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Opinión

Víctor Fowler se sube al Flecha Roja

Viaja con una delegación encabezada por el ministro de Cultura a las tumbas de José Martí y de Fidel Castro.

Madrid
Víctor Fowler.
Víctor Fowler. Progreso semanal

Víctor Fowler es un buen ensayista al que le interesan la actualidad, las relaciones entre arte y sociedad y política. Es capaz de incomodar a las autoridades cubanas y de incomodar también a quienes piensan que no deberían ser esas las autoridades. Integrante de Cuba Posible, al igual que otros miembros de ese "laboratorio de ideas" asume la condición de "oposición leal". Pero hasta ahora no lo conocía como practicante del realismo socialista.

Un artículo suyo en la última edición de La Jiribilla cuenta su viaje a Santiago de Cuba en el séquito del ministro Abel Prieto, en ocasión de la Feria del Libro. "Como parte de un grupo de escritores y artistas que, acompañando al ministro de Cultura, viajó al otro extremo de la Isla", explica. Tengo conmigo, en su edición neoyorquina de los años 30, la traducción al inglés del libro que Fowler podría estar siguiendo como modelo: Belomor: An Account of the Construction of the New Canal Between the White Sea and the Baltic Sea. En él una treintena de escritores soviéticos bajo la dirección de Máximo Gorki narra el viaje por los campos de trabajo del canal Belomor. Una efusividad como la siguiente cabría en sus páginas: "Santiago apareció ante mis ojos como el escenario de una batalla épica y simbólica, cósmica y trascendente, batalla de la ciudad y del país, de la nación y de la Historia".

En la primera mañana, la delegación liderada por el ministro Prieto visita el cementerio de Santa Ifigenia. "No pude sentir tristeza delante de la sólida piedra en cuyo interior está el nicho con ese simple nombre, Fidel. Aquí cada uno de los detalles es parte y fluye hacia un poderoso mensaje global", reconoce Fowler. Los redactores de La Jiribilla (y el ministro como verdadero destinatario del texto) se habrán sobresaltado por la atonía del autor, incapaz de tristeza precisamente allí. Aunque habrán tenido contentamiento enseguida, gracias a esa alusión a un global y poderoso mensaje.

Fowler entiende las relaciones entre CastroMartí como pura fluidez de transmisión, consecución y desarrollo. Uno es "seguidor, alumno, hijo" del otro. Alza la vista hacia las montañas, y los dos sepultados allí coinciden en haber subido a ellas. Cita de inmediato a Lezama Lima, una frase acerca del poderío del artista, lo cual inclina a pensar que comprende la relación Castro-Martí como si de dos autores literarios se tratara.

Concluida la visita al cementerio, le queda el encuentro con las autoridades provinciales. Pasearse por la calle Enramada con la presidenta del Poder Popular le parece un "regalo especial". En el Campo de Marte, un grupo de niños se abalanza hacia el primer secretario del PCC y casi lo tumba, lo cual hizo que me preguntara dónde había leído hace poco un episodio semejante. No en Belomor..., sino en estas declaraciones de Aleida Guevara: "Fue la primera vez en mi vida que sentí miedo, miedo de verdad, de morir ahogada porque en una escuela de 800 muchachos, más o menos 600 se me tiraron encima para besarme y aquello era un tumulto de muchachos encima".

A juzgar por este par de ejemplos, se impone un realismo socialista querendón, de asfixia por cariño. Con fotos, con selfies. Cuenta Fowler que los padres de los niños "tiraban con sus celulares fotos del divertido grupo", la gente pedía hacerse selfies con Abel Prieto. El resto del artículo se va en cursilerías de crónica social: "apoteósico" homenaje, "impresionante complejo monumentario", "conmovedor" documental, "magnífica sala de teatro", "hermosa galería del artista Alberto Lescay", Armando Hart como alguien "al que los santiagueros recuerdan con cariño especial"...

Igual que aquellos escritores que una mañana de 1933 subieron al Flecha Roja rumbo a Belomor, Fowler aprecia en Santiago de Cuba un futuro palpitante. Las dificultades existen, pero caben en algo menos que un párrafo: "Claro que nada de lo anterior implica que la existencia sea fácil o haya que olvidar deficiencias o necesidades, pero me alcanza para sentir el fluido de las cosas vivas en barrio, ciudad y país".

Meses antes de que el grupo de escritores soviéticos emprendiera aquel viaje en tren, Gorki había reunido a algunos de ellos con Stalin. "La producción de almas humanas es de suma importancia", declaró entonces el líder, y alzó su copa: "¡Brindo por ustedes, escritores, ingenieros del alma!". Ya sin fe (o con poca) en una ideología, sin lágrimas ante la tumba y reflejándose todo en la pantalla de los teléfonos, quedan aún ingenieros del alma. Eso es Fowler en su texto y eso procura el ministro de Cultura con sus giras propagandísticas.

"A lo largo de este cuarto de siglo he visto a la ciudad resistir y no destruirse, soportar el golpe severo de un huracán cuya fuerza y efectos los habitantes desconocían, luchar para recuperarse y, sobre todo, dar el ejemplo de ese acto bello que es perseguir la belleza", resume Fowler. Metido a ingeniero del alma, busca hacer un artista del difunto Fidel Castro, volver seductores a dirigentes provinciales y lograr de cada santiaguero un esteta. Descontados los efectos morales, lo malo de esta operación de estetización de lo político es cuánto menoscaba la literatura. La de Víctor Fowler, digo.

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