Qué hacemos y no hacemos con la ciencia en Cuba ha sido el tema de debate en el espacio Último Jueves que la revista Temas desarrolló, en un encuentro compuesto por especialistas en diversas ramas de la economía, la industria biofarmacéutica, académicos y el público.
La ausencia del anfitrión, el politólogo Rafael Hernández, por encontrarse en viaje de trabajo en China, motivó que esta vez el debate fuera conducido por el Dr. Luis A. Montero, profesor de la Facultad de Química de la Universidad de La Habana y Presidente del Consejo Científico de esa institución académica.
La utilidad científica y económica en la búsqueda del conocimiento, el valor de la investigación científica y su incidencia en la innovación, así como cuáles son los índices de aplicación de la investigación básica, de la innovación en Cuba y otros países, fueron los principales temas abordados por los especialistas Ernesto Altshuler, Vilma Hidalgo, Olga Hernández y Rolando Pérez.
Ellos ponderaron, más que debatieron, en torno a las dificultades que enfrentan los científicos, profesores universitarios y cuantos deciden emprender el tortuoso camino de la investigación en un país donde muchas veces los resultados científicos no siempre encuentran un final feliz.
El debate merecía un calado mayor, haber sido más profundo en el reconocimiento de los problemas que entorpecen las relaciones entre las ciencias básicas, la aplicada y la innovación; sus problemáticas comunes en relación a las distintas ramas de la ciencia; y las causas que determinan las bajas tasas de innovación que hoy tiene el país.
Es cierto que Cuba es un contraejemplo en ese grupo de países subdesarrollados que se ven imposibilitados a invertir en capital humano. Sin embargo, la industria biofarmacéutica, la medicina en sentido general y otros avances en materia de educación, no son suficientes para ponderar, como se hizo, un estado de bienestar social.
Los panelistas reconocieron, no obstante, las dificultades para conseguir patrocinio científico, las escasas posibilidades de trabajo en redes, el desgastador problema en torno a la espera de un financiamiento muchas veces irrisorio (por ejemplo, el pago de solo 20 CUP por pertenecer a grupos investigativos en proyectos universitarios, de lo cual no se habló), la subvaloración de la teoría de la que se dispone, así como la inaccesibilidad a otras fuentes de conocimiento, muchas veces imposible de reproducir en Cuba.
A lo anterior, añadieron la ausencia de una adecuada visibilidad social y reconocimiento de los resultados científicos, las trabas organizativas y burocráticas, el secretismo y la planificación científica muchas veces direccionada según la prioridad política del momento, el sobredimensionamiento de los grados científicos en las instituciones universitarias, la incapacidad de la industria nacional de generar una tecnología propia independiente del mercado científico foráneo, así como la inexistencia de una estrategia de comunión entre las industrias y las instituciones universitarias.
Se echó de menos el énfasis en la necesidad de reconocer el pago por los resultados científicos, la incidencia cada vez mayor de académicos cubanos en las publicaciones extranjeras de reconocido prestigio, así como los bajos salarios con los cuales se estimula al sector, sobre todo el académico, al que hoy día se le asignan apenas 142.50 CUP por el reconocimiento de su categoría científica en las universidades cubanas.
De igual manera, no se trató de las causas que inciden en la fuga de capital humano, cada vez más joven, hacia instituciones de la capital, cuando proceden de provincias, o en el peor de los casos, hacia el exterior, tan pronto terminan sus proyectos doctorales.
Se echó de menos la divulgación de esos datos, de cifras que coloquen sobre el tapete la necesidad de revalorizar a los representantes de la ciencia en las instituciones y academias cubanas, y sobre todo, aquellas investigaciones que no consiguen encauzar su utilidad pública en el sector social del país.