Wilfredo Cancio, en un obituario del periódico Café Fuerte, aporta los datos biográficos de la difunta Nancy Pérez Crespo, cuyo apellido de soltera fue Turuseta.
Nunca supe mucho de ella, la conocí, simplemente, como la dueña de la librería más importante que tuvo jamás Miami: SIBI.
Tampoco supe nunca qué significaba esa sigla.
Recuerdo que en el año 1980 la escritora Marcia Morgado me llevó a la librería de Nancy y Juan Manuel Pérez-Crespo, en un centro comercial de la 95 avenida del South West y Bird Road. Por entonces, Marcia era mi vecina en Coconut Grove y nuestros patios colindaban.
SIBI era un local largo y ancho, con estanterías altas y una gran mesa de madera rústica situada al fondo, bajo lámparas industriales. Alrededor de la mesa estaban reunidos unos personajes antiguos, como salidos de algún álbum de Cuba, con peinados de peluquería y atuendos formales, que Marcia fue presentándome. Esa noche memorable llegué a SIBI con el poeta Pedro Jesús Campos y mi mujer de entonces, la madre de mi hijo.
La concurrencia de la peña de Bird Road variaba cada semana. Asistíamos a las reuniones los viernes por la noche, en la época post-Mariel, tal vez a pocos meses de haber salido Pedro del Tamiami Park, donde fui a reclamarlo, recién llegado de Key West, luego de una travesía de tres días en un bote camaronero.
Un poco antes de llegar a SIBI, Pedro y yo nos habíamos tropezado en la Librería Universal con Reinaldo Arenas entre los anaqueles del fondo, donde estaban los libros de poesía. Pedro llevaba shorts rojos de nylon, y Rey hotpants y camiseta sin mangas, lo cual hizo exclamar al académico Ángel Aparicio Laurencio, de Redlands University, que atendía la registradora con el filósofo Huberto Piñera, que jamás había conocido a unos poetas tan sexys.
Pedro me había presentado a Rey en el Parque de la Fraternidad en los primeros 70, pero no fue hasta ese día que cayó en mis manos Celestino antes del alba y que pude calcular quién era realmente aquel personaje borroso de la noche habanera.
El encuentro de esos dos mundos ocurrió en el mismo año 80, en la librería SIBI. El sexiness marielita irrumpió en el ambiente solemne del cenáculo. Nuestros contertulios eran Lydia Cabrera, Carlos Montenegro, Pura del Prado, María Teresa de Rojas, Guillermo de Zéndegui y Rafael Estenger, entre otros monstruos republicanos que fuimos entendiendo muy poco a poco.
Aquella mujer atractiva de ojos verdes y disparatada melena rubia, gruppie de Reinaldo y dueña de la librería, y su apuesto marido de barba griega, eran, sencillamente, gente bella por dentro y por fuera. Fuimos recibidos en un ambiente cálido, y también erótico, a su manera.
Montenegro, ya con ochenta años en las costillas y a punto de morir (1981), era un hombrazo que llevaba prendida al cuello una novia que podía ser su hija. Pura del Prado, era una mujerona imponente cuya poesía hablaba de escalofríos en la piel y aullidos de gata en celo. Había sido amante de José Ángel Buesa, otro tertuliano, y tal vez de Fidel Castro.
Lydia, por supuesto, mucho antes de la bobería queer y la sovietización genérica, llegaba los viernes de SIBI con su esposa de los años, la más encantadora parejita de lesbianas aristocráticas.
Pobres de aquellos que no conocieron ese Miami cultivado, con cinco grandes librerías cubanas y numerosas revistas y editoriales. Pobre de aquellos que no vieron a Pura declamar en la tertulia de SIBI. Estuve allí (¡en Hialeah señoras y señores, en Palm Avenue!), la noche en que Fernando Arrabal presentó a René Ariza, dirigido por Dumé, en el estreno de uno de sus melodramas.
Ese es el único Miami que llegó a hacer gran cine con los esposos Miñuca y Fernando Villaverde, cine erótico vanguardista y documentalismo bajo los puentes. Gracias a Nancy y a Juan Manuel, Reinaldo Arenas tuvo una plataforma en SIBI, porque esa pareja de locos librescos acogió sus arrebatadas comparecencias y soportó estoicamente la cruel pachorra de uno de nuestros grandes cínicos.
Al lado de Nancy, que lo sobrellevaba todo, vi a René Ariza volcar la mesa de un restaurante de Coral Gables porque al camarero se le ocurrió servir un bistec, por equivocación, al vegetariano militante que era.
Ese fue el Miami de los Pérez-Crespo, el Miami de Nancy Turuseta, la rubita de ojos verdes que fundó una cultura literaria en Hialeah, en el patio de su propia casa, la que abrió un teatro experimental en la calle Ocho y la 57 avenida, donde hoy, según creo, hay una mueblería de atrocidades chinas. Con Nancy Pérez-Crespo muere un poco de lo poquísimo que queda de aquel Miami.
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Hace diez años, recibí esta nota de Nancy, con foto adjunta:
Querido Néstor: Organizando el archivo de fotos de la Librería SIBI encontramos esta. En ella estás en compañía con mi siempre recordado amigo Pedrito y de una chica que no recuerdo el nombre. La fecha exacta no la tengo, pero sí el año: 1982. En los rostros se ve la bella inocencia de los adolescentes.
Que en Gloria descanse su alma.
Que en Paz Descanse
Sí, señor, qué Miami! Y qué Nancy, puro corazón. Tu mirada en la foto es impagable Gracias, Néstor.