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Educación

La universidad cubana: despilfarro, fracaso y propaganda

Varios lectores, graduados de facultades universitarias cubanas, se han sentido ofendidos por esta valoración, que el autor explica aquí en detalle.

Málaga

En alguna ocasión he afirmado en estas páginas que la enseñanza universitaria en Cuba es un fraude, un enorme despilfarro de recursos y un aparato de propaganda dedicado a la gloria del régimen castrista, todo lo cual opera en detrimento de los intereses de la mayoría de la población de la Isla.

Varios lectores, graduados de facultades universitarias cubanas, se han sentido ofendidos por esta valoración. Unos argumentan que, tras recibir formación superior allí, han llegado al exilio y han podido competir en su especialidad con profesionales graduados en escuelas estadounidenses o europeas.

Otros apuntan a que muchos países de África y América Latina contratan a médicos e ingenieros cubanos, lo cual sería prueba suficiente de su competencia y de la bondad del sistema que los capacitó.

Un tercer grupo opina simplemente que yo me dedico a calumniar a las universidades cubanas, movido por oscuros designios personales.

Orgullosos de su alma mater; nostálgicos de los años universitarios (cuando todos éramos más jóvenes), estos profesionales confunden su propia valía con la calidad del sistema en el que cursaron sus carreras. Otros quizá todavía se creen las consignas de que Cuba es "una potencia en educación" y boberías por el estilo que repiten los turiferarios del castrismo en la prensa y los organismos internacionales.

Yo nunca he dicho ni escrito que las universidades cubanas sean una fábrica de ineptos. Incluso afirmo que hay talentos notables entre los graduados cubanos que he conocido en Europa y EEUU. Pero también debo reconocer que aun en las mejores cabezas salidas de las facultades de la Isla se perciben lagunas y deficiencias que solo se explican por los defectos del sistema educativo, ya que se trata de personas inteligentes, que con su esfuerzo personal han logrado elevarse sobre la mediocridad institucional vigente.

Sin embargo, estas observaciones no pasan de ser criterios subjetivos, derivados del trato personal y de la lectura de textos —informes, ensayos, novelas o trabajos científicos— elaborados por titulares de diplomas cubanos. Todo podría quedar en una simple opinión de comentarista, si no fuera porque existen estudios internacionales muy serios y objetivos que avalan estas impresiones.

A lo largo del siglo pasado, a medida que aumentaba la mundialización de la economía y la internacionalización de los estudios universitarios, creció también la necesidad de establecer baremos que permitieran comparar la calidad de las carreras cursadas en países y culturas diferentes. Surgieron así entidades y publicaciones que se especializaron en la tarea de evaluar y clasificar a las universidades, según criterios de calidad ampliamente consensuados.

Hoy en día, esas organizaciones dan a conocer anualmente una docena de listados que ofrecen una valoración muy precisa de cada universidad, según una puntuación basada en los premios obtenidos por el cuerpo docente y sus exalumnos, los trabajos publicados en revistas científicas de gran repercusión, las citas y referencias que esos artículos obtienen, y el número y volumen de contenidos de tipo académico que generan en internet. Estos criterios bibliométricos se complementan con otros factores, entre los que figuran el número de estudiantes matriculados y/o graduados, el de catedráticos titulares de un doctorado, y el número y tipo de cursos que se imparten en la institución.

Las entidades de evaluación y clasificación son lo bastante diversas como para erradicar cualquier duda que pudiera surgir acerca de su objetividad, sobre todo cuando los resultados de su labor se examinan en conjunto. Por solo citar a las más conocidas, cabe mencionar al suplemento de educación superior del periódico británico The Times (THES), el Ranking NTU de la Universidad de Taiwán, la Clasificación de Universidades del Mundo de la Universidad Jiao Tong de Shanghai (China) y el Ranking Web de Universidades (Webometrics) del Consejo Superior de Investigación Científicas (CSIC) de España.

Aunque en esas listas predominan, como es lógico, las universidades y los centros de investigación de los países más ricos, también figuran instituciones de naciones menos desarrolladas que en los últimos años han realizado un gran esfuerzo de organización y perfeccionamiento docente. En América Latina destacan las de Brasil, Chile, México, Colombia y Argentina. Pero entre los primeros 2.000 escaños de esas clasificaciones, no aparece ninguna universidad cubana. De hecho, la mejor de todas, la Universidad de La Habana, ocupa el puesto 2.053 en el ranking del CSIC, por detrás de varios centros de tercer ciclo de Puerto Rico y de Estados anglófonos de las Antillas Menores. Le siguen la Universidad de Las Villas (2.735), la de Santiago de Cuba (3.831), la de Pinar del Río (4.083) y la Universidad Tecnológica José Antonio Echeverría (4.346). La joya de la corona del sistema sanitario cubano, la Escuela Nacional de Salud Pública, ocupa el lugar 12.036 en la clasificación mundial.

¿Cómo se explica esta pésima valoración académica de las universidades cubanas?

Según el Gobierno, toda la población de la Isla quedó alfabetizada en 1961 y desde entonces se han invertido cuantiosos recursos en el sector de la educación. Conforme a la visión castrense del régimen, a la campaña de alfabetización siguieron la batalla por el sexto grado, el combate por mejorar la enseñanza secundaria y la lucha por la calidad en los centros de tercer ciclo, mediante la multiplicación de universidades y centros de investigación y la incorporación masiva de alumnos, tuvieran o no el nivel requerido para cursar estudios superiores. Toda esa estrategia bélico-pedagógica estuvo apuntalada por el envío de miles de becarios al campo socialista, donde recibieron formación en las más disímiles especialidades.

A lo anterior cabría añadir que en 1959 el punto de partida de la enseñanza nacional era relativamente alto, que durante décadas el régimen recibió subsidios de la URSS y Venezuela, y que dispuso de asistencia técnica y ayuda económica de organismos internacionales y universidades del mundo comunista.

Pero en 60 años de aplicación, el método de producción masiva de graduados universitarios solo ha logrado que Cuba cuente con miles de geólogos, ingenieros nucleares, arquitectos navales, agrónomos, pedagogos, farmacéuticos y médicos, dotados de diplomas devaluados y carentes de encaje en la menguante economía de la Isla. Cuando no huyen al exilio, esos especialistas se ven obligados a desempeñar funciones burocráticas superfluas por un salario ridículo o marchar al extranjero en las filas de los contingentes profesionales que el Gobierno cubano alquila a precio de saldo a algunos países del Tercer Mundo, violando de paso las normas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Cuba está plagada hoy de camareros que cursaron másteres de Química, chóferes de taxis graduados de la CUJAE y doctores en Filosofía que sobreviven dando clases particulares a estudiantes de primaria. Eso sí, como afirmó el mismísimo Fidel Castro en 1992, gracias a la revolución el país cuenta también con las jineteras y los pingueros más cultos del mundo.

La causa fundamental de todo lo anterior se encuentra en la estatización integral de la enseñanza y la imposición de una ideología equivocada, arcaica y excluyente. Desde 1961, miles de alumnos y profesores han sido expulsados —"depurados"— por practicar cualquier religión, ser homosexuales o parecerlo, opinar por cuenta propia, mantener contactos con residentes en el extranjero o mostrar escaso entusiasmo por las tareas revolucionarias.

La universidad, proclamaron las autoridades, era solo para los revolucionarios. Esta política discriminatoria redujo la calidad de la enseñanza y generó un contexto de sospecha, delación, temor y simulacro de adhesión que ha perdurado hasta el presente.

La consiguiente devaluación de los estudios universitarios cubanos y los mediocres resultados obtenidos en ese contexto son los factores que explican la baja puntuación otorgada, sin excepción, por las entidades evaluadoras. A lo que debería añadirse la escasa calidad de las publicaciones, el predominio de los criterios ideológicos que contaminan la formación, la endogamia académica y la falta de libertad en materia de investigación y crítica.

No existe volumen de propaganda o dinero capaz de enmascarar este fracaso. Y mientras las autoridades cubanas sigan instaladas en el triunfalismo y la autosatisfacción, mientras no se atrevan a sincerarse y reconocer esa evidente realidad, la universidad cubana permanecerá donde está y seguirá siendo lo que ha sido durante 60 años: una gigantesca maquinaria de adoctrinamiento, despilfarro y frustración personal.

1 comentario

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Es correcto todo lo expuesto en este excelente artículo, los cubanos no soportan las críticas pero se han quedado rezagados. La élite médica tiende a desertar y luego no puede pasar las reválidas, mucho menos en medicina. La medicina cubana es ficción, uno va a la isla y los hospitales son tercermudistas. Por supuesto los jerarcas se atienden con médicos extranjeros. Los cubanos deben aprender a reconocer sus erorres, es de persona inteligente hacerlo.