La estrategia diplomática de Cubazuela para darle oxígeno al régimen de Maduro tenía varios asideros: la complicidad de la señora Federica Mogherini, del PSOE de Pedro Sánchez, de AMLO en México y del Gobierno de Uruguay. Juntos han trabajado con La Habana en una estrategia de contención que aleje la posibilidad de una intervención humanitaria y procure que cualquier sanción sea más simbólica que efectiva.
Pero este montaje requería de escenarios que hicieran creíble que la mitad o más de los problemas de Venezuela tienen su origen en la "terquedad" de la oposición y la "crueldad" de las sanciones externas. Para avalar esas falsedades se convocó a "diálogo en Oslo". Por otra parte, se dieron a la tarea de obtener un informe "neutral" de la Comisión de de Derechos Humanos de la ONU que expusiera como culpables a las sanciones externas y a los opositores que la solicitan.
La oposición venezolana conoce por experiencia propia la falacia de los pretendidos "diálogos" con la dictadura. Pero no podía regalarle al régimen de Maduro la imagen de terquedad que procuraban endilgarles.
Cuando un dictador acepta un diálogo piensa ante todo en ganar tiempo, proyectar una imagen constructiva y emplearlo para dividir a sus interlocutores. Los opositores venezolanos no son tontos. Lo saben. Era un riesgo calculado, pero riesgo al fin y, por cierto, muy alto. Decidieron asumirlo.
Sin embargo, la estrategia diplomática confeccionada en Cuba para lavar la cara a Maduro no abrió el espacio que buscaban los apaciguadores internacionales. El pretendido diálogo en Oslo se transformó en conversaciones preliminares sobre un solo tema: la salida de Maduro. Y la idea de abrir las puertas de Venezuela a una visita de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas terminó empeorando muchísimo más la percepción negativa del régimen.
La estrategia diplomática cubana entro en crisis por dos errores de cálculo.
El primero fue que Guaidó —al menos por ahora— , les ha virado la tortilla. Aceptó reunirse a conversar —que no equivale a dialogar o negociar— a fin de proyectar su propia imagen constructiva y estudiar a lo largo de ese ejercicio las contradicciones y debilidades de sus contrapartes.
El segundo error de La Habana fue creer que la izquierdista Michelle Bachelet controlaría y vetaría el contenido del informe redactado por sus técnicos para ponerlo a tono con lo que La Habana necesitaba. Pero, ante un informe demoledor, eso suponía la responsabilidad personal de exonerar al régimen de Maduro. Demasiado pedir. Esa segunda pieza de la estrategia diplomática cubana acaba de saltar en pedazos. El tiro les salió por la culata.
Peor aun. La sangre venezolana ahora salpica y cae inevitablemente en La Habana. Castro siempre fue cómplice y parte activa de las violaciones de derechos humanos que ahora verificó la Comisión de Naciones Unidas. Los crímenes en Venezuela son también crímenes del régimen cubano.
El saldo está claro. Los diplomáticos cubanos y sus agentes de influencia en el exterior no han podido comprar más oxígeno para extender la vida de Cubazuela. El informe de Naciones Unidas equivale más bien a un precertificado diplomático de defunción.
Por lo pronto, ya comenzaron los apagones en Cuba.