El economista inglés David Ricardo, nacido en 1772 y fallecido en 1823, fue uno de los pilares de la denominada escuela clásica del pensamiento económico. En particular destacó su visión acerca del comercio internacional.
En este sentido expuso, en 1817, la Teoría de las Ventajas Comparativas, la cual, a grandes rasgos, expresa lo siguiente: "Los países tienden a especializarse en la producción y exportación de aquellos bienes que fabrican con un costo relativamente más bajo respecto al resto del mundo, en los que son comparativamente más eficientes que los demás, y tenderán a importar los bienes en los que sean más ineficientes, y que por tanto produzcan con unos costos comparativamente más altos que el resto del mundo".
Más de 200 años después de expuesta esa concepción, buena parte de los economistas consideran que mantiene plena vigencia, y actualmente constituye uno de los fundamentos del comercio internacional. Su aplicación permite a las naciones insertarse en las redes del comercio mundial, torna más competitivos sus productos exportables, y ofrece a los consumidores bienes de más calidad y a precios más asequibles.
Sin embargo, el presidente Miguel Díaz-Canel acaba de lanzar un desafío a los postulados de David Ricardo. Durante una visita realizada a la provincia de Granma, y tras admitir algunas de las deficiencias que exhibe el territorio, como la poca producción de materiales de construcción, las cadenas de impago entre entidades estatales, los ingresos que no permiten acercar a cero el déficit presupuestario, y los atrasos en las inversiones relacionadas con las viviendas y el acueducto, señaló la "urgencia" de aplicar los razonamientos macroeconómicos del país al trabajo de cada empresa.
En ese sentido el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros orientó "romper algunos mitos como el de preferir importar, porque es más caro producirlo en la industria nacional".
Y añadió: "Si no lo empezamos a hacer no vamos a encontrar nunca la forma eficiente de producir aquí".
Es decir, que el señor Díaz-Canel, sin ser economista y quizás muy mal asesorado, se toma la libertad de calificar de mito una tesis que ha soportado la prueba del tiempo. Todo por esa obsesión de "sustituir importaciones" que forma parte, de manera prioritaria, del discurso económico del castrismo. Una obsesión que parece ir más allá de cualquier evento coyuntural —como podría ser la tensa situación financiera que afronta la Isla— para devenir en una estrategia que coquetea con la autarquía.
Claro que los gobernantes cubanos sueñan con que la inversión extranjera permita aumentar las producciones en el país, y así disminuir las importaciones. Sin embargo, ya sabemos que el capital foráneo no fluye hacia la Isla en la cuantía que quisiera la maquinaria del poder. Los señores Ricardo Cabrisas y Rodrigo Malmierca deben admitir que su monto no supera el 6 o 7% de la inversión total del país.
Entonces, quizás presa de la desesperación, el mandatario cubano ha orientado acometer una producción nacional que hubiese sido menos costosa traerla de afuera. De más está decir que extender esa práctica a todos los sectores de la economía nacional sería desastroso. Aumentarían los costos de producción, la existencia de empresas no competitivas, y los consumidores accederían a productos de inferior calidad.
Y lo que podría ser peor en casos como el cubano: el gasto pudiera ser doble, pues al desembolso de crear una empresa en el país habría que agregar el precio de las materias primas, que casi seguro tendrían que traerlas de afuera.