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Sociedad

'A nosotros nos tocó pasar trabajo hasta el día de la muerte'

Un jubilado de la industria holguinera del níquel sobrevive en su pequeño terreno, lidiando con los robos y la desprotección, sin esperanza de mejoría.

Holguín

Luis Torres es un jubilado mayaricero de la industria del níquel. A pesar de sus 30 años de trabajo en un sector tan importante, vive en la pobreza como tantos otros ancianos cubanos.

Para sostenerse se ha entregado a sus raíces campesinas, de las cuales nunca se desvinculó. "¿Si no, de qué vamos a vivir", dice.

Además de con el trabajo duro, en su vejez tiene que lidiar con la delincuencia creciente en el campo y con estrategias de supervivencia que poco tienen que ver con la tierra y mucho con saber "negociar" con la burocracia, las artimañas y el mercado negro.

"La chequera es una miseria. Yo digo que me da solamente para el café que cuelo, porque en mi casa es campo de verdad y mantenemos la tradición de colar café con bolsa y varias veces al día. Antes eso no valía nada, cuando los viejos eran jóvenes, pero mantenerlo con los precios actuales es demasiado para una chequerita de jubilado", se queja.

En su finca siembra varios productos que le son mínimamente rentables.

"Siembro maíz, boniato, yuca y un poquito de frijoles. Por aquí casi todos somos parceleros. Yo soy de los que más tierra tiene y solo cuento con seis rosas (cinco hectáreas). Tres son para el cultivo, las otras son de potrero, para las reses. No me da mucho, solo para mantenerse vivo. Es que roban demasiado. Con los animales te acechan hasta que te dan el golpe".

"Hace poco me mataron un buey en la corraleta y se llevaron dos piernas del animal. Menos mal que nos despertamos; si no, me los matan todos. Tuve que vender a su compañero de yunta y además una vaca para comprar otra pareja [de bueyes], pues tengo la tierra perdida sin poderla arar. Estoy esperando que me paguen en la cooperativa para comprarlos. ¡Me desgraciaron esos malditos ladrones! Ya no hay quien viva aquí con tanto robo, es un terrorismo".

Luis vende leche de sus vacas a algunos de sus vecinos.

"Es para poder ganarme 20 o 30 pesitos diarios, para los gastos del día. Aunque no alcanzan, resuelven algo. Sin la ayuda de mis hijos me la vería fea", comenta.

Otros campesinos han progresado mucho sembrando tabaco o tomate, pero para Luis esos cultivos no son viables por varias razones.

"Quería meterme en el tabaco, pero yo tengo animales que debo cuidar de los ladrones. Y para eso hay que hacer demasiados papeles y dar mil viajes a la empresa. Yo veo a un vecino que no para en la finca, tiene que ir hasta tres veces para que le vendan lo que le toca. Imagina si dejo a mis animales solos para hacer cola en el pueblo, en el banco o en la empresa. Además, la gente ya no está saliendo muy bien con los precios y con el descaro de los compradores [la estatal Cubatabaco]. Hay mucho abuso con los campesinos y yo no tengo sangre para aguantar que me engañen con mi trabajo".

"En el tomate todo es 'por la izquierda'. Hay que ser 'un gavilán' para gestionar la semilla y los productos en la bolsa negra, robados al Estado. Con el Estado no se puede porque siempre dicen que no hay. Hay que tener miles y miles de pesos para invertir; por eso lo venden (el tomate) tan caro y da mucho. Después, sobornar a los que controlan para que te dejen venderlo y no se metan contigo. Es para gente hábil en los negocios más que para un simple campesino. Es complicado, no es como se ve desde lejos".

Luis no tiene esperanzas de que su situación mejore.

"Esto no mejora ni en 1.000 años. Esa esperanza hace tiempo que la perdimos. Lo de nosotros es pasar trabajo y después morir, eso fue lo que nos tocó".

En estos momentos hay "elecciones" en curso que se podrían aprovechar para marcar la diferencia, votando por gente más capaz.

"Uno vota y no sabe ni por quién. Hay que votar porque hay que ir, pero la verdad es que eso es por gusto. El delegado no manda ni siquiera aquí en el barrio y no tiene ningún recurso para resolver los problemas. No tenemos caminos y solo le responden que no hay recursos, para que él nos lo diga a nosotros. Todo es un cuento chino".

Así transcurre la vida rural mayaricera para muchos campesinos que son simples labradores.

Aquellos que unen dotes de emprendedores con la posesión de la tierra (que es intransferible legalmente), se han vuelto más prósperos. Pero los agricultores que no logran descifrar el mundo de trampas y de robos impunes que los rodea continúan empobrecidos, casi miserables y sin esperanzas.

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