Mi primer encuentro con el nombre y obra de Geandy Pavón fue en las páginas del libro de Lynette M.F. Bosch, Cuban-American Art in Miami. Exile, Identity and The Neo-Baroque (2004). Las obras reproducidas en el libro representaban alegóricamente imágenes de pescados (un símbolo universal de tantas cosas) en brutales encuentros marciales.
Era obvio que el joven pintor admiraba la gran pintura flamenca y alemana (El Bosco, Brueghel el Viejo, Grunewald y Durero) y se nutría de autores como Platón, Kant, Hegel y Nietzsche. Técnicamente estas obras también reflejaban su interés por el oficio de la pintura, que exploraban la mezcla de la tempera y el óleo.
Desde entonces me encontré con su obra en exposiciones, catálogos y artículos. Con el tiempo su pintura evolucionó hacia un realismo entre fotográfico y minimalista, con cierta frialdad neoclásica. Siempre cargada de contenido sociopolítico y filosófico, estas pinturas me interesaban conceptualmente, pero no me conmovían más allá de su virtuosismo técnico.
La necesidad de ganarse la vida lo llevó al campo de la publicidad, y fue, creo yo, su encuentro y práctica de la fotografía comercial lo que ha transformado su producción visual en una obra de verdadero peso. Aclaro que no creo que Pavón sería el artista que es hoy sin sus años de estudio y práctica de la cosa mentale, como llamaba Leonardo a la pintura. Pavón posee un oficio pictórico profundo: lo aprendió desde pequeño con dos de sus tíos que eran pintores; mas tarde los estudios continuaron en la Escuela Elemental de Artes de su pueblo natal, Las Tunas, y culminaron en la Escuela Nacional de Artes en La Habana.
Como fotógrafo tenemos sus fortísimas series en blanco y negro The Cuban Americans (que exhibió en el Instituto Cervantes de Nueva York); y la de presos políticos (exhibidas en la Ben Shahn Gallery de William Paterson University —el padre del artista fue preso político, al igual que su mentor Jorge Valls); las conmovedoras imágenes a color de los cubanos varados en Costa Rica y tratando de llegar a EEUU. Estas series son fotografía como arte, arte de testimonio y solidaridad, parte de esa árbol genealógico-visual que incluye a August Sander, los estadounidenses del Farm Security Administration, a Robert Frank y el también cubano Julio Mitchel. Y también recordemos sus proyecciones de rostros de presos cubanos y del artista chino Wei Wei en las fachadas de la Misión de Cuba y el Consulado de China —claros ejemplos de artivismo.
Debido a la pandemia de Covid, la obra de Pavón dio un gran salto con su serie de la cuarentena. Obligado a crear con mínimos recursos durante una visita (que se extendió a 40 días por el Covid) a su compañera la actriz Imara López en Búfalo, Nueva York, Pavón (con la colaboración de López como modelo) creó fotos de formato de 16 x 20 pulgadas, donde el homenaje, la parodia y la conversación iconográfica con la historia del arte renacentista y barroco forman un sólido corpus. Los Bellini, Caravaggio, Zurbarán y Velázquez (y hasta un poco de Cruz Azaceta y Arturo Rodríguez) sirven de referencias, pero la obra es Pavón absorbiendo y transformando a su propio vocabulario visual.
La sensibilidad de Pavón es barroca hasta el tuétano, en el mejor sentido del término. Me refiero aquí, no al barroquismo recargado y metafóricamente insoportable de Góngora y Lezama Lima, sino al de Quevedo y Calderón, y el primero y bueno Carpentier (pre-1959). Es decir, un barroco enraizado en la materia, cuya espiritualidad parte de su carnalidad. Esta serie fue expuesta en Washington, DC y en el Museo de Coral Gables, y ha sido analizada y comentada por la historiadora de arte Lynette Bosch.
La otra noche, gracias a la insistencia de mi gran amigo el mecenas y cineasta Jorge Moya, por fin visité el taller de Pavón en Weehawken, Nueva Jersey. Llegamos a las 7:00PM y nos fuimos a las 12:00AM. Las horas se fueron mirando su más reciente serie, Dioramas de la Libertad. Con esta serie de 15 extraordinarias obras, el artista da un salto más audaz todavía. Primero tengo que mencionar el proceso.
Pavón ha creado dos escenarios en pequeño formato (algo así como 30 x 40 x 20 pulgadas) hechos de madera, todos los objetos y utensilios que aparecen en las composiciones han sido hechos en miniatura en espuma de poliestireno y pintados a mano. Otra vez Imara López es su colaboradora/modelo. Pavón construye dioramas en miniatura dentro de un escenario de madera (el teatro de la historia) e Imara López posa como la figura de la Libertad (creada por Delacroix en su obra maestra del 1830). Pero esta libertad es una mujer negra del Caribe, vestida de amarillo como Ochún. Esta vez es el arte del neoclasicismo, romanticismo y realismo los que sirven al artista para entablar sus conversaciones visuales. David, Ingres y Goya son parte del repertorio, pero en el centro esta Delacroix con su "Libertad guiando al pueblo", y en una de las últimas imágenes de la serie aparece una irónica y casi borgiana referencia a "El taller del pintor: una verdadera alegoría sumando siete años de mi vida artística", el magistral lienzo de Gustave Courbet de 1854-55.
Humo, tormentas y apariciones entran y salen entre las dos cortinas rojas que enmarcan las escenas. Ángeles caídos, un carrusel con caudillos a caballo, galgos atacando a un venado, la Virgen de la Caridad del Cobre, composiciones vistas desde atrás, deconstruyendo nuestra usual vista de la historia como meros espectadores, el escenario semi vacío… la historia como tragedia, comedia, farsa.
Una constante en casi todas las fotos de la serie (en gran formato y a todo color) es que la figura de la Libertad aparece a un costado, como una modesta testigo de nuestros desastres, hasta cuando irónicamente se observa a sí misma en medio de la acción. Una de las imágenes más fuertes para mí es de la Libertad quemando la bandera de Cuba: las palabras sobran, he ahí todo el pasado y presente y futuro, el dogma y la desilusión. Recordemos la frase de E. M. Cioran: "La historia moderna, de la revolución industrial para acá, es una pesadilla alucinante, que solo podemos escapar con el riesgo de la libertad".
En este momento de nuestra historia —desde la crisis medioambiental hasta el deterioro y brutalidad total del neoestalinismo cubano, el trumpismo y sus fascismos, el racismo institucional y la debilidad de la democracia en EEUU, el feroz populismo de izquierda en Latinoamérica y la expansión de la inigualdad por el mundo entero— esta serie de Dioramas de la Libertad no solo es arte de gran rigor y belleza formal, es arte de conciencia, que nos hace pensar, que nos molesta y altera, como lo hizo Goya y Delacroix, Courbet y Kathe Kollwitz, Orozco y Leon Golub.
Geandy Pavón en estos Dioramas de la Libertad nos propone algo difícil y sencillo a la vez: tener conciencia y ser libres. Una cosa no puede existir sin la otra. Estas obras me recuerdan las austeras palabras de Orozco: "El arte es la inteligencia al servicio de la emoción".