Solíamos bromear con nuestros apellidos, y nos saludábamos a través del correo electrónico como supuestos primos, pero en realidad, si algo fui suyo, fue su alumno. Acaba de fallecer en España el investigador, crítico, teatrólogo y profesor Carlos Espinosa, y la notica que me llegó esta mañana a través de una amiga común me impide aún organizar debidamente, no solo los recuerdos de índole personal que compartíamos, sino todo lo que en su vida logró hacer este hombre, que hizo de la memoria, el rescate, la invitación al diálogo desde la crítica su verdadera biografía.
Nacido en Guisa, en 1950, se graduó en la especialidad de Teatrología, en la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte. En 1975 había enviado al diario Juventud Rebelde una reseña sobre varios espectáculos presentados en el Panorama de Teatro y Danza de ese año. La nota, que escribió a instancias de un amigo, fue publicada, y a partir de ahí siguió colaborando con dicho periódico, al tiempo que estudiaba ya en los predios de Cubanacán. Su gusto por la literatura, que consideraba su pasión primordial, se acopló también al interés por el teatro y a lo largo de su trayectoria combinó ambos intereses, en una línea que solo su repentina muerte ha venido a interrumpir.
Tras graduarse, trabajó en Teatro Estudio y Casa de las Américas. Fue uno de los integrantes del equipo que preparó las memorias del primer Festival de Teatro de La Habana, y la revista Conjunto dejaba leer sus reseñas con frecuencia. Al mismo tiempo, preparó antologías (algo que se haría recurrente y que le permitía demostrar su amplio conocimiento) sobre teatro musical, teatro juvenil, entremeses españoles o la dramaturgia de Joaquín Lorenzo Luaces. Su curiosidad era también signo de su puntillosa preocupación por el dato exacto y confirmado, por el registro minucioso de fuentes, y como crítico fue siempre elegante, uno de los pocos en la tradición de dicho oficio en Cuba capaz de decir cosas no siempre "constructivas" acerca de un espectáculo sin caer en la rudeza ni la falta de respeto. Creía en el crítico como un espectador participante y comprometido, no como un juez del que debía esperarse una sentencia fulminante.
Su salida de Cuba se produjo a fines de los años 80. No fue una experiencia grata, y la Casa de las Américas lo despidió sin una nota de agradecimiento. De hecho, una carta firmada por la directora del Departamento de Teatro en aquellos años advertía a quien se interesara por su destino que sería preferible no ayudarle, en un ejemplo contundente de hasta dónde podía llegar el ahogo que llegó a sentir en esa institución, a la que se negó a volver a entrar cuando por fin regresó a la Isla. El trabajo responsable que ya había acometido fue más poderoso que esas advertencias de censores y homófobos, y por suerte en España pudo seguir incrementando su bibliografía, añadiendo a lo que ya había publicado títulos de relevancia.
En 1986, año de su partida, había aparecido por Letras Cubanas su Cercanía de Lezama Lima, donde recopila textos acerca del autor de Paradiso, y que aún hoy es un título fundamental de esa operación que devolvió a la luz la obra y el carácter del gran escritor cubano. Apenas lo concluyó, decidió hacer un proyecto semejante acerca de Virgilio Piñera, aunque concebido como una coral de voces que pudieran dar fe de las muchas contradicciones y paradojas que rodeaban al gran dramaturgo, poeta y narrador. Ese proyecto, sin embargo, se tardaría mucho en aparecer, y no vería la luz sino hasta 2003, con Ediciones Unión. En ese arco de tiempo preparó otros títulos, y participó como gestor en diversos proyectos culturales. Cuba fue siempre el lugar donde radicó espiritualmente, y a favor de la cultura de su país natal aprovechó cada minuto de su vida.
Cuando aparece en 1992 su antología Teatro cubano contemporáneo, preparada como parte del proyecto por los 500 años del encuentro entre dos culturas y publicada por el Fondo de Cultura Económica, consigue uno de sus mayores aportes. El libro, que he comprado una y otra vez, fue por muchos años inalcanzable en la Isla, pese a que su eco allí fue notable. Rine Leal, el más importante de los críticos teatrales cubanos, le dedicó un minucioso análisis en La Gaceta de Cuba, abogando por abrazar definitivamente la idea de una dramaturgia nacional por encima de diferencias y exilios, que fue respondido en un número siguiente por una torpe respuesta de Enrique Núñez Rodríguez. La Antología… no solo escoge textos esenciales de nuestra escena, sino que además suma prólogos, notas, cronología, que aún me son útiles. Y ello pueden también decir muchos de mis colegas.
Cuando pasa de España a Estados Unidos, en 1998, trabaja como profesor, mantiene su labor como crítico, y se gradúa como doctor en Español en la Florida International University. Allí finalmente le conocí, en Miami, a mi paso en el 2001-2002. Fue la posibilidad de anudar una amistad, de agradecerle a viva voz lo aprendido a través de sus libros, y de establecer una red de contactos mediante correos electrónicos, cruce de libros y revistas, datos y referencias que perduró, como quien dice, hasta hace unas horas. De ese diálogo brotaron incluso proyectos donde me invitó a colaborar, como los dossiers que preparó para la revista Encuentro de la cultura cubana, o la efímera publicación La Ma' Teodora, que alentó junto a Alberto Sarraín.
Dedicó esos años de estudio a replantearse un mapa de la literatura cubana en el exilio, y de ahí proviene su estudio El peregrino en comarca ajena, la antología poética La pérdida y el sueño, que recoge la obra de autores radicados en la Florida. Como prueba de su entendimiento de la labor del crítico publicó Lo que opina el otro. En todos esos libros desplegaba su saber sin pedanterías, porque como dijo alguna vez en todos sus textos "está presente la preocupación por la transparencia y la voluntad comunicativa". Rescató libros raros, publicó a sus expensas nuevas ediciones de piezas de Casal, recogió las entrevistas que hizo a diversos escritores bajo el título Todos los libros, el libro. Y en varios de esos esfuerzos tuvo a su lado el buen gusto de ese excelente diseñador que fue siempre Umberto Peña.
Gracias a sus retornos a Cuba apareció al fin Virgilio Piñera en persona. Y luego en la Isla verían la luz sus compilaciones de crónicas lezamianas, páginas de Gastón Baquero y Eduardo Manet, o su libro-entrevista con Héctor Quintero, que la muerte del dramaturgo no le permitió completar según lo que imaginaba. En Perú, dialogó con numerosos teatristas y preservó sus testimonios en varios volúmenes. Y con editoriales como Verbum sacó a la luz otros empeños, dedicados a recuperar las figuras de Lino Novás Calvo, Jorge Mañach o Esteban Borrero. Hace poco apareció por esa editorial un conjunto de piezas de Yunior García, para la cual además redactó la introducción. En todo ello puso a prueba su tesón y su paciencia, como quien piensa en un lector de hoy y el de mañana, reconstruyendo una idea de Cuba diversa y capaz de multiplicarse en otras tantas posibilidades de su cultura y su identidad.
Sus amigos recordaremos sus correos, en los que nos enviaba noticias culturales y cualquier cosa que pensaba podría ser interesante, sus quejas por achaques de salud reales o imaginarios, sus anécdotas en las que no faltaba un toque de humor, porque siempre parecía acecharle alguna dosis de fatalidad que se resolvía en chistes. Supo eludir resentimientos y comentarios amargos, aunque no olvidó a quienes intentaron dañarlo o menospreciarlo. Sencillamente, puso por encima de eso su trabajo, que no fue solo el del investigador ni el del referencista. Cuando le dediqué la conferencia que presenté a instancias de Desiderio Navarro acerca de los desmanes del "Quinquenio Gris" contra el teatro cubano ("Las máscaras de la grisura: teatro, silencio y política cultural en la Cuba de los 70", 2009) no faltó quien se molestara. Generoso, me regaló datos y referencias para ese estudio, y lo que he ido acumulando posteriormente sobre esa misma investigación, está en deuda, sin dudas, con la persona, el intelectual y el amigo que fue Carlos Espinosa.
La deuda que tenemos con él es la que su obra nos revela: un largo empeño de reconstruir nuestra historia y la cultura cubana sin tapujos y sin las frivolidades de una moda pasajera. Estaba consciente de sus aportes, sin alardear jamás de ellos. Muchos, como yo, podrán confirmar de qué modo nos seguía solicitando crónicas y reseñas para Cubaencuentro, del cual fue editor hasta su muerte, esa noticia que aún me sacude y que ha hecho a no pocos llamarnos para tratar de confirmarla, porque aún estamos tratando de procesar algo tan duro e inesperado. En mis libreros, junto a los de los autores a los que dedicó sus días, tardes y noches, están sus títulos. En esa compañía, de la que nos ha hecho más que lectores, cómplices, quiero despedir a Carlos Espinosa Domínguez, desde la gratitud del alumno que he sido, y espero seguir siendo, como tributo a su callado e imprescindible magisterio.
Gracias, Norge, por ese homenaje merecido.
Lo conocí en Estados Unidos, y gracias a su generosidad, me adentré en la obra de otro de los grandes escritores cubanos: Carlos A. Díaz Barrios.