La selección oficial en concurso del V Festival de Cine INSTAR, a celebrarse del 28 de octubre al 3 de noviembre próximos, comprende un cuarteto circunstancial de cortometrajes que deviene muestrario apreciable de los vigorosos rumbos discursivos y estéticos tomados por el audiovisual cubano, a saludable distancia del estéril oficialismo fílmico de la Isla.
Si bien no puede hablarse de un "movimiento" cohesionado, tampoco es errado incluir a Petricor (Violena Ampudia, 2022), La historia se escribe de noche (Alejandro Alonso, 2024), Souvenir (Heidi Hassan, 2024) y Parole (Lázaro González, 2024) en una "nueva ola" fílmica cubana propulsada principalmente desde el campo de directores y productores independientes, ahora ya residentes casi por completo en la diáspora.
A partir de una construcción del relato fílmico asentada en lo fragmentario, lo intimista y existencial, a la vez que ensayístico, en pos de generar imágenes líricas, estas cuatro películas confluyen en una poética del desarraigo, la ausencia, la angustia y la tiniebla. Desde sus diferencias, parecen reconocerse como legatarios del hito que el cortometraje documental The Ilusion (Susana Barriga, 2008), marcó en el abordaje fílmico del exilio cubano.
Parole se revela como el título más estéticamente cercano al referido título de Barriga, dada su narrativa paralela y contrastante, en la que se combinan imágenes plúmbeas, melancólicas y solitarias que simbolizan la condición desarraigada en que parece reconocerse su director, con los ecos cálidos, familiares, que arriban desde el hogar natal, situado a una distancia imposible.
Ahora, contrario a la colisión traumática de Barriga con su padre emigrado —cercano en ese momento, pero inalcanzable— que esta registrara fuera de campo en The Ilusion, González revela a su madre, aún residente en Cuba, como una inaccesibilidad entrañable que lo motiva a persistir en su exilio estadounidense, en no mirar atrás, a la Gomorra insular, so pena de transformarse en una estatua salada.
Tras el repaso histórico que emprende en su previo documental Sexilio (2021), sobre los "marielitos" homosexuales, González parece estar listo para enfocar su curiosidad y análisis sobre sí mismo, como sujeto migrado del presente. Su persona se expande en cartografía de la eterna separación que sigue determinando a Cuba como una isla sajada y descuartizada en "menudos pedazos", que germinan lejos de la matriz geográfica, debatidos entre la esperanza y el anhelo.
Para Violena Ampudia, el dilema del exiliado tiene una precisa y delicada metáfora en el jardín flotante que se abigarra sobre las mesas de su "campamento" temporal en Bélgica, durante su residencia creativa en Docs Nomads, que favoreció la filmación de Petricor. Una miríada de frascos de cristal contiene frágiles plantas, cuyas raíces no conocen aún el suelo en que por orden natural deberían arraigarse.
Este monte de igual origen cubano que Ampudia, permanece en un estado precario, intermedio, de peligrosa transitoriedad. Ni siquiera tienen la suerte de un vivero, que los proveería de pequeñas porciones de terreno para favorecer sus primeros crecimientos. Corren el peligro de atrofiarse o morir ahogados a corto plazo, sin poder aferrarse a nada. Su desarrollo está comprometido, amén de los cuidados que se les prodiguen. Son seres tan en crisis como su cuidadora, que igualmente parece sentirse en territorio igual de inestable; aunque más posible que el país que dejara en un pasado irreversible.
La realizadora lidia con la reconstrucción psicológica y cultural que le impone el exilio en un mundo figurado como una bella pero extraña marisma donde la emoción contrasta con la nostalgia, licuando toda posible sensación de estabilidad.
Heidi Hassan quizás haya filmado, junto a Patricia Pérez, una de las memorias fílmicas sobre el exilio cubano contemporáneo más intensas y personales: el largometraje documental A media voz (2019), en el que vuelca todo su alijo de memorias, añoranzas y melancolías. Tras este sensible exorcismo, Souvenir remonta el sendero del alegato, la denuncia y hasta la rabia.
El paseo por un museo alemán dedicado a la nostalgia ingenua por los tiempos de la antigua República Democrática Alemana (RDA), en Berlín, provoca en la autora una reacción simultánea de azoro y furor ante la veleidad romantizadora de que ha sido objeto este período histórico, tan aciago para esa nación, dividida tras la Segunda Guerra Mundial, y para todas las naciones bajo el yugo del imperio soviético.
Cuba es un retazo renuente, extemporáneo, enquistado y absurdo de esas épocas. Lo que para los europeos es un pasado lavado por la nostalgia, el pintoresquismo y la frivolidad, para los cubanos es un presente estancado y denso. "¡Basta, salgan de mi casa!", espeta la realizadora a los visitantes que curiosean en la "habitación modelo" que reproduce el "confort" de una familia socialista de los 70 o los 80, en la totalitaria RDA.
La película emana la impotencia del infestado por la Plaga que presencia cómo sus bubos se convierten en atractivos turísticos para seres futuros nostálgicos de tiempos de muerte y pudrición que no vivieron. Hassan parece sentir que los visitadores recorren los recovecos más insondables de sus entrañas sin pedirle permiso. Invaden su dolor, que es un dolor lancinante, perpetuo, y se toman selfies junto a su interminable alarido de exiliada.
En tanto, La historia se escribe de noche recorre un sendero expresivo más críptico respecto a las otras tres películas, que sugiere al espectador sublimarse como entidad sensorial pura, capaz de emprender un viaje iniciático cuya primera etapa es la sumersión en un universo de sombras.
La película transcurre en una noche eterna, construida con registros de algunos de los apagones que matizan y azotan la cotidianidad de los cubanos en Cuba. Alonso urde un apagón poético que suspende la realidad, la engulle y arropa en un tiempo sin tiempo. Cuba es un país autosegregado del tiempo. Su oscuridad es un absoluto que ya no requiere de clasificaciones, pues no cuenta con antípodas que se le opongan. La luz no existe aquí. Solo algo que antes fuera oscuridad y ahora lo es todo.
Alonso invita también a sentir nuevamente el cine como una experiencia inmersiva, descontaminada por los contextos que aúllan alrededor de las pequeñas y pequeñísimas pantallas. Propone un viaje al pasado —mejor, un periplo atemporal—, cuando el cine era una ceremonia, un culto a los dioses de la gran pantalla, un ritual que también suspendía la realidad, pero de una manera mágica. Los apagones no son mágicos, la miseria no es bella, la realidad absurda que provocan es agría, envenenada. Pero Alonso consigue componer con el horror un conmovedor réquiem apocalíptico por la nación naufragada entre tinieblas.