"Nosotros siempre debemos tener una mente creativa, eso es lo que nos salva, y va desde poder resolver un pan, un refresco, a transmitir aliento a través de las redes", dice desde La Habana el poeta cubano Amaury Pacheco, miembro del Movimiento San Isidro. El activista vive en Alamar, donde pasa el confinamiento por la pandemia de Covid-19 junto a su esposa, la actriz Iris Ruiz, y sus cuatro hijos de 8, 9, 11 y 12 años.
¿Cómo es un día de confinamiento de ustedes?
Somos seis en casa: Iris, mi esposa, los niños —dos hembras y dos varones— y yo. También están los dos hijos más grandes de Iris, que son con otro padre, pero yo los crié. Ellos son adolescentes y están con los abuelos, quienes también están viviendo en condiciones muy difíciles porque no pueden salir de casa. Estamos atendiendo ambas casas, porque los padres de Iris tienen problemas médicos.
Vivimos en Alamar, al Este de La Habana, la ciudad construida para "el hombre nuevo". Una ciudad con más de 200.000 habitantes que está en un hueco, no se puede salir con estas limitaciones del transporte, prácticamente estamos atrapados aquí. Y Alamar tiene muy pocos lugares donde la gente pueda ir a comprar, hay pocos mercados. Esa es una de las complicaciones.
Nuestro día empieza cuando Iris se levanta temprano, a eso de las 7:00 AM, y sale a ver a sus padres, a inyectarle la insulina a su madre y conversar con ellos. Yo también me levanto temprano, hago mis meditaciones, hago mi rutina clásica de ejercicios y leo poesía variada para ir alimentando el imaginario. Trato de producir en este tiempo también algo de poesía, que siempre me ha salvado en las condiciones más paupérrimas, que han sido la constante realmente.
Mis hijos se levantan alrededor de las 12 del día, porque se acuestan tarde viendo películas y jugando. A esa hora Iris y yo empezamos a preparar un desayuno-almuerzo. Luego de que ellos almuercen, se ponen a jugar en el cuarto, y seguimos interactuando. Iris y yo conversamos acerca de planes que tenemos en conjunto, tanto por el desarrollo de su obra como de la mía. También hablamos de cómo vamos a funcionar durante y post-Covid, y cómo vamos a implementar nuestros actos de civilidad y nuestra sobrevida en estos instantes.
Al mismo tiempo llamamos a nuestra familia, les preguntamos cómo están. En mi caso, es una gran impotencia, pues mi familia vive en Colón. Si tienen alguna carencia no puedo hacer nada porque el transporte está cortado.
Los niños se abruman, porque nosotros tenemos nuestras tareas, ellos quieren conversar con nosotros, y extrañan a los familiares y a sus amigos de la escuela. Mi niña más pequeña llora. Le digo que tiene que ser fuerte, que esto es un momento. Luego se recupera. De pronto hacen un rap y se burlan del Covid. Iris les compra un juego de Monopolio y les enseñamos algo de economía. También corren en casa, tumban vasos y uno regañando…
Cuando cae la tarde, viene la hora de la comida y nos empezamos a unir, conversamos, después vemos una película. Luego cada uno para su cama, o dormimos juntos todos en el suelo con nuestras mantas, mirando la tele nos vamos quedando dormidos.
¿Cómo ha sido tu experiencia en la búsqueda de alimentos?
Estamos en la Zona 9, a la entrada de Alamar. Como vivo en planta baja veo todas las mañanas circular a las personas, como hormiguitas, detrás de la croqueta, detrás del aceite. Cuando estoy en condiciones también salgo a buscar alimentos, a lo que se pueda encontrar.
Por la mañana hay algunos grupos de los que toman alcohol, quizás cinco o seis personas. Si vas por la calle, las calles están vacías, el distanciamiento se impone. ¿Dónde se colapsa situación? En las colas.
Aunque la gente mantiene lo del nasobuco, porque el Gobierno ha hecho cosas ejemplarizantes como meter un año preso a una persona y ponerlo en la televisión, a las personas en la búsqueda de la comida se les olvida todo, salen a la calle a luchar. Tienen la angustia en su mente, pero el estómago les duele.
Con respecto a la comida, a lo largo y ancho del país hay un 90% de cosas en común: largas colas, listas interminables que vienen de un día a otro, y luego aparecen los policías y dicen que la lista no… Complejidad y conflictos, la gente por momento se organiza y se desorganiza, debates en las colas.
Nosotros hemos adoptado una serie de rutinas aquí en la casa, estrategias. Todos somos vegetarianos y tenemos la posibilidad de comprar en el agromercado tomate, yuca, ajo, mango, y tenemos una dieta que nos permite apartarnos de las colas de la carne.
Cuando apareció lo del Covid-19, reaccionamos inmediatamente, no esperamos a que el país tomara medidas, salimos y compramos algunas cosas e hicimos un pequeño almacén. No son las supercompras, es poquito, guardado y dosificado. Es como hemos podido sobrevivir para no meternos en esas colas.
Tenemos arroz, granos, viandas, y compramos suficiente aceite. También vienen algunos amigos, no estamos cerrados del todo, en la puerta está la frazada con cloro, se lavan las manos y conversamos. Algunos tienen más soledad que nosotros, porque están completamente solos. Nosotros lo que tenemos lo compartimos. La solidaridad es lo que nos puede salvar.
Hay mucha gente que está tratando de sembrar en sus espacios, porque aquí la agricultura urbana se impuso cuando el Periodo Especial. El imaginario de los años 90 ha llegado otra vez, ahora con un poco más de experiencia.
Voy a ponerme en esas colas cuando ya no tenga nada. Mientras, las voy a evitar todo el tiempo porque a veces haces cola y no hay nada. O haces cola, y se acaba justo cuando llegas a la puerta.
¿Han podido comprar el módulo alimenticio que el Gobierno destina a los niños?
El módulo de los ancianos sí vino. Se formó tremenda cola para los plátanos y los boniatos. El módulo vale 43 pesos y es una libra de espaguetis, una libra de harina de maíz, un paquete de perritos, y los plátanos y los boniatos. Eso nada más. Pero el plátano y el boniato está a patadas y al mismo precio en el agro. El de los niños son tres paqueticos de sorbetos, tres paquetes de galletas dulces, africanas, un pomo de refresco… Algo así, pero ese no lo han vendido en Alamar.
Ahora llegó la activista de los CDR con las gotas homeopáticas para los niños. Refiriéndose a nosotros, los adultos, dijo: "si les hace falta más, la enfermera me dijo que sí, que les diera a ustedes, porque son seres humanos también". En fin, una cosa loca.
¿Cómo llevan tus hijos la educación a distancia?
La educación que dan en la escuela es muy mala. Hemos visto en estos años que las cosas que faltaban en la escuela las hemos tenido que suplir como padres. Antes del Covid-19 teníamos un espacio donde constantemente venían nuestros amigos, también de otras partes del mundo, les enseñaban fotografías, se sentaban con ellos, incluso aprendían otro idioma. Los niños estaban muy abiertos a otro tipo de enseñanza.
Ahora, es bastante difícil porque tenemos que organizar nuestro propio trabajo, y hay más trabajo que antes del Covid… Pero hemos bajado algunas clases que están en El Paquete, los niños tienen una computadora colectiva y les ponemos los materiales. También bajamos otros materiales de las redes que nos parecen interesantes. Ellos pueden contrastar entre las cosas que les dan en la escuela y las cosas que de manera universal se comparten en el mundo. Eso es muy bueno para ellos.
Hemos optado por otras maneras de enseñanza, más abiertas. Iris ha optado por enseñanzas que tienen que ver con el teatro, y yo les estoy enseñando algunos elementos de meditación, juegos, imaginación, tratar de ampliar a otros territorios para que sientan en medio de este confinamiento que aprender siempre es bueno.
¿Cómo ha afectado la pandemia tu trabajo como artista y activista?
Como artistas, a pesar de todo, hemos tenido algo más de tiempo y de reflexión. En el caso de mi poesía he podido darle vueltas, empezar a escribir y leer poesía, que es de las cosas que más me gusta. He podido estudiar y leer ensayos. Así como volver sobre mi poesía inédita, revisar algunos textos. En definitiva, volver a uno mismo, uno mismo ensayarse, purificarse.
Ahora presentamos la poesía en las redes como quizás no la hubiéramos podido presentar en los espacios públicos. En ese sentido ha sido un beneficio.
Lo más urgente es lo que tiene que ver con el activismo. Todo se ha volcado en las redes. Hay mayor comunicación ahora porque la gente está allí, los cubanos de Cuba y los que están en el mundo.
Pero eso, al mismo tiempo, produce en mi mente una desesperación, porque el cuerpo para mí es vital, desplazarlo al espacio público. Con el cuerpo nosotros presentamos la lucha al régimen. Tomamos la calle. Rompemos el mantra de que la calle es de los revolucionarios. Le damos otro significado. Desplazamos esos contenidos y nuestros cuerpos están presentes. Eso me ha creado cierta angustia porque hay detenciones. El Gobierno ha aprovechado el Covid-19 para poner nuestra casa como cárcel.
Entiendo que hay muchas medidas que son importantes, pero un gobierno que se aprovecha y trata a todos los ciudadanos como criminales… Detiene a los activistas, a las personas que están en contra de oscuros decretos que van contra de la libertad de expresión. Desde que echamos la batalla del 349, el Gobierno danza sobre los decretos y todos se parecen. Eso me afecta, no poder poner el cuerpo ahora.
Tomando distancia y un descanso, me doy cuenta de que esto me ha permitido hacer una valoración más clara de nuestras potencialidades como activistas. Durante y después del Covid-19 qué haremos. Eso está en reflexión ¿Colapsará nuestro activismo porque el Gobierno ha ganado terreno y ha puesto la casa como cárcel?
Cómo ajustar, cómo pensar las estrategias para la Cuba posterior al Covid, cómo buscar nuevos elementos para la lucha social, para el activismo, y seguir manteniendo esa pluralidad que en estos últimos años ha salido al espacio activo del país. Pensar eso desde la misma opresión de estar en casa despierta sentimientos variados.
Pero tenemos que estar activos, e inmediatamente, saliendo del Covid tomar espacios. No se puede esperar pasivamente. Hay que salir, mostrarnos, pensar que saldremos más fortalecidos del Covid, porque nos comunicamos y se ha visto en redes la situación real de lo que está sucediendo en el país.
Hay más malestar, la gente está como en espera, mirando, porque a los cubanos cuando le pisan un callo específico o cuando la tripa les duele es que salen a la calle. Todo ese enojo hay que saber convertirlo en posibilidad futura.
?"porque a los cubanos cuando le pisan un callo específico o cuando la tripa les duele es que salen a la calle"? No sé de qué cubanos está hablando y qué entiende él por "salir a la calle"... En estos últimos 60 años les han pisado todos los callos, les han metido el dedo en los ojos, les han dado tremendos galletazos, los han puesto a comer hasta biste de frazada (que da tremendo dolor de tripa!)... y nada: 'todos" más tranquilitos que estáte-quieto. Las únicas salidas para la calle que recuerdo, tipo el Maleconazo, fueron en el sentido de "me voy de esta mierda que no hay quien la arregle".