El fracaso del castrismo queda expuesto por enésima vez con los miles de cubanos que huyen, empujados por los rumores del fin de la Ley de Ajuste, pero ante todo por la falta de esperanzas en su propio país, incluso después del restablecimiento de relaciones con EEUU. Ellos, a diferencia del resto del mundo, no tienen nada de optimismo. Raúl Castro ha sido incapaz de convencerlos de que se abrirá una nueva era.
Huyen de ese Estado incapaz de suministrar servicios básicos, construido durante más de medio siglo por los hermanos Castro. Un Estado ocupado ahora en silenciar el drama de esos miles de compatriotas y sus familias, en desentenderse de su obligación de alertar sobre los peligros de la ruta migratoria centroamericana, y cuya única comunicación al respecto, la nota del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), utiliza la suerte de esos cubanos para culpabilizar a Washington, sin condenar el uso de la violencia militar nicaragüense contra ellos.
El comunicado del MINREX deja abierta la posibilidad de regreso al país a quienes lo deseen, pero se desentiende de los ciudadanos cubanos durante el recorrido hasta EEUU. Una vez allí, volverán a cobrar interés para La Habana. O posibles objetos de presión sobre Washington o potenciales financistas: únicamente así consiguen interesar al régimen. Tienen razón, por tanto, esos miles de cubanos en sus peores sospechas: ¿cómo poner esperanzas en autoridades que se burlan de sus derechos, ahora y siempre?
Con la administración del tema a golpe de silencio informativo, el régimen muestra, al menos por inacción, su complicidad con el tráfico humano. La falta de aviso a la ciudadanía acerca de los peligros de la ruta centroamericana hacia EEUU puede contribuir a agravar aún más el problema. El general Raúl Castro, causa y agente de toda esta situación, es muy capaz de convertirla en una crisis humanitaria.