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Cine

Tras los pasos de Guillén Landrián, de la irreverencia al exilio

El documental de Ernesto Daranas constituye el ejercicio de exploración y análisis más completo sobre la vida y obra del irreverente documentalista Nicolás Guillén Landrián.

Cienfuegos
Nicolás Guillén Landrián pintando en Miami.
Nicolás Guillén Landrián pintando en Miami. Ernesto Santana Zaldívar

Han transcurrido más de dos décadas de la muerte del irreverente cineasta cubano Nicolás Guillen Landrián (Camagüey, 1938-Miami, 2003) y su obra todavía suscita controversias, como suele suceder con todos los artistas cuya existencia forma parte indisoluble del mito y esa es la clave de su trascendencia.

Varios fueron los factores y circunstancias que condujeron a Landrián a abandonar su país en 1989 junto a su segunda esposa Gretel Alfonso para radicarse en Miami. No solo su posición contestataria y desafiante ante un contexto tan hostil a la creación artística, colmado de dogmatismos y extremismos, sino su filosofía de la vida vista como extravagante para el conservadurismo imperante, su afición a la marihuana y su sentido de la libertad. Según sus propias palabras: "No he encajado nunca en ninguna parte, salvo en mi obra".

Tales argumentos sirvieron al cineasta Ernesto Daranas, realizador de los filmes Los dioses rotos (2008) y Conducta (2014) para rodar su documental Landrián (2022), que constituye el ejercicio de exploración y análisis más completo sobre la vida y obra de Guillén Landrián, una colosal radiografía estructurada desde la perspectiva de su viuda Gretel Alfonso y el fotógrafo Livio Delgado, quien colaboró en el proceso de creación de los documentales En un barrio viejo (1964)  y Ociel del Toa (1965).

El documental de Daranas posee el mérito de explorar también su faceta como artista plástico, expresión del arte que Guillén Landrián cultivaba desde Cuba y que fue su sustento económico en el exilio y otra forma de expresar su complejo mundo interior.

Salvando diferencias contextuales, el espíritu de Landrián se encuentra latente en cada artista irreverente cubano y en el imaginario social de todos aquellos que protestaron en La Habana frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre del 2020 para reclamar libertad de creación.

Resulta fascinante ver a Gretel Alfonso narrar los pormenores de las experiencias traumáticas que sufrió el cineasta en la Isla, el precio que tuvo que pagar por sus irreverencias, el acoso constante de la Seguridad del Estado, las vejaciones que afectaron su salud mental debido a los electroshocks que le aplicaron sin justificación alguna y que fueron la causa fundamental de la esquizofrenia que le diagnosticarían años después. La  odisea experimentada por Guillén Landrián influyó en su estética inconexa y desequilibrada, perceptible en un filme como Coffea Arábiga (1968), una de sus últimas obras rodadas en Cuba y que alerta sobre los peligros de los excesos totalitarios del Quinquenio Gris y de las décadas posteriores, no menos grises.
   
Coffea Arábiga (1968) es una obra experimental realizada por encargo del ICAIC que responde a las exigencias de la tendencia del momento de producir documentales didácticos que hoy se encuentran olvidados en los archivos de la institución que los produjo. Según ha afirmado el realizador Jorge Luis Sánchez, director del filme El Benny y de documentales como El Fanguito y Buscando a Casal, Coffea Arábiga es para el documental cubano lo mismo que Memorias del subdesarrollo para la ficción. Un filme imprescindible, por renovador.

La sutileza con la cual Guillén Landrián, devenido en una especie de etnógrafo utilizó el tema del cultivo del café para explorar y profundizar en conflictos de nuestra sociedad con profundas raíces históricas como la esclavitud, la marginalidad, la alienación, la pobreza, la negritud y el subdesarrollo como condición insular, es extraordinaria. Prácticamente toda su filmografía es deudora de la impronta estética del danés Theodoro Christensen y de los aires de la Nueva Ola francesa, específicamente de una obra trascendental como Saludos cubanos (1965), de Agnes Vardá, quien también captó las esencias de nuestra cubanidad.

En síntesis, los estalinistas de la época le jodieron la vida a este gran artista y a muchos más que terminaron en el exilio. El gran mérito de Ernesto Daranas ha sido sacar a la luz una verdad amarga, lacerante y bastante desconocida hoy en día. Una muestra tangible de la necesidad de preservar ese patrimonio cinematográfico ha sido la realidad que enfrentó Daranas en el proceso de ubicación de los archivos de Guillén Landrián. Ante el deterioro de las latas que contenían los negativos originales se hizo difícil ubicarlos para su posterior restauración, a cargo de Luis Tejera, en el laboratorio Aracne Digital Cinema, en Madrid. Para ello fue necesario el apoyo incondicional del trabajo de montaje de Pedro Suárez Boza que, junto a la fotografía excelente de Ángel Alderete, le confieren extraordinarios valores estéticos al documental Landrián.
 
El mundo que filmara Nicolás Guillén Landrián ha sido estigmatizado y asociado en Cuba a la marginalidad y subcultura de los barrios.  Han transcurrido más de dos décadas de la muerte del artista y pintor y aún su legado permanece vivo para renacer en las aguas del río Toa, en las calles de Baracoa y en cada rincón de su mítica Habana.

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