Hija, hay un bebé que llora como tú o hay una grabación del llanto tuyo o tengo el síndrome de la bebé fantasma (tuve, hasta que naciste y lo puse en silencio, el del celular fantasma). Me he levantado tres veces antes de poder escribirte una letra y tú estás en la misma posición en la que te acosté, tras una batalla feroz contra el sueño, que siempre te vence antes de la irritación total, en la fase de euforia, por suerte para ambas.
Planeé un día tranquilo, como si fuera el domingo que es, en cuarentena. Pero Mamá no es buena haciendo planes (quizá por eso los detesto o al revés). Tío Víctor llegó a la puerta con todos los plátanos de su huerta, y Tío Francisco (Guayabal pampáraaa) nos llamó más de cinco veces para asegurarse de comprar lo correcto para ti, entre lo poco que había sin colas. Le prohibí hacer colas. Así: ¡Prohibidoooo hacerrr colasssssss!
El pobre, recorrió varias tiendas y encontró poco. Por suerte, útil. Dejé a un lado la comida más saludable en pos de la supervivencia. Se comerá, dentro de lo que haya, lo mejor que podamos pagar. Eso no es mucha garantía, Nina, de cantidad ni calidad.
—Hay gelatina de fresa, naranja, piña. ¿Compro? Compra.
—No hay yogurt en ningún lado. Ufff.
—Encontré un polvo que dicen sabe a yogurt. Se prepara en la batidora. ¡Ah! Tiene azúcar. Compra.
—No hay galletas integrales. Ufff.
—Hay pan y galletas de harina de trigo con sal. Compra.
—Encontré jabón de baño. Venden dos por persona. Compra.
—¿Qué frutas y vegetales? Los que haya.
La suma de todo esto, que no fue suficiente, fueron 1.500 pesos cubanos, unos 60 CUC (más dólares estadounidenses al cambio oficial, aún con gravamen), cerca de lo que gano al mes por uno de mis tres trabajos fijos. (Tengo un cuarto trabajo temporal.) Una grosería, una burla y un privilegio, hija. Créeme que no te lo estoy echando en cara. No tengo nada mejor en qué gastar el dinero. Hace muchos años que no me compro nada para mí. Y cada peso que ha entrado a esta casa ha sido ganado con honestidad. Pero me entristece. Cuba me entristece.
Yo no soy economista. Tampoco tengo poderes, pero no puedo dejar de pensar en que, si logramos vencer al coronavirus aun en tiempo record, la economía mundial que andaba mal y la del país que ha sido un desastre, colapsará. Y hasta los elefantes saben que hay que ganar peso para tener algo que bajar cuando llegue la hambruna. También, a su manera, la hormiga de la fábula que te leí hace unos días. Aunque las crisis de aquí duran desde que tengo uso de razón. Tiempos que las hormigas no pueden prever. Son como un eterno invierno caliente que quema.
Igual me prometí que cuando pase este ensayo del Apocalipsis me obsequiaré un vestido con flores rojas y amarillas largooooooo (te encantan los vestidos de flores) y unos zapatos también rojos de tacón (nunca tuve zapatos de tacón, me marean), justo como los que lucía la modelo del post sueño de Caterina Camastra. Quizá en estos días cambie de opinión y decida comprarme otra cosa que te haga feliz o necesites. Algo nos compraré, si nos quedan algunas monedas para entonces.
Y no hago más planes, que los malogro. Dice Juan Carlos Cremata que extreme las medidas higiénicas. Me voy a limpiar. No alcancé a botar la basura. Ahora hay horarios para botar la basura: de 6:00PM a 8:00PM, me dicen. Nunca lograré deshacernos de nuestra mierda o lo lograré con una multa. ¿Quién pone los horarios públicos en este país?
PD: Anoche soñaste con piratas. Dormida decías clarito: Barco pirata. Barco pirata... Y ya sabes contar hasta dos.