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Televisión

'Vivir del cuento', a riesgo de desaparecer

El programa humorístico más seguido de la televisión cubana hace sátira política del Poder Popular, y se pone a punto de peligro.

La Habana

Hace algún tiempo que Vivir del cuento, el humorístico estelar de la televisión cubana se viene consolidando como uno de los programas de mayor audiencia nacional. Las peripecias del viejo Pánfilo (Luis Silva) y su peculiar vecindario son las delicias de todos los hogares cubanos en las noches de los lunes por Cubavisión (8:30 pm), media hora antes de la insoportable telenovela de turno de producción casera.

Vivir del cuento no solo es esperado cada semana sino que también puede conseguirse, de vez en cuando, en los compendios audiovisuales del Paquete y hasta en Youtube, para disfrute, incluso, de la comunidad de cubanos exiliados en cualquier parte del mundo. Pero me temo que a este programa, para quienes hemos seguido su evolución desde su surgimiento hasta hoy, le quede muy poco tiempo de vida.

Sucede que ya las quejas del viejo Pánfilo sobre el pan nuestro de cada día, y las peripecias del cubano que apenas consigue sobrevivir al ajetreo cotidiano por obra y gracia de la libreta de abastecimiento —y a la cual el simpático personaje de Luis Silva pretende levantarle un monumento—, han quedado en segundo plano, para enfocar, en cada entrega semanal, una incisiva crítica al contexto social cubano, desde la característica fórmula del humor y el choteo que todo lo tira al relajo.

En la noche del pasado 28 de agosto el capítulo "El traslado de Facundo" dedicó su mirada crítica al sistema de gestión de los dirigentes a nivel de barrio, los llamados "presidentes de consejos de vecinos", casi siempre impedidos de ejercer su proceso de gestión con la eficacia y el nivel de competencia que amerita el cargo, debido a la implacable maquinaria de los mecanismos burocráticos, la indolencia de los dirigentes de niveles superiores, esos que mandan desde "arriba" y que se acodan en la indiferencia ante el dolor y las necesidades de quienes más necesitan.

De modo que eufemismos como "planteamientos" para denominar las quejas, y la fórmula "el problema tal ha sido elevado" o "estamos trabajando en eso", cuando en realidad no se hace nada, o al menos muy poco, fueron más que latigazos de humorada que el televidente cubano supo entender muy bien. De otra cosa no se habló después en la calle: la crítica a la doble moral, la corrupción administrativa en las empresas estatales y sus dependencias en la comunidad, la demagogia de los dirigentes cubanos en todos sus niveles y el desparpajo político que lacera hoy día a amplios sectores de la sociedad cubana.

Vivir del cuento es una prueba de cuánto la televisión puede enseñarnos a que veamos lo que casi nunca queremos ver, de cuánto el arte —porque lo es, sin duda un programa de excelente factura, a pesar de sus pocos recursos y de los avatares que deberá enfrentar para salir al aire cada semana— puede concientizar en nuestra necesaria mirada por dentro, en estos tiempos de crisis y moralina social.

Cierto que la línea del programa no es nueva. Hubo un antecedente notable, hace ya unos diez años más o menos, con el programa Deja que yo te cuente, y su famoso personaje Mentepollo y la sección "Dále taller", con los cuales un poco velada, se ejercía una crítica a nuestras problemáticas de aquel tiempo que, al parecer, no han cambiado mucho. O al menos sí, pero de mal a peor. Los que tuvimos la oportunidad de seguirlo, recordarán el infortunio que sufrió aquel humorístico estelar de los jueves cada vez que subía los picos de su calado en las desgracias, aun cuando la típica sandunga de nuestro humor criollo intentaba "suavizar" las verdades que los de "arriba" no apreciaban de buen tono.

Al parecer, Vivir del cuento sigue los mismos derroteros que su antecesor, pero esta vez añadiendo más sal y pimienta a su escisión en el cuerpo social cubano. Y mientras más lo haga, con seguridad, estará cavando cada vez su propia tumba. Lamentablemente será el precio que tendrá que pagar cuando ciertas verdades incomodan, para su pesar y el nuestro.

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