La sociedad civil cubana emergió en la época colonial y se expandió durante la República, pero la madurez alcanzada fue insuficiente para evitar su desmantelamiento después de 1959. De forma paralela los medios de producción se concentraron en el Estado y el poder político en una persona: la revolución quedó herida de muerte.
El 30 de junio de 1961, en el discurso conocido como "Palabras a los intelectuales", Fidel Castro sintetizó el objetivo con las siguientes palabras: "Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución ningún derecho". Y esto, añadió, no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Era un principio general para todos los ciudadanos.
El unipartidismo, la estatización y la planificación centralizada han sumido al país en la más profunda crisis de su historia. La profundidad, dirección y velocidad de las reformas de 2008, introducidas desde el mismo poder y la misma ideología, demostraron que la eficacia para conservar el poder no era transferible al desarrollo.
En 2019 asistimos a un entierro de algo que ya estaba muerto: el sexagésimo aniversario del 1 de enero se celebró simbólicamente en un cementerio. La tesis de Hannah Arendt se confirmó: "Una revolución que se proponga liberar a los hombres, negando los espacios públicos que permitan el ejercicio de la libertad solo puede llevar a la liberación de los individuos de una dependencia para conducirlos a otra, quizás más férrea que la anterior".
A pesar de la muerte se insiste en mantener el poder mediante una nueva Constitución, en la que se conservan, precisamente, los mecanismos de freno que condujeron al resultado necrológico. En ese nuevo escenario en que Cuba entra al año 2019, con pueblo excluido de la participación política, resulta válido recordar las palabras de la mencionada Arendt: "en situaciones de crisis el pueblo entra de nuevo a la escena pública y recupera la iniciativa política".
Aunque las seis décadas de poder revolucionario han ocasionado un incalculable daño social, que abarca de la producción material hasta la espiritualidad de los cubanos, desde la indiferencia y la apatía hasta la ilegalidad, y desde la oposición hasta el éxodo, no todo ha muerto.
Las disímiles manifestaciones aisladas de inconformidad y protesta, que en diferentes lugares y sectores tuvieron lugar de forma espontánea desde décadas anteriores, comienzan a producirse de forma simultánea. Entre las últimas destacan: la huelga de los transportistas privados; la oposición al Decreto 349; la presión del cuentapropismo que obligó al Gobierno a modificar algunas medidas; los criterios emitidos por miles de cubanos durante el debate del proyecto de Constitución, como el reclamo de elegir directamente al presidente o poder ser empresario en su país; el elevado número de médicos que desobedecieron la orden de regreso de Brasil y las opiniones críticas de la población que se producen en cualquier lugar y a cualquier hora, indican que la sociedad civil cubana está resurgiendo.
Cuando la ideología revolucionaria, dirigida a transformar la situación existente deviene poder, en lugar de enfrentar los cambios permanentes que ocurren en la sociedad, se centra en su propia defensa y termina por ser superada por la realidad, cambiante, como ocurrió con la revolución rusa de 1917 y con la cubana de 1959. Esas revoluciones, aunque lograron detener la historia por un tiempo prolongado, fueron rebasadas por el desarrollo social. La enseñanza consiste en que el papel del ciudadano resulta imprescindible, mientras los derechos y libertades constituyen una condición necesaria para su desempeño.
El escenario descrito nos introduce en un 2019 complejo, caracterizado por el malestar acumulado y ante el peligro potencial de una salida violenta, que en esas condiciones no se puede descartar. Sin resultados económicos, ante la inminente pérdida de los subsidios venezolanos, la incapacidad gubernamental para cumplir con los créditos recibidos y un pueblo que comienza a despertar, la lucha entre la continuidad y el cambio tendrá lugar en un contexto nacional, regional y mundial desfavorable para el continuismo, pero con una desventaja: la ausencia del ciudadano.
Se impone, por ello, la recuperación de esa condición, sin la cual pueden producirse nuevos cambios de hombres, pero no los cambios estructurales que Cuba necesita. El desconocimiento del papel de la política en los fenómenos sociales y el rechazo que le hacen de ella la mayoría de los cubanos —debido a los malos manejos de la misma—, constituye un obstáculo para los cambios, que son inexorables.
El reto y la responsabilidad de todos los cubanos consiste en ocupar y hacer uso de la cuota política que le corresponde a cada uno o, en su lugar, continuar siendo objeto de los políticos profesionales. Seamos ciudadanos o seguiremos siendo súbditos.