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Ecología

Un pequeño tesoro natural en el corazón de La Habana

La reserva natural de Triscornia constituye una ventana al aspecto original que un día tuvo la bahía habanera.

Madrid
Pelícano en la Bahía de La Habana.
Pelícano en la Bahía de La Habana. Cubadebate

El paisaje de la bahía de La Habana resulta uno de los más conocidos de la ciudad, con la vista inconfundible de sus fortalezas, de sus industrias, de la loma de Casablanca con El Cristo, y desde allí el precioso perfil de la vieja Habana que se prolonga en la moderna. Sin embargo, no todos conocen que en él existe un rincón, un pequeño pedazo de tierra “virgen”, que permanece como testigo del paisaje natural que una vez definió el borde de la bahía antes de que hubiese puerto y ciudad.

Los primeros viajeros describieron la belleza de este lugar, refugio perfecto gracias a la forma cerrada de la bahía, y por tanto el efecto tan peculiar que provoca la sensación de sentirse dentro de un espacio sin haber siquiera pisado tierra. Un paisaje natural de líneas suaves, pequeñas elevaciones y abundante vegetación que no llegaba a formar un denso bosque. La costa estaba cubierta de mangles y era tan profunda que permitía a los barcos anclar directamente en ella. Además de los ríos que allí desembocaban, existían varios brazos de agua que posibilitaban la navegación hacia el interior.

Todo esto se fue transformando con el paso de los siglos, el desarrollo de la infraestructura del puerto y el avance urbanizador. Pero hasta el siglo XVIII, por ejemplo, el agua del mar entraba por el costado del castillo de la Real Fuerza, por la calle Empedrado, y llegaba hasta San Juan de Dios, donde había un colgadizo en el que se ataba la falúa del Gobierno. Por allí entraban las embarcaciones que surtían la pescadería que estaba junto al castillo de La Fuerza. A su paso, el agua de mar surtía una ciénaga que fue cegada en la segunda mitad del siglo XVIII para construir la plaza e iglesia de la Catedral, aunque mucho tiempo después siguió conociéndose como Plaza de la Ciénaga.

Otra entrada importante que ya cuesta imaginar en la ciudad contemporánea, era la que existía al sur de Tallapiedra y que llegaba a las proximidades de Concha y Cristina, creando varios canales en los barrios de Chávez, Vives y Jesús María, y dejando al castillo de Atarés inscrito en una especie de islote. Este canal fue muy utilizado hasta el siglo XIX para transportar las maderas que desde El Cerro se enviaban al Real Arsenal, entonces situado donde hoy está la Estación Central de Ferrocarriles (1912).

En general, durante toda la Colonia esta zona se describía concurrida por pescadores y embarcaciones que se abrían paso entre los manglares por los antiguos canales. A inicios del siglo XX, con la reubicación de la Estación Central de Ferrocarriles junto a la ensenada de Atarés y el trazado de las vías férreas en torno al litoral para conectar los principales almacenes e industrias del puerto, se realizaron importantes trabajos de relleno y alineación del borde costero. De esa forma, se eliminaron las entradas naturales, los terrenos cenagosos y manglares que habían caracterizado esa parte de la bahía antiguamente navegable. Como testimonio quedó el nombre de la Avenida Manglar (Arroyo).

Como dato interesante, también hasta el siglo XIX el santuario de Regla estuvo rodeado por un canal natural de agua de mar, y por eso en el XVIII se había protegido por una muralla de piedra. Ese canal también fue cegado y el nuevo espacio urbanizado.

En el siglo XX se terminó de completar intensivamente el entorno portuario. Múltiples obras de relleno y alineación, así como la edificación de varios espigones, cambiaron para siempre la silueta original de la bahía. En este proceso no solo cubrieron terrenos pantanosos, humedales, entradas de agua y pequeños arroyos, sino también tomaron espacio al mar, como sucedió en el borde oeste del canal del puerto o con la gran península creada entre las ensenadas de Atarés y Guasabacoa con la construcción de Cayo Cruz. Que por cierto debe su nombre al pequeño cayo que estaba a unos metros de la costa y que fue integrado a tierra firme por las obras de relleno iniciadas entre 1911 y 1913.

Excepcionalmente, se conservaron en la pequeña ensenada de Triscornia, al este de Casablanca, algunos fragmentos de los bosques de mangles que antaño caracterizaron la costa de la bahía. Este pequeño ecosistema natural de 123 hectáreas (117 hectáreas terrestres y 16 hectáreas marinas), hoy se encuentra protegido y se gestiona como un área ecológica. Para ello enfrenta no pocos desafíos, como la gran contaminación que generan los derrames de hidrocarburos de la refinería Ñico López y el mal manejo de las aguas residuales del reparto Antonio Guiteras.

En este relicto existen cuatro especies de mangles de baja altura y otras especies vegetales típicas de los humedales cubanos, entre las que se conservan dos endémicas (Borrichia cubana y Protium cubense). Gracias a las labores parciales de saneamiento de la bahía realizadas desde 1998, ha vuelto a ser refugio de aves acuáticas —de las que se calcula un promedio de 5.000 al año—, y hábitat de varias especies de peces, crustáceos, anfibios y reptiles, entre ellos algunos endémicos (Leiocephalus cubensis y Anolis porcatus).

Constituye por ello un pequeño tesoro natural en el corazón de la capital, una ventana al aspecto original que un día tuvo la bahía, y un refugio imprescindible para la avifauna que tanto ha visto reducidas sus áreas de descanso, nidificación y alimentación por la urbanización y la actividad industrial. Un pequeño ecosistema que, además, contribuye en la filtración de las aguas que desembocan en la bahía y que pudiera servir en la reforestación y restauración ecológica de otros tramos costeros.

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2 comentarios

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Cuba es un basurero

Ecología ni un carajo,carajos, la m....que se defeca en Cubava al mar,creo existia una planta de tratamiento por playa de la época del capitalismo.Hablo de décadas atrás, estaba por Siboney.