Aumenta el temor entre los cubanos en Guyana

A finales de 2016, funcionarios de distintos países apostados en La Habana reportaron extrañas sintomatologías neurológicas que desataron un conflicto diplomático aun no aclarado. Ese conflicto se saldó con un cierre temporal de los servicios consulares de EEUU en la Isla, obligando a miles de cubanos a tramitar su viaje al norte desde un tercer país, siendo el elegido, por cercanía y por ser de libre visado para Cuba, la República Cooperativa de Guyana.
 
Desde entonces, cientos de miles de cubanos han aterrizado en el pequeño pero moderno aeropuerto Cheddi Jaggan de Georgetown, para conseguir acceso legal a EEUU a través de la embajada yanki en Guyana. O para comenzar su travesía cruzando montes, ríos y desiertos hasta la frontera sur de EEUU, o en dirección contraria, dirigiéndose a Brasil, Perú, Ecuador o, últimamente con mucha frecuencia, hacia Uruguay.
 
Solo una fracción de esos cubanos se quedaron en Guyana, un país que, aunque está en pleno boom petrolero, hasta hace muy poco era de los más pobre del mundo. Esto aún se nota en su infraestructura, servicios, inseguridad y un nivel de vida general que muy lentamente va reflejando el manantial de dólares que está entrando a las arcas públicas, gracias a las extracciones de hidrocarburo realizadas por compañías norteamericanas, chinas y europeas. Extracciones que colocarán, en par de años, a este país caribeño como el mayor productor per cápita del mundo de oro negro, superando a Qatar.
 
La relativamente pequeña comunidad cubana en Guyana está pasando un momento de profunda zozobra y no poco temor, a causa de cómo Nicolás Maduro, desesperado ante el avance electoral de la lideresa de la oposición María Corina Machado, está avivando un centenario conflicto territorial con Guyana. Su intento de sacar réditos políticos del nacionalismo exacerbado está teniendo, por supuesto, una respuesta nacionalista similar del lado guyanés.
 
Hay en Guyana una enorme alerta social porque el país alberga a 40.000 venezolanos —o más, es difícil concretar la cantidad porque entran ilegalmente por la frontera y mayormente participan de la economía sumergida citadina y de prospecciones mineras ilegales—, lo que significa que ya hay ocho venezolanos por cada uno de los 5.000 soldados que componen las diminutas Fuerzas de Defensa de Guyana.
 
Como ocurre en muchos otros países a donde han llegado en masa, ya hay una tensa relación entre los locales y los venezolanos, a quienes, seguramente una minoría sí, pero escandalosa, les ha fomentado fama de vagos y maleantes.
 
Para colmo, en el Esequibo, precisamente la región fronteriza disputada y donde residen apenas 100.000 personas, en algunos pueblos pequeños se encuentran ahora los guyaneses en minoría con respecto a la población ilegalmente llegada desde Venezuela. Esto ha levantado muchas alarmas contra esta "invasión" silenciosa que la Policía está tratando de controlar, pero sus fuerzas son pocas e increíblemente corruptas. A lo cual habría que agregar que la frontera es, sencillamente, inabarcable por su orografía y extensión.
 
El resultado de toda esta tensión es que en Guyana, lugar normalmente amigable con los extranjeros, hay un pico de abierta animadversión hacia los venezolanos. Y esa animadversión se extrapola a todos los spanishs, que es como llaman los guyaneses a los latinos en general, a quienes difícilmente logran diferenciar por nacionalidad. Esto hace que la comunidad cubana —la segunda mayor entre los spanishs— esté sintiendo un aumento pronunciado de inseguridad física en las ya históricamente muy peligrosas calles de Georgetown, donde un disparo, una puñalada o un asalto son parte del paisaje.
 
Los problemas no se limitan a la creciente inseguridad por el peligro de ser víctima de actos xenófobos. En redes sociales, un hombre de Holguín contó que a él y a otros cubanos les habían despedidos de la construcción (que es donde mejor pagan a no profesionales) porque los jefes, habitualmente guyaneses de ascendencia indoasiática, no están haciendo diferencia entre spanishs y, para curarse en salud, sacan a todos los latinos de sus cuadrillas.
 
Esta tensión internacional es también una amenaza para muchos negocios de cubanos que proveen servicios de alimentación, transporte y alojamiento a los no pocos connacionales que siguen llegando a Georgetown para realizar trámites en la embajada norteamericana, o a comenzar travesía. Esos negocios esperaban un repunte de su actividad a partir de enero, cuando bajan los precios de las aerolíneas, pero esto dependerá de hasta dónde Maduro lleve la tensión.
 
No hay evidencia histórica alguna de que sea el guyanés un pueblo xenófobo. Por el contrario, con brazos abiertos y bolsillos felices acogieron tanto a los cientos de miles de cubanos que por allí pasaron como a los miles que decidieron quedarse. Lo que sí es palpable ahora mismo es que el guyanés es un pueblo asustado e indignado por lo que, con razón, consideran una agresión injusta de un vecino infinitamente más poderoso.
 
Así, la culpa de cualquier desgracia que le acontezca a algún cubano en Guyana como consecuencia de este altercado internacional, no debe recaer en el conjunto del pueblo guyanés, sino en la codicia y ansia de poder del socio bolivariano de los Castro, quienes, por cierto, ahora que andan aparentando preocupación por la diáspora, ¿se pronunciaran sobre el efecto que esta escalada filibustera de Maduro está teniendo sobre los cubanos residentes en Guyana?