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Opinión

Cuba inamovible o aquí no ha pasado nada

Díaz-Canel: 'la reforma a la Constitución de 1976 mantendrá el carácter 'irrevocable' del socialismo'.

Cornwall

Durante la recién celebrada reunión extraordinaria de la Asamblea Nacional en Cuba, quedó constituida la comisión que deberá reformar la Constitución cubana. Una de las afirmaciones del presidente Miguel Díaz-Canel, en su discurso de presentación de este grupo de funcionarios y representantes de organizaciones oficialistas, presidido por el octogenario Raúl Castro, fue que la reforma a la Constitución de 1976 no implicará ningún cambio en el sistema político, se mantendrá el carácter "irrevocable" del socialismo en Cuba, y el Partido Comunista (PCC) ejercerá el control sobre el resto de los organismos del Estado.

Una declaración frustrante, pero nada asombrosa, porque sabemos cómo Díaz-Canel fue escogido para este cargo, y porque sabemos que la vieja cúpula dirigente de Raúl, Machado y Ramiro Valdés no está dispuesta a abandonar el poder, clave de cualquier análisis que profundice solo un poquitico en el régimen criollo.

Luego, no se deben esperar cambios sustanciales en la Carta Magna del país, solo alteraciones cosméticas para acomodar un programa político adoptado en el último congreso del PCC al cual, no obstante su evidente deficiencia hoy, la cúpula castrista y sus seguidores se aferran, como sobrevivientes de un barco que se hunde en picada, mientras leen y pasan las páginas de los Lineamientos en cada sesión del Consejo de Ministros.

Si no fuera dramática la situación, movería risa.

Solo ese aferrarse al poder por miedo a perderlo para sí y sus familias, explica esta obcecada actitud de la gerontocracia criolla a insistir en la irrevocabilidad del socialismo, aun cuando todo el campo socialista se vino abajo hace años, y Fidel Castro en entrevista a The Atlantic, en noviembre de 2016, admitió la ineficiencia del sistema. "El modelo cubano ni siquiera funciona para nosotros" ("The Cuban model doesn't even work for us anymore"), dijo públicamente el viejo dictador en entrevista a Jeffrey Goldberg, pienso yo que en un momento de lucidez, y no de su usual senilidad. Una certeza que ya la sociedad cubana y sus miles de emigrados compartían, y una realidad que el régimen venezolano, su más disciplinado discípulo, les confirma a diario.

No obstante, no deja de asombrar el lamentable, opaco papel de segundón de Díaz-Canel, cuando en su surgimiento como dirigente en Santa Clara, en medio de los aires de cambios que rodearon al IV Congreso del PCC, pretendía presentarle a los Castro y a la dirección del PCC con Machado Ventura al frente, ciertas diferencias en el estilo de dirección que él y otros jóvenes dirigentes de entonces, como Roberto Robaina, exhibían y que en su momento crearon en la población la esperanza de que algunas prácticas políticas podían ser cambiadas.

Ahora este Díaz-Canel sabe que el país está en bancarrota, la sociedad cubana sufre sus consecuencias y no es capaz de salirse ni siquiera un ápice del guion que le pasó Raúl Castro. Como el administrador de una bodega de la cual no es dueño, se entretiene cambiando las latas del estante de arriba al de abajo, y viceversa, mientras la bodega (literalmente después de la tormenta Alberto) hace agua.

Más asombrosa aún es la total aquiescencia de la población a su mandato. La plaza se llena el Primero de Mayo, y no hay una sola protesta contra el régimen. No hay una sola expresión pública de descontento ante la aparente corrupción detrás del contrato de Cubana de Aviación con Global Air; ni ante los más de 100 derrumbes tras el paso de un ciclón que inundó la Isla; o por los rumores de que un incendio en La Habana Vieja consumió dos inmuebles completos sin la presencia de los bomberos, porque no había agua. No hay nadie que espontáneamente salga a la calle con un cartel pidiendo la deposición del régimen, ni tan siquiera su reforma.

La oposición organizada en múltiples movimientos o partidos, todos ilegales, sin ningún acceso a los medios en Cuba, con el baldón a cuestas de efectivas infiltraciones de los órganos de la Seguridad, bajo brutal represión y reducida por la propaganda gubernamental a simples peones del "enemigo imperialista", recurre a manifestaciones pacíficas que por rutinarias pierden efectividad, como las marchas de las Damas de Blanco, o a medidas extremas, como las huelgas de hambre. Con ello, le plantan exigencias al régimen como ningún otro sector social hace, pero no logran llamar la atención mundial acerca de las violaciones de derechos humanos en la Isla, de su inhumano sistema carcelario y, sobre todo, del atrincheramiento del régimen a no dialogar con quien se le oponga. Mucho menos logran sumar una cifra sustancial de seguidores organizados.

No por gusto en foros internacionales se pide la salida de Maduro del poder, pero nadie menciona a Cuba. Si nadie protesta es porque la población está satisfecha, es la lógica detrás de las sanciones canadienses a Venezuela y de las excelentes relaciones con Cuba, a pesar de los ataques acústicos a sus diplomáticos. Es la lógica que explica las acciones de la OEA contra el régimen venezolano y que no se le invitara a la última Cumbre de las Américas, pero que asistiera una representación diplomática de Cuba con un gallinero de la llamada sociedad civil oficialista, faltos de respeto y de la más elemental buena conducta social, cuando Cuba no es siquiera miembro del organismo regional.

No vale blasfemar contra el régimen una y otra vez en la cocina de la casa o con los amigos cercanos; no vale buscar cómo salir del país. Mientras cambiar la situación nacional no sea prioridad para los cubanos, no habrá solidaridad internacional. Pero mucho más importante, no habrá mejoría para la vida en la Isla. Pasará uno y otro congreso, uno y otro remiendo a la Constitución, un Díaz-Canel y otro más y aquí, señores, no ha pasado nada.

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