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Cine

El cineasta cubano Rolando Díaz: 'Sé que mi acto es más de honestidad que de valor'

'Para mí, los valientes son los que están aquí. Por eso era mi obsesión intentar decir lo que yo pienso aquí', dice el cineasta tras el revuelo que causaron sus palabras en el Festival de Cine de La Habana.

La Habana
El cineasta cubano Rolando Díaz.
El cineasta cubano Rolando Díaz.

El pasado 6 de diciembre, el director de cine Rolando Díaz (Luyanó, La Habana, 1947) presentó su película Dossier de ausencias en los cines Yara y Acapulco. Eran los primeros días de la edición 42 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y Rolando Díaz aprovechó sus palabras para manifestar solidaridad con los jóvenes cineastas, el 27N —"Movimiento del que me siento parte", dijo en la declaración leída—, las manifestaciones del 11 de julio y el 15N. En las redes sociales y los medios de prensa independiente cubanos se propagó de inmediato un clamor de agradecimiento y admiración.

Estaba encarnando él una idea que manifestó inmediatamente después de comenzar esta entrevista: "Yo creo que es importante decir que hay un nexo entre nosotros, los cineastas mayores, y los de hoy, porque el cine cubano es una entidad".

Rolando Díaz entró en el ICAIC en el año 1968. Los pájaros tirándole a la escopeta, En tres y dos y Melodrama son algunas de sus películas cubanas.

En 1994 se radicó en España sin interrumpir su carrera como cineasta. "He hecho cine en todos los lugares donde he estado fuera de Cuba. Eso es muy duro y muy difícil. Llega un momento en que ya estoy con la lengua afuera".

A sus 74 años, Rolando Díaz estrenará próximamente la tercera película documental de lo que ha llamado la "Trilogía del dolor", y planea la realización de una nueva película, esta vez de ficción. Estos proyectos se adivinan posibles cuando se le escucha hablar con tanta lucidez intelectual y moral, y con una voluntad de servicio a través del arte que, puede verse, lo estimulan a levantarse cada mañana.

La película que trajo al Festival de Cine de La Habana, Dossier de ausencias, es la segunda de la "Trilogía del dolor". Alrededor de ella es que desarrollamos esta entrevista.

¿Cuáles son los antecedentes de Dossier de ausencias?

Yo estuve sin filmar desde 2006 hasta 2011 o 2012, que es cuando empecé de nuevo a dirigir cine, porque abandoné la dirección adjunta del Festival Internacional de Documentales Miradas Doc, de Tenerife. Ileana, mi esposa por 33 años, falleció en 2011. Su fallecimiento me dejó una sensación de pérdida muy grande y eso marcaría mi trabajo por varios años.

Me mantuve un poquito más en el festival, pero ya me planteaba hacer un documental que se llamó Los caminos de Aissa. En él sigo a una emigrante camerunesa que, adolescente apenas, había llegado a España, años antes, a encontrarse con su madre. Es una película que refleja el drama de la emigración más pobre que llega a España a sortear enormes dificultades.

Si Los caminos de Aissa trata el tema de la emigración, Dossier de ausencias aborda la adopción infantil; ambos desde experiencias dolorosas, desgarradoras. Dossier de ausencias lo hice en República Dominicana, donde viví casi cinco años. El periodista cubano Alfonso Quiñones me plantea realizar una película a partir de un reportaje ya hecho por él. Era una investigación en regiones muy pobres de República Dominicana, donde descubrió que la entrega en adopción y la venta de bebés era algo bastante común. Había además un caso que en los años 90 había sido muy conocido. Se trataba de una niña que había sido adoptada de bebé por una familia rica y que, con 13 años, había sido devuelta a sus padres biológicos, muy pobres. La niña se llama Moraima y en Dossier de ausencias nos propusimos encontrarla, y lo conseguimos.

Al ser devuelta, Moraima perdió unas condiciones materiales magníficas —una instrucción esmerada, clases de ballet, inglés— y se encontró de pronto en esta otra realidad de extrema miseria. Todavía hoy ella habla un inglés magnífico.

Yo le sugerí a Alfonso Quiñones que hiciéramos el recorrido de la investigación por intermedio de una actriz. Quise buscar una actriz que fuera periodista. Se lo dije al productor. Imagina, una actriz periodista, y apareció, graduada con honores. Quería también que hubiera sufrido, que no le fuera ajeno el sufrimiento. Ella había enfermado de cáncer dos veces. Es, además, una mujer excepcional, una actriz de muchísimo prestigio en República Dominicana: Judith Rodríguez.

A mí me sorprende la laxitud moral de algunos de los entrevistados que, muchos años después de haber dado a sus hijos en adopción o haberlos vendido, sufren por ello. Les creo el sufrimiento, pero a la vez me parece cruel la frialdad con la que tratan la entrega o venta.

Ahí hay una indeterminación, esa laxitud que tú dices. Cuando Moraima es abandonada por sus padres adoptivos, lo que le dicen sus padres biológicos es que no pueden ofrecerle otra cosa que ponerla a trabajar en casa de una familia, limpiar, cocinar. Ahí Judith es un poquito severa —ella tenía cierta libertad en su aproximación a los entrevistados—, y cuando el padre le dice "bueno, es que ella quiso trabajar", ella le responde "pero ella era una niña", y entonces él contesta "sí, sí, era una niña, claro".

¿De qué manera te marcó Dossier de ausencias?

Me recordó mucho a la gente que alfabeticé en 1961. Yo tenía 13 años y alfabeticé en un caserío que se llama La Abundancia, en Oriente. Personas de una pobreza tremenda. Chocar con esos niveles de pobreza y esa aparente ambigüedad moral de la que hablas, que se encuentra en la pobreza extrema, yo lo experimenté allí. Sobre todo en el señor —no lo voy a olvidar nunca— Flor Pagán Bragaña. Tenía 14 hijos; de esos, seis eran de Flor Pagán y los otros eran de vecinos. Era una cosa de un nivel de desarrollo muy precario. Eran personajes como de la Edad Media.

Tú usaste la palabra laxitud y está bien, porque estas personas que yo alfabeticé eran de una nobleza impresionante y a su vez eran de esa inconsecuencia, llamemos moral, porque no tenían a qué aferrarse. La debilidad educativa, formativa, esas cosas, te llevan a niveles casi primarios.

Y eso está en la película, en la suerte de Moraima, en la madre que tiene los dos hijos, que el padre vendió a uno y regaló al otro. Vendió el hijo en 400 dólares. Ella lo cuenta con cierta naturalidad: "él estaba vendiendo al más chiquito, al otro no lo vendió", pero te está expresando esa barbaridad que para nosotros es impensable.

Esas entrevistas que están en película, ¿son tu primera llegada a los personajes?

Yo había conocido a estas personas, pero nunca hablé del meollo del asunto para conservar la espontaneidad para la filmación. La investigación la había hecho Quiñones y, como tenía eso, lo que hice es conocerlos humanamente.

En la película, Judith le dice a Moraima —que se manifiesta con severidad sobre sus padres biológicos, pero que a su vez abandonó a sus dos primeros hijos—: "si tú dejaste a tus hijos, ¿por qué juzgas tan duro a tus padres?". ¿Es primera vez que le hace la pregunta?

Primera vez. Todo lo que se habla es por primera vez. Nada está repetido en la película. Esa escena es la que más me conmueve a mí, y a muchos de los que ven la película, la conversación en el patio.

Yo di la indicación de que tendieran ropa, que la conversación tuviera lugar haciendo esa acción; era el pretexto de la puesta en escena. Lo demás es el resultado de una conversación improvisada de ellas dos. Por eso trabajé con dos cámaras. Fue muy complicado para que una cámara no tocara la otra. Ellas dan la marca, y las cámaras y yo las seguimos.

Toda la película está trabajada con dos cámaras, para no perder ningún detalle y para obtener mayor naturalidad de la edición.

¿Qué influencias tienes en esa búsqueda de la espontaneidad?

Yo tengo muchas influencias de las que he ido aprendiendo en mi recorrido por la historia del cine. Para mí, por ejemplo, ha sido muy importante el cine documental inglés, Karel Reisz, Tony Richardson, y con ello el cine de ficción que hicieron después.

Para mí ese tipo de cine es muy importante, porque es un cine de barrio, que proviene de esas raíces, del barrio, del encuentro de estos cineastas con ese mundo.

El origen de mi familia es pobre. Nosotros nacimos en Luyanó en condiciones de pobreza y allí vivíamos mi hermana, mi hermano y yo. Vivíamos en condiciones de una pobreza digna. El salto de mi familia de Luyanó a Santos Suárez, que era un salto importante en el capitalismo, lo logramos por mi hermana, cuando empezó a trabajar en la Cuban Telephone Company.

Todos los documentales míos se refieren a gente común. Yo no participo de la historia de los documentales donde lo importante es el hecho o la celebridad de la persona. No, yo participo de la historia de personas que la gente ignora.

¿En qué momento te das cuenta de que esas películas que haces son una "trilogía del dolor"? ¿En qué momento reparas en que una experiencia difícil, como fue el fallecimiento de tu esposa, marcó la forma como estabas creando?

Me di cuenta cuando terminé Una elefanta sobre la tela de una araña, que es la tercera película, que va a salir en 2022. Es una reflexión sobre la vejez, sobre el final de la vida. Primero Aissa, luego Moraima, y ahora Simona, una anciana de Castilla la Mancha que tiene hoy 109 años, en febrero cumple 110. Ahí es cuando me doy cuenta, cuando termino Una elefanta… y me digo "esta es la 'Trilogía del dolor', la dejo aquí y lo próximo que voy a hacer es una comedia".

Voy a regresar a Los pájaros tirándole a la escopeta. Se va a llamar, como título de trabajo por lo menos, Quien bien te quiere, te hará llorar.

No quiero que terminemos nuestra entrevista sin aludir a tus palabras en el cine Yara primero y en el Acapulco después, el pasado 6 de diciembre.

A mí me sorprendió el eco que tuvieron mis palabras entre los amigos y los cineastas jóvenes cubanos, sobre todo porque, para mí, los valientes son los que están aquí. Por eso era mi obsesión por intentar decir lo que yo pienso aquí. No sé, no es algo que tenga una explicación, o quizás la tiene, y vuelvo a mis orígenes, al barrio, a que a la gente se le dice en la cara lo que uno piensa.

Pero yo ya no vivo en Cuba, incluso la "Trilogía del dolor" no tiene que ver con Cuba, aunque sí tiene que ver con un sentido de nación grande que me contaba Juan Antonio García Borrero, y que él sí está haciendo en la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC), esa plataforma genial que está creando y que abarca todo el cine hecho por los cubanos donde quiera que estén, que me parece una obra maestra de la historiografía de la nación.

Por eso me duele tanto la gente que se ha distanciado después de esas palabras, eso me duele porque creo que tendrían mecanismos más dignos para cuidarse. Los años me permiten entenderlos un poco, pero claro, mi clasificación personal de dignidad yo sé dónde la coloco, sé dónde coloco a cada quien. Y sé también que mi acto es más de honestidad que de valor.

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1 comentario

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En fin de cuentas, la gran perjudicada por la censura de que ha sido objeto Rolando Díaz es la propia sociedad cubana y en particular su patrimonio cultural, por no ser capaz de aprovechar la vasta experiencia y las reflexiones de este gran artista, con una extensa y exitosa obra siempre centrada en los grandes problemas sociales de nuestro tiempo.