Leo un reportaje de Albert Gilbert en el diario elPeriódico, del 14 de julio de 2024: "Cuba: el 'ideal socialista' hace aguas por todas partes". La información sobre la precariedad del país, bien informada para ser un artículo de la prensa extranjera, está acompañada de una foto espléndida tomada de la agencia Reuters.
A la derecha de la imagen una mujer y una niña negras se dan la mano. Son el elemento más próximo a nosotros y median entre nuestra posición como observadores y la indigencia que se explaya frente a ellas en un largo recorrido calle abajo. Dos tercios de ese fondo están cubiertos por tanques rebosantes de basura, desechos que cubren también el piso y se extienden por la calle hasta ser interrumpidos por el borde izquierdo de la imagen. El tercio derecho lo componen las fachadas de una calle en perspectiva, los vehículos y sus transeúntes.
Pueden ser fachadas de Centro Habana o La Habana Vieja, zonas antaño prósperas donde viviendas y comercios se entremezclaban: antaño. Un antaño que concluyó el primero de enero de 1959, cuando la revolución castrista llegó al poder y persiguió por igual la riqueza, la productividad y el comercio, hasta hacer del cubano un buscavidas y hacinar bajo cualquier techo lo mismo a un desempleado que a un cirujano. Hacinarlos tras fachadas sucias y desiguales como las que muestra la foto, casi todas tapiadas, de una pobreza aparatosa, que es la forma en la que expresa su ruina el lujo.
Al buscavida cubano se le hace imposible mantener sus actividades en el ámbito de lo lícito, la condición por la que define su significado la Real Academia Española. El suyo es un país donde el Estado sujeta al individuo y solo con hostilidad le permite cierta maniobra independiente.
En esa calle se ven dos vehículos esenciales del buscavidas: el carretón y el riquimbili. Riquimbili se le dice en Cuba a los transportes armados artesanalmente, ya sea a partir de carros anteriores reformados para ganar capacidad, o enteramente improvisados.
El carretón de la imagen está cubierto de ristras de cebolla, presumiblemente en venta, y un hombre negro, sentado frente a él en un pequeño banco, bien podría ser el que las vende. Aunque la función del riquimbili no se puede precisar en la imagen, es de suponer que se utiliza para el transporte de mercancías, uno de sus desempeños habituales.
Otra función es el transporte de pasajeros, pero la apariencia del de la foto no lo distingue como tal. Los riquimbilis han proliferado en los últimos años por las normativas que finalmente han permitido a la miseria encontrar paliativos de este tipo para sus gestiones. Por décadas, vehículos así eran frecuentemente decomisados, una fuente de lucro para los policías que cobraban, ya sea para ignorar su decomiso, que por la venta de las piezas de los vehículos una vez que los tenían bajo sus fueros.
Es difícil precisarlo en la foto, pero en la acera de enfrente, un poco más alejado, parece estar detenido un triciclo, este también se usa para carga y pasaje, en años recientes se pueden ver algunos a los que les han instalado un motor, el producto está a medio camino entre el triciclo y el riquimbili. El carretón, el riquimbili y el triciclo conforman el parque de vehículos del buscavidas.
Hay quienes afirman que la miseria impuesta por el castrismo ha sido siempre la misma, en algún sentido no les falta razón. Sin embargo, hay razones para afirmar lo contrario. La miseria, sostenida en el tiempo, se precisa en los detalles y esta foto es su mejor expresión; se imprime en objetos, edificaciones, calzadas, con una novedad que resultaría sorprendente diez años antes, por muy miserable que hubiera parecido todo entonces. Para el que se va de Cuba y regresa una década más tarde, el contraste es mucho más claro que para los que permanecemos. En los seres humanos acontece de manera análoga, pero nosotros encubrimos mejor la miseria, ni el cuerpo ni el espíritu son equiparables a un edificio ni un carretón. El conocimiento necesario para reproducir nuestro entorno material, su fortuna o su desgracia, se transmite de padre a hijo, de maestro a alumno; el que realiza el ser humano para vivir es un camino propio, no se aprende ni se transmite, se vive. De ahí que en un entorno miserable no se puede presumir una miseria análoga en sus habitantes, como tampoco el lujo garantiza la riqueza del espíritu.
Sin la presencia de la mujer y la niña negras, esta foto sería apenas un producto antropológico, un registro: son ellas dos las que la refuerzan como obra de arte. Asumiendo que se trata de una madre con su hija, pues no tenemos más detalles para afirmarlo, su efecto puede aventurarse a través de la razón, que en las cuestiones estéticas suele ser una herramienta de cuidado.
De la madre es retratado el lado izquierdo, también hacia la izquierda se dirige su mirada permitiéndonos ver su rostro de perfil. Mira hacia algún lugar fuera de la imagen, como si se orientara para llevar a su hija fuera de allí. Es una mirada sobria. No puede la razón precisar todo lo que un rostro expresa y define, pero sí confirmar que sin ese rostro esta imagen sería otra. A la niña la vemos de espalda y ningún detalle de su rostro nos es revelado, la entereza de la madre, no obstante, nos sirve para idear el suyo. Hay otros detalles esenciales: la madre la toma de la mano, la niña está bien vestida y peinada con esmero.
Si la madre y la niña lucieran negligentes, si algo de la madre significara descuido respecto de su hija, la presencia de ambas reiteraría el mensaje que nos llega del fondo; el del abandono y el desespero. Sin embargo, el contraste entre el desamparo del fondo y la vivacidad de la madre y la hija otorga provisionalidad a la miseria. Es un contraste esperanzador. Es cierto que podría interpretarse en sentido inverso, que la pobreza es una cadena que ceñirá el esmero de ellas, pero para que fuera así, algo del abandono del fondo tendría que anular a una madre que, con su hija de la mano, marcha a un espacio fuera de la miseria que las circunda.
La foto parece tomada en Haití, si borramos las morenas podríamos pensar que la foto es de Beirut, FC no bombardeó Labana, aunque quizás algún turista lo pensaría.