En Holguín, donde fue primer secretario del Partido Comunista entre 2003 y 2009, Miguel Díaz-Canel no dejó un buen recuerdo y, cuando se cumplen los primeros 100 días de su "presidencia", muchos habitantes de la cabecera provincial miran con desconfianza su mandato.
Seleccionado de manera confesa por la cúpula partidista y militar, sin el voto popular, para suceder a Raúl Castro, se sabe de antemano que su poder es limitado.
En sus primeros 100 días se ha visto un recrudecimiento de la represión contra opositores, periodistas independientes y sociedad civil. Mientras, el nuevo gobernante ha asumido un lenguaje retrógrado en las declaraciones públicas y llamado a cierre de filas.
"Ya ese dirigió aquí, en Holguín, y no hizo nada. Se dedicó al 'Proyecto Imagen', pintando el centro de la ciudad, y a perseguir a los vendedores de leche para que los campesinos se la entregaran toda al Estado", dijo Andrés, un trabajador gastronómico del boulevard de la ciudad.
"Recuerdo que le quitaban la leche a los vendedores en operativos. No tenemos un buen recuerdo de él. Yo no le tengo confianza", agregó.
"Nos presentan a un Díaz-Canel muy mediático, aparentemente capacitado para representar al país en eventos internacionales. Que trabaja por la economía y lucha contra la corrupción", comentó por su parte un joven profesor de la Universidad de Holguín, que pidió el anonimato. "Pero si observamos, en este último aspecto tan solo está dando pequeños golpes de efecto muy puntuales, para crear una imagen".
"La corrupción en las grandes esferas no ha sido tocada y, en la burocracia baja e intermedia, donde lo hacen, es endémica. Se reproduce a las pocas semanas de los 'operativos relámpago' y, como es de esperar, luego no hay seguimiento. Los bajos salarios, la escasez permanente, el bajo sentido de pertenencia, la existencia de un mercado interno anómalo y la pérdida de valores son las verdaderas causas del desastre. Díaz-Canel ataca solo las consecuencias", concluyó.
Andrés dijo no tener "esperanzas de que el país mejore, ni de que suban los salarios".
"Si uno no lucha por la izquierda, no vive. Este país no va a cambiar ni con Díaz Canel ni con nadie que pongan. Será lo mismo".
La realidad es que poco o nada puede hacer "El Canelo", como lo ha bautizado el pueblo, más allá de seguir el guión que le han entregado desde el Parido Comunista, donde radica el verdadero poder en Cuba.
Incluso el proyecto de Constitución que aprobó la Asamblea Nacional del Poder Popular prevé la disgregación del poder con que gobernaron los hermanos Castro para repartirlo en varios cargos. La posición de Díaz-Canel solo se vería reforzada si Raúl Castro cumple la promesa de dejarlo al frente del PCC en 2021.
Con sus expresiones y acciones, Díaz-Canel procura mostrarse como un "hombre fuerte", fiel a la doctrina comunista de los que le han privilegiado con su cargo. Reitera cada vez que tiene la oportunidad que su misión no es el cambio sino la continuidad. Quiere o está obligado a ser otro más que intentó inútilmente hacer funcionar un sistema económico fracasado. Pero a la vez da señales sutiles de posibles cambios, como exhibir públicamente a su esposa, rompiendo la tradición de sus antecesores.
Díaz-Canel recoge en esta primera etapa los malos frutos del plan raulista, fracasado tras más de una década de gestión. El costo de la vida ha subido, los salarios han perdido más valor y se puede vaticinar un agravamiento con la implementación de una nueva política fiscal a los campesinos, que deberán incrementar su aporte tributario hasta un 45% a partir de los ingresos de este año. En este momento, muchos están abandonando o disminuyendo sus inversiones en el campo.
Esta pésima iniciativa dinamita un sector muy importante de la economía. El desestímulo fiscal se suma a la tradicional ineficacia de las empresas agrícolas estatales, que son las máximas responsables del fiasco del país en la producción de alimentos.
Igualmente, Díaz-Canel hereda la implementación para diciembre de este mismo año de la reforma al sector privado o, como le nombra eufemísticamente el Gobierno, "cuentapropista".
Más que propiciar su desarrollo, lo que se ha anunciado es un retroceso. Las nuevas normativas traerán más trabas al crecimiento, con un tratamiento fiscal aparatoso y draconiano. Ello a pesar del reconocimiento oficial de que los "cuentapropistas" ya son entre un 12 y un 13% de la fuerza laboral y constituyen el sector más eficiente en áreas como los servicios y la construcción.
La escasez de medicamentos sigue golpeando duro a la población, a pesar de las promesas de restablecimiento en el semestre pasado. La crisis ha sido aliviada solo parcialmente y existe una percepción popular de que "ya no mejorará nunca".
"La falta de medicamentos llegó para quedarse", opinó Julio Alfonso, un jubilado holguinero, tras no poder comprar los antibióticos recetados por el médico.
Tampoco se avizora un cambio significativo en la inversión extranjera. Mientras el Gobierno reconoce que necesita más de 2.500 millones anuales de capital foráneo, nada indica que sea posible. Díaz-Canel no ha incrementado la confianza entre los inversores, pues la imagen que proyecta no se diferencia de la de los Castro.
Al hablar recientemente de la industria azucarera, que está en su momento más crítico, dijo: "es algo que sabemos hacer bien, lo que tenemos es lograr eficiencia y buenos resultados".
Son palabras incoherentes y paradójicas, como el propio sistema que él representa. Si lo sabemos hacer bien, ¿por qué no hay mejoría? ¿Será acaso que el sistema económico no es viable? ¿Descubrirán finalmente el agua tibia?
Son interrogantes pendientes de respuestas y, al parecer, Díaz-Canel no quiere o no puede darlas.