de simpatizantes en el exilio dispuestos a pasar por alto esos detalles y que, por tanto, la posibilidad de medrar en Miami cohabitando pacíficamente con el régimen es un hecho. En Cuba no se les pide mucho: apenas que no vuelvan a hacer otro "Patria y Vida" ni alboroten a la peña con declaraciones pesadas.
"El efecto Taiger" llamaron a este regreso de la coexistencia en un podcast de Cubadebate. De inmediato, la televisión y la radio cubana se han dado a la tarea de repetir los vídeos del apodado como felino mal escrito hasta la saciedad. Acaso por primera vez el noticiero llamaba a un reguetonero duro por su nombre. El júbilo propietario es evidente.
El "efecto Taiger" llegó a su cima en el concierto del pasado 28 de diciembre en el estadio de la Universidad de la Florida, cuando una multitud de cubanos no solo vitoreó a otro heredero del silencio político llamado Bebeshito, sino que coreó consignas contra Alex Otaola, el influencer que tanto ha exigido compromiso político a los artistas. El canto era ingenuo. Es probable que los cubanos de allá estuvieran solamente interviniendo en una disputa entre famosos y no colaborando conscientemente con política alguna. Pero la ignorancia sirve a otros propósitos y el Poder lo sabe.
Lo interesante son las acrobacias que deberá hacer el oficialismo para asumir un quehacer musical que hasta hace poco marginó por representar exactamente aquello que siempre ha reprobado. El discurso intelectual de la Revolución es modernista y, como tal, en los predios de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) se desprecia el facilismo, el mercantilismo, la alienación, el individualismo, el sexismo… esos atributos del reparto. Hasta ahora quienes se prestan para la mascarada intelectual revolucionaria han tomado los valores ilustrados como bandera en una guerra cultural que dicen librar contra el capitalismo. Ya no más.
La posibilidad de enmendar a los nuevos ídolos, de hacerles ver el buen camino, o, como diría Ana Teresa Badía, "educar a los artistas y sus seguidores desde letras menos groseras y más aportadoras" parece impracticable ya. La dificultad está en que ese proyecto pedagógico ya se presentó como utopía para la sociedad cubana y le han llamado "Revolución". Ya la estructura diseñada por Fidel Castro tuvo, en teoría, el propósito de elevar a los marginados, de educar a los perjudicados de la sociedad, y fracasó. El reguetón (o, más bien, el fondo social en que florece) es la prueba de su derrota.
El régimen cubano podrá conseguir que algún repartero deje de usar las palabras llamadas "malas" —que tan bien se le daban a Francisco de Quevedo—. Pero los atributos antes dichos que caracterizan el reparto y han sido la bestia negra de la UNEAC, parecen inmutables. La razón es que su génesis excede lo artístico para internarse en lo social. El reparto es la expresión de un fenómeno social (que no pocos devotos ilustrados llamarían problema) más que de un ritmo.
Perdida entonces la posibilidad de cambiarlos y obligados por el pragmatismo a asumirlos como son, los defensores de la política cultural revolucionaria tendrán que revelar por fin su fondo utilitarista. La mejor expresión de esta ferocidad estuvo en la recepción que el youtuber ficticio creado por la Policía política llamado "El Guerrero Cubano" hizo del concierto de Bebeshito. Ajeno a todo escrúpulo o ideología que se interponga entre él y su blanco, desató su celebración del evento llamándolo orgullo para la nación cubana, celebración de amistad y amor, etc.
La máscara, por supuesto, no corresponde a este personaje vulgar que se escuda en el anonimato. Pero debe ser sostenida por quienes encabezan el discurso oficialista. Así, el programa televisivo de propaganda Con Filo, dedicó una emisión al tema. La llamó "Mango o Mandarina", en referencia a la canción de El Taiger y Bebeshito. En ella trata de darle estructura al entusiasmo. Dicen que si bien reconocen el mérito de aquellos que no se dejan intimidar políticamente en Miami (como si la Revolución no castigara hasta el destierro a los artistas) deben admitir también las falencias de "fenómenos culturales que son causa y consecuencia de nuestros errores, nuestras carencias, nuestras malas decisiones y del asedio que hemos logrado sobrevivir".
"Ser cultos sigue siendo el único modo de ser libres", afirman al rescate de un principio ilustrado de la política cultural cubana, "y aunque ganemos escaramuzas y sabemos jugar con astucia nuestras fichas para obtener victorias tácticas, el verdadero triunfo solo se obtendrá si sabemos distinguirnos de nuestros adversarios en todos los sentidos".
Es decir, al favoritismo repartero que anuncia la nueva política cultural lo ubican en el plano de lo "táctico", de lo circunstancial, mientras dejan en el estratégico la aspiración del saber modernista que han defendido siempre. Pero como suele suceder con la demagogia, la contradicción es fácil y sus propios actos los desmienten.
En la práctica, la radio y la televisión —dirigida directamente por el Partido Comunista— y, por supuesto, el mundo del glamour —dirigido por los aristócratas herederos—, se unen para poner en la cima del éxito al reparto. Los Premios Lucas eligen al "efecto Taiger" en su gala. El 90% de la selección de los mejores vídeos de 2024 corresponde a esos triunfadores. La estrategia, al parecer, ha cedido a la aplicación de la "táctica", que es su contrario. Con la promoción franca del reparto están promoviendo los valores de los que dicen querer diferenciarse.
La orden fue dada exactamente un mes después del asesinato de El Taiger, en noviembre, cuando Miguel Díaz-Canel clausuraba el X Congreso de la UNEAC con una intervención que ponderaba los pros y contras del reguetón (sin nombrarlo) y comenzaba así: "Hablemos también de las expresiones culturales actuales. El tránsito por estos cinco intensos años nos ha dejado muchas enseñanzas, una de ellas es la atención que debemos prestar desde las instituciones a las nuevas expresiones culturales que surgen. Todavía se dejan ver expresiones de menosprecio o subestimación desde posiciones a veces elitistas. Estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social".
Tiene sentido este nuevo approach del cartel de Punto Cero. Los gansteres socialistas conocen bien el engendro cobarde, resentido, ignorante y desvalorizado que ellos crearon y llamaron "hombre nuevo".
Estan concientes que de los casi 2 millones que se fueron del campo de concentracion en los ultimos 7 anos, un numero considerable de ellos seguira (se arrastrara) con mas entusiasmo a sus designios a ritmo de la vulgaridad reguetonera que por convicciones patrioticas o deberes familiares.
Por eso, seguiran construyendo y enviando al exterior a estos flautistas de Hamelín cuya unica funcion es despertar y usar a las ratas zombies como puntas de lanza de sus intereses, tanto para torpedear las iniciativas o el sentido contestario del verdadero exilio como para servir de mulas obedientes, y a no muy largo plazo cambiar las intenciones de voto en las comunidades una vez que juren (mientan) como ciudadanos naturalizados.