En 2010 se hizo pública la muerte por hambre y frío de 26 pacientes en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. En ese momento la fotógrafa cubana Damaris Betancourt vio confirmadas sus sospechas de que Mazorra era "un lugar tenebroso". En las imágenes de aquella desgracia le pareció reconocer entre los cadáveres a uno de los protagonistas de unas fotografías que logró realizar allí en 1998.
Ahora, 23 años después, la serie Diez días en Mazorra, publicada por la editorial Rialta, se reafirma como una mirada crítica al drama humano, un compromiso "con el documento y no con el discurso oficial".
"Cuando hice esta serie era una fotógrafa incipiente. Creo que hoy con algo de experiencia hubiera dedicado más atención al espacio, a las instalaciones. Mazorra es en realidad un lugar espléndido, amplísimo, construido en 1857", dice Betancourt en entrevista con DIARIO DE CUBA.
"Estudié varios años en una escuela en el campo, y cada comienzo y fin de semana pasábamos en el ómnibus escolar justo delante de Mazorra. Desde la carretera veía aquel campo de béisbol estupendo, y la entrada al hospital impoluta. Pero yo estaba fascinada con los pacientes. Las historias hilarantes sobre los pacientes, ciertas o no, son legendarias entre los habaneros, como también esa aseveración velada de que torturan, sobre todo, a disidentes", señala Betancourt, aunque ella no pudo encontrar evidencia al respecto.
La fotógrafa cubana logró entrar al hospital psiquiátrico con una autorización de su director, el comandante Bernabé Ordaz. La gestión la realizó a través de un contacto tras unas entrevistas que había hecho anteriormente con un periodista suizo.
"A pesar de que mi amable acompañante impuesto por la dirección del hospital estaba ahí precisamente para impedirme el libre movimiento, descubrí discordancias que estaban a simple vista. A pesar del trato afectivo que existía a menudo entre enfermos y médicos o enfermeras, sí me di cuenta de cómo el paciente es cosificado por la institución", señala.
En palabras de la fotógrafa, "el paciente psiquiátrico es usado como pancarta ideológica, es disciplinado y reprogramado en función de una misión política".
Betancourt describe el hospital "como una maqueta de la sociedad que se ha estado construyendo afuera. Mazorra es una Cuba dentro de Cuba".
"He visto documentaciones sobre otras instituciones psiquiátricas y lo que en general me han transmitido es que siempre son lugares tristes, sombríos, deprimentes. Mazorra no es la excepción. Lo que sí es especial, y ahí va mi mirada crítica, es la instrumentalización de la institución en función de una doctrina. Cómo el totalitarismo penetra absolutamente todos los niveles de la sociedad y termina por invalidar y devaluar al individuo indistintamente de su condición", considera.
La fotógrafa conoce bien el fotorreportaje que a principios de la Revolución publicó la revista Bohemia a raíz de la designación de Ordaz al frente de la institución psiquiátrica.
"Esas imágenes son muy conocidas y son parte del acervo gráfico de la Cuba anterior al 59. Ciertamente son horribles, dolorosas. Aunque estuve en pabellones y salas que no eran para nada acogedoras, no encontré nada semejante. Pero en caso de que eso hubiese existido, tampoco hubiera tenido acceso", afirma.
Durante diez días Damaris Betancourt asegura que encontró en los enfermos "los amigos más excepcionales, más enrevesados y más fieles" que ha tenido. Sus rostros hablan en el libro que ya está disponible en Amazon.
Betancourt llega a su serie sobre Mazorra, originalmente publicada en su web profesional, con referentes como el suizo Roland Schneider.
"El trabajo fotográfico sobre psiquiatría que más me ha impresionado e inspirado fue el testimonio estremecedor de este fotógrafo suizo, realizado en 1987 durante su hospitalización en la clínica psiquiátrica cantonal de Soleura, Suiza", asegura.
"Schneider fue ingresado en esta clínica luego de sufrir una profunda crisis. Como parte de su tratamiento terapéutico le fue permitido fotografiar en el hospital. Las fotos aparecen recogidas en el libro Zwischenzeit (Intermedio), y son para mí el documento gráfico más auténtico y conmovedor que he visto sobre una clínica psiquiátrica", añade.
"Serie ejemplar"
A cargo de la coordinación y del epílogo de Diez días en Mazorra ha estado el escritor y ensayista cubano Carlos A. Aguilera, quien define la serie fotográfica como "excepcional".
"En principio es la única serie (conocida) sobre el hospital psiquiátrico de La Habana, sobre esos enfermos que la dictadura cubana 'vende' como material deportivo o laboral y sin embargo mantiene bajo un régimen de semiesclavitud, con sueldos misérrimos o terapias que siempre esconden un alto contenido ideológico", dice Aguilera a DIARIO DE CUBA.
"En este sentido, la serie de Damaris Betancourt es ejemplar, y no solo por la 'humanitas' y la fuerza de sus fotos, sino porque a través de ellas se puede entrar en ese mundo de diferencia, de vigilancia, de delirio y pastillitas. Un mundo donde nuestra noción de realidad siempre va a estar interpelada por todo aquello que no conocemos bien", añade.
El escritor inscribe el libro dentro de un "esfuerzo de la editorial Rialta para lanzar FluXus, una colección de libros pequeños pero cuidados, de visualidades aún no muy exploradas en el mundo cubano".
En opinión de Aguilera, "en un momento donde se hace más necesario que nunca replantearse todas las seudonarrativas y fetiches que la mal llamada revolución ha levantado, publicar esta serie es darle rostro a una de las comunidades más vulneradas por el discurso revolucionario, más usadas por él también".
En palabras del ensayista, "a pesar de que Betancourt no pudo hacer fotos en sus pabellones de torturas, la sala Carbó Serviá y la sala Castellanos, varias veces denunciadas como verdaderas dependencias de Villa Marista, el solo hecho de poder entrar y hacer imágenes de los 'pacientes exportables', ya la convierte en un 'hecho', un hecho que se complementará cuando puedan documentarse y cuestionarse a su vez todos los actos deplorables que desde su fundación hasta ahora mismo se han llevado a cabo en esa institución".
Tengo un coterraneo que cayo preso por salida ilegal, no era un opositor abierto ni nada por el estilo y me contó que estuvo tres días en la sala Carbo Servia, le pregunte si le habían torturado y su repuesta fue muy singular, me dijo que el solo hecho de que le internaron en una sala que parecía sacada de una pintura medieval con dementes agresivos, que hasta tenían hechos espantosos de sangre, personas con marcados trastornos sexuales, me contó que un loco en las camas próximas a la suya se había pasado la noche entera rayándose una cantua. En fin que mi punto es que si se utilizaba como método de tortura e intimidación a la hora de instruir el caso en cuestión y que no necesariamente hay que darte un electroshock. En Miami se dio el caso de alguien que reconoció a un enfermero de Mazorra que le daba electroshock y estaban pendientes de juicio pero el HP enfermero pasmo la calavera antes del juicio.
Mi rotación de Psiquiatría, en los 70’s fue en Mazorra. Era un micro mundo, donde la lógica de la locura controlada, dominaba. Los crónicos se movían libremente, algunos imaginaban ser palomas, otros tigres, otros, políticos y combatientes. Recuerdo a uno que de repente aparecía en la cola del comedor y echaba pestes del “mulato Comandante Almeida”. Al profesor Carlos Acosta Nodal lo habían desterrado del Calixto y allí pagaba su afinidad por Freud y su elegante oposición al socialismo. El Comandante Ordaz era una persona muy especial, muy afectuoso y dadivoso con nosotros. Fue una rotación que no se olvida. La Cuba combatiente, miserable se quedaba afuera de aquellos muros. La comida de los pacientes y trabajadores en general era especial porque Ordaz había creado un sistema de autoabastecimiento muy eficiente. Años después me enteré de que se torturaba a los opositores en dos de sus salas, y me pregunto cómo Ordaz, un tipo decente y creativo, pudo participar en esa infamia. No sé.