En su momento de mayor auge constructivo, el cine, como tipología arquitectónica, se enriqueció con múltiples soluciones que, de manera puntual, crearon espacios singulares en La Habana. Ejemplo fueron los cines atmosféricos, como el antiguo Riviera (1927), el Encanto (1928) y el Verdum (remodelado en 1933). En su interior se recreaban espacios exteriores que hacían sentir al espectador como si estuviera en una plaza, formada por falsas fachadas en las paredes laterales y alrededor de la pantalla, y bajo la bóveda celeste, pintada en el techo del cine Encanto, y visible en el Verdum gracias a su cubierta deslizante.
Por su parte, el cine Lutgardita (1932) llevó a Rancho Boyeros la imaginería maya, creando un edificio totalmente ecléctico donde sobresalen elementos decorativos y estructuras propias del pasado mexicano. Es el único edificio con una decoración semejante en La Habana, no solo de esta tipología.
La incorporación del estilo racionalista en los cines estuvo marcada por la construcción del Metropolitan (1945), en 13 entre 76 y 78. Pero, sin dudas, dos años después el edificio Radiocentro marcó las pautas para su total asimilación en este tipo de inmueble. En ellos destacó la amplitud de los vestíbulos, la expresividad de las marquesinas caladas con luminarias, los rótulos de neón y tipografía moderna, las fachadas asimétricas, el uso de celosía y quiebrasoles, los suelos de terrazo, y la ambientación con jardines y obras de arte. Ejemplos relevantes fueron el Ambassador (1949), el Rodi (1952, luego Mella), el Mara (1955), el Rampa (1955) y el Acapulco (1957).
Las artes plásticas tuvieron una presencia importante en los cines modernos, ya fuera en el diseño de fachada (Lido, 1957) o en el interior. Muy recordada es la escultura "Ilusión", de Rita Longa, que decoraba el vestíbulo del Payret, y los murales escultóricos del Astral (1947) y del City Hall (1951).
Algunos proyectos de cines integraron edificios comerciales, de oficinas o de apartamentos, sin llegar a conformar los grandes complejos inmobiliarios donde hoy se insertan las salas de muchos países. Me refiero a edificios de dimensiones moderadas como los que ocuparon los cines Atlantic (1950-1953, luego Chaplin), Mónaco (1959) y Omega (1956). A la inversa, el Cinecito (1913), en su remodelación de 1940, adicionó dos plantas de apartamentos sobre la sala. Este ha sido uno de los pocos dedicado de manera exclusiva al espectador infantil.
Para completar la gran diversidad de diseños que en sus múltiples exponentes abarcó el cine habanero, en la década de 1950 se construyeron tres autocines en consonancia con la gran propagación del automóvil. Ellos fueron el de Vento (1955), con capacidad para 800 vehículos, y los de la Novia del Mediodía y Marina Tarará (1958), para 500 autos. Ninguno existe hoy.
Después de 1959, la producción cinematográfica cubana se desarrolló considerablemente; sin embargo, no se construyeron más cines en la capital, salvo el IX Festival, en Alamar, en 1978. Algunos pocos se modernizaron tecnológicamente, como fue el Radiocine, reinaugurado a inicios de 1970 como Jigüe. Esta sala, cuyo espacio ocupa la Casa de la Música de Centro Habana, era la única que exhibía en formato de 70mm con sonido multicanal. Actualmente, el cine Chaplin es el único homologado THX, es decir, que cumple con la normativa de los laboratorios Dolby para garantizar un sonido de sala óptimo.
Después de 1959 todavía existían algunos cines sin aire acondicionado, donde el ruido de los ventiladores enmascaraba el sonido de la película. Entre ellos, el Gran Cinema y el Santos Suárez, el cual también tenía columnas intermedias que dificultaban la visión.
Fuera de los circuitos de distribución comercial habituales, la programación incluyó películas europeas, asiáticas, latinoamericanas y de la antigua URSS. También se proyectaron, y se proyectan, filmes estadounidenses obtenidos por canales de dudosa legalidad. Realmente se ha visto de todo, incluyendo copias de cine. Entre las décadas de 1970 y 1980, muchas películas eran confeccionadas a partir de distintas copias de uso, con lo cual podían variar de coloración durante la proyección o romperse, después de lo cual se escuchaba gritos de "¡cojo, suelta la botella!".
Hasta la década de 1980, la programación fue variada y abundante, se hacían entre dos y cuatro estrenos semanales, y la cartelera se anunciaba los jueves a través del periódico Granma. La cinefilia ha estado apoyada en las últimas décadas por los múltiples programas de televisión dedicados a la crítica y el comentario cinematográfico, así como por revistas especializadas.
El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, fundado en 1979, ha jugado un papel fundamental en la cartelera anual, así como el Festival de Cine Francés (1999) y las pequeñas muestras que usualmente acompañan las semanas culturales dedicadas a distintos países europeos. Sin embargo, la visita al cine ha cambiado. Disminuida la calidad y cantidad de ofertas y espacios de proyección, ya no se hace de manera regular. La audiencia se concentra en asistir a eventos puntuales por esnobismo, y no suele optar por una película peruana, polaca o francesa fuera de un festival.
Entre 2008 y 2013 proliferaron en la ciudad, al interior de muchas viviendas, pequeñas salas de proyección de películas 3D. Eran negocios discretos y hasta cierto punto precarios que surgieron con la apertura laboral que hubo esos años. Fueron prohibidos alegando motivos de ilegalidad y contenidos inadecuados. Físicamente no tenían ninguna relevancia y no merecería mencionarlos si no hubiesen manifestado la avidez del público cubano por ofertas cinematográficas diferentes, atractivas, incluso sensacionalistas, en especial dirigidas a los jóvenes.
Hoy, el patrimonio inmueble cinematográfico de La Habana está sensiblemente deteriorado y atrasado tecnológicamente. Apenas subsisten unos 60 cines, de los cuales solo la tercera parte mantiene su función original. Algunos están en ruinas, otros han asumido distintas funciones, como locales de ensayo y centros culturales, y otros han sido arrastrados por la fiebre hotelera del Gobierno, como el Fausto y el Payret. Así, entre la pena y la zozobra, queda el recuerdo y la evidencia de un pasado cultural con importante expresión en la arquitectura que, a pesar de lo perdido, sigue siendo el último baluarte de las salas de cine individuales de Latinoamérica.
Los cines Duplex y Rex tenían asientos reclinables, diseñados por un Ingeniero cubano que los patentó.
Los dueños del Gran Cinema eran también los dueños del Alameda, ellos vivían en Patrocinio. En el Cinema había programa doble que cambiaban a diario, ahí vi de todo desde Tiempos Modernos hasta películas de "los países amigos" que la mayoría no había quien se las tragara, otra cosa era lo que venía de Francia, Italia y España o Japón aunque es cierto que también había algunas infumables.
Lo de "cojo suelta la botella" se solía escuchar en cines "de barrio" pero nunca lo escuché en El Payret, La Rampa, Trianon u otros por el estilo.
Gracias a Yaneli Leal. Si algo fue realmente útil a la cultura del cubano fue que tras el 59 --por las razones conocidas de la bronca con EEUU-- el cine en Cuba agrandó sus fronteras hacia otras latitudes como Asia, y sobre todo hacia el cine europeo socialista o no, y dejó de exhibir prioritariamente estrenos de EEUU. Por otra parte, es un hecho que hoy en muchos países los cines ya no tienen la afluencia de público de antes. Los videos y las ofertas de streaming han trasladado a la gente a la comodidad de sus casas. Pero en el caso cubano ese fenómeno fue producto del mal estado y abandono de las salas por parte del Estado, único dueño y promotor. En cuanto a los escasos asistentes que todavía se ven en el Festival de Cine LA, me pregunto si es "por esnobismo", como dice la autora, si es por pobres ofertas de otros entretenimientos, o por qué otra razón. Siempre es difícil entrar en la siquis de la gente.