"Vamos a ajustarnos a un código de honor", me avisó desde Miami en su primer mensaje. "Siempre le diré la verdad de lo que vi y oí, pero habrá cosas que sé y que por discreción profesional no le diré".
Nacido en El Cerro, en La Habana, el 18 de abril de 1932, Alfredo J. Sadulé pasó casi toda su niñez cerca del campamento militar de Columbia, donde su padre era soldado. La familia vivía modestamente, con los 19 pesos mensuales del sueldo paterno. En casa de una de sus abuelas había un radio donde escuchaban las noticias de la guerra en Europa y las tías oían las radionovelas, que hacían furor.
Siendo un adolescente (a los 14 años tenía la estatura de un adulto), comenzó a trabajar en las mañanas como mecanógrafo en la oficina política de Panchín Batista, alcalde de Marianao y hermano menor de Fulgencio Batista, y dedicaba las tardes a estudiar en la Nobel Academy. Tres veces a la semana asistía, por las noches, a la Escuela Marrero, del Paradero de la Playa, para alcanzar el ingreso en la Escuela de Cadetes. Y, en lugar de conocer a los peloteros locales o de las Grandes Ligas, como cualquier otro joven de su edad, lo entusiasmaban las historias de la Segunda Guerra Mundial. Patton y Rommel eran sus ídolos.
Pasó de la oficina de Panchín Batista a la Cámara Municipal de Marianao, también como mecanógrafo. Fulgencio Batista se encontraba, por esas fechas, exiliado en Daytona Beach.
Su padre había trabajado con Fulgencio Batista en los años 30. ¿Qué le contaba?
Mi padre había comenzado a trabajar con él en 1934. Me contó que una noche estaba de guardia en una de las postas del campamento de Columbia y le dieron la orden de que por allí no pasara nadie después de las once. Batista, que era jefe del Ejército, llegó con su séquito a la una y mi padre, soldado de 27 años, le dio el alto. El jefe de los ayudantes, capitán Ángel Alonso Elliot, un hombre muy enérgico y duro, increpó al soldadito, pero Batista aceptó la orden y dieron la vuelta al campamento.
Al día siguiente, mi padre recibió orden de presentarse en la residencia del jefe del Ejército con todas sus pertenencias, y él se presentó con su baúl y armamento, creyendo lo iban a licenciar. Lejos de eso, en una sencilla ceremonia, lo ascendieron a cabo, y lo hicieron jefe de la guardia de la residencia, como premio a su celo. Mi padre terminó siendo el jefe de escolta del Presidente.
Pasaba largas horas de guardia, y me contó que, una vez ascendido a coronel, Batista se reunía con el Dr. Juan J. Remos, y pasaba horas hablando de temas políticos con Yoyo García Montes, Jorge Mañach, Carlos Saladrigas, el Ing. López Castro. Así adquirió una formación digna de un estadista.
¿Cuándo lo vio usted por primera vez?
En 1948, el 20 de noviembre. Ese día regresó del exilio que le impusiera el Dr. Ramón Grau San Martín, y todos sus amigos, los ex alumnos del Instituto Cívico Militar, que estaban muy activos, fueron a recibirlo y me llevaron con ellos. Pero yo no me acerqué al avión. Se abrió la puerta y, ante la demora de la escalerilla, él se lanzó sobre el grupo, bastante grande, que lo vitoreaba. Y declaró: "Si no me tiro, me tiran".
¿Cuándo empezó a trabajar a sus órdenes?
Al otro día de su regreso del exilio, el 21 de febrero de 1949. Mi padre, civil ya, era su chofer personal y le hizo una solicitud de trabajo para mí. Yo tenía 15 años y comencé a trabajar en la biblioteca de Kuquine, su casa de campo.
Una vez me tocó acompañarlo como escolta. Además de la escolta privada, compuesta por hombres que pertenecieron a las Fuerzas Armadas, el presidente Prío le había asignado dos sargentos, cada uno con una ametralladora Thompson. Adonde quiera que iba Batista, los escoltas se bajaban con las ametralladoras en unos maletines de cuero.
Eran dos carros y, contando los choferes, 10 hombres en total. El jefe de la escolta era su cuñado, Roberto Fernández Miranda, un gran tirador que participaba en campeonatos de tiro de defensa mexicana, tanto en Cuba como en el extranjero. Batista salió una vez antes de la hora prevista, yo estaba en la puerta de salida a la espera de un vehículo que me sacara a la carretera, un escolta no estaba listo, y yo ocupé su lugar, con gran emoción y orgullo, que aún no olvido.
Su ilusión era pertenecer al ejército constitucional cubano.
Cuba era una república joven, y el ejército se nutrió inicialmente de tropas y oficiales del Ejército Libertador y, sorprendentemente, de tropas, clases y oficiales del ejército español. Una de las cualidades que se le reconoce es que era un ejército disciplinado. Sin embargo, a diferencia de otros ejércitos latinoamericanos, las familias cubanas con cierto abolengo nunca vieron en la milicia una carrera de tradición y futuro. Nunca mandaron a sus hijos al ejército. De manera que sus filas se nutrían de jóvenes campesinos o sin carrera.
Otra diferencia importante con el resto de América Latina es que los oficiales cubanos se formaban en Estados Unidos y Panamá, no en escuelas militares europeas. Una vez instaurada la República, el ejército se organiza siguiendo el modelo norteamericano en cuanto a mandos y manuales. Sin embargo, la disciplina era al estilo europeo, con un trato rudo a la tropa, incluyendo rigor físico. Además de, que con tanto quehacer revolucionario, las tropas se hicieron caudillistas, estuvieron envueltas en todos los alzamientos de la época, y los políticos y la gente adinerada las usaban para cometer arbitrariedades contra el pueblo.
Así llega, en 1933, la revolución de los sargentos y, representado el ejército por el sargento taquígrafo Batista, se consiguen mejores prestaciones y mejor trato para la tropa. Se abren oportunidades para los jóvenes bachilleres que se presentaran a las oposiciones de clases (cabos y sargentos) y más tarde a la escuela de oficiales.
Fueron fundadas las Escuelas Cívico Rurales y el Instituto Cívico Militar. Se llamaron a servicio a maestros normalistas y se convirtieron en sargentos, y los sargentos se hicieron maestros, que llevaron la educación al campo. Y en el Instituto Cívico Militar, creado para huérfanos de los miembros de las fuerzas armadas, obreros y campesinos, se les enseñaba un oficio, música y deporte. Pero esto es tema para otra entrevista…
Los oficiales cubanos gozaban en América de un gran prestigio en preparación matemática y militar. Muchos fueron a cursos en Panamá y a las distintas escuelas de especialización en paracaidismo, artillería, infantería y tanques. En esos cursos los cubanos se llevaban los tres primeros lugares. Además, es justo destacar que los pilotos cubanos no necesitaron aviones de entrenamiento de dos plazas, pues desde el primer día de entrenamiento eran verdaderas águilas.
También eran muy buenos los oficiales de la Marina de Guerra, donde se refugiaron algunos muchachos de buenas familias. Tenían el inconveniente de que el equipo no era muy moderno, pero la Escuela de Guardamarinas era una de las mejores del área.
Y existía, además, la Escuela Superior de Guerra, donde se le daba al oficial una formación cívico militar, con estudios de Teoría General del Estado, Derecho Constitucional, Filosofía de la Guerra, Historia y Geografía Universal, en la que intervenían profesores civiles, militares y algunos extranjeros.
Hábleme de la biblioteca de Kuquine.
Batista se divorció de su primera esposa Elisa Godínez en 1944, y se fue a viajar por América Latina, invitado por los distintos gobiernos, acompañado de su nueva esposa, Martha Fernández Miranda. Al regresar a Cuba, fueron a vivir a la finca Kuquine, en Arroyo Arenas. Su otra finca estaba en Ceiba del Agua, de donde el bibliotecario Pedro Pérez Vento sacó la biblioteca completa, más los diplomas, cuadros, trofeos, condecoraciones y un gran etc.
Pérez Vento instaló la biblioteca en el lugar que ocupaba la bolera de la casa. Era una biblioteca de más de 5.000 volúmenes. Los temas que más abundaban eran la política, la historia y la literatura. Había también una colección de diplomas y condecoraciones que le habían entregado en su vida política. Allí estaban los galones de sargento, las estrellas de coronel, el teléfono de oro que le regalaran los trabajadores del sector por las leyes con las que los favoreció, cuadros y trofeos. La biblioteca era el lugar donde recibía a sus visitas, periodistas, políticos, amigos, familiares, militares retirados...
Yo estaba a las órdenes del bibliotecario, a cargo del archivo de la correspondencia y de pegar los recortes de prensa en álbumes. Batista leía todos los periódicos y le hacíamos diariamente una síntesis del noticiero de Pardo Llada. No importa la hora a la que se acostara, pedía siempre el reporte del radio. Le hablo de los años 49 al 52. En esa época él estaba en la oposición y regularmente lo entrevistaban periodistas locales, Luis Ortega, Rafael Esténger, Edmund Chester, Benjamín de la Vega, Oscar Ramírez. Escribía semanalmente un artículo en Prensa Libre, y un chofer de Kuquine lo repartía por todos los periódicos y estaciones de radio.
¿Qué recuerdos tiene del Batista lector?
El Presidente marcaba y anotaba profusamente las páginas de los libros que leía.
Llevaba siempre en un bolsillo 5 mochitos de lápiz con los que escribía continuamente. En el coche, en la oficina, en su casa.
Era costumbre que en sus cumpleaños todos los amigos y familiares le regalaran libros, pues no era un hombre de perfumes y corbatas. Amigos y familiares llamaban al bibliotecario para consultarle esos regalos. Recuerdo que el coronel Ugalde Carrillo llamó en alguna ocasión para preguntar si el Presidente tenía la enciclopedia taurina de Cossío.
Un 16 de enero, que era su cumpleaños, mi padre y yo decidimos regalarle un libro que costaba tres pesos, La expedición de la Kon-Tiki. El Presidente se personó en la biblioteca y comenzó a revisar los libros que le habían obsequiado, algunos de arte, carísimos. Dijo: "Me voy a llevar un libro para leer esta noche. A ver qué tonto me lo regaló…". Y cogió el que estaba dedicado por los Sadulé, o sea mi padre y yo. Se apenó por sus palabras, y se llevó el libro a su dormitorio.
Tengo este otro recuerdo, de cuando ya era ayudante presidencial: al recoger en la embajada argentina al embajador de ese país, éste se pasó el viaje hasta Palacio haciéndome preguntas indiscretas. Que si había elecciones, que si había Congreso, considerando a Batista como un presidente cuartelario, al estilo sudamericano de los años 20. Así que cuando llegamos a Palacio, mientras el Introductor de Ministros hacía la presentación y el embajador argentino entregaba las cartas credenciales, aproveché y le dije al Presidente: "Éste se cree que usted es un militar de opereta".
Después de la ceremonia venía un brindis con champán, sentados en butacas de terciopelo. (Durante el primer gobierno de Batista se hacía de chaquet, y se escuchaban los himnos en la terraza norte de Palacio a las doce del día. Batista lo cambió a las 4 pm y en traje de calle.) Y, antes de brindar, Batista le dio una clase maestra de política al embajador, comenzando en los griegos y terminando en el último presidente argentino.
Aquel hombre enloqueció. Más aún cuando el Presidente pidió que lo llevaran a conocer su biblioteca. Así se hizo, y cada vez que tomaba un libro, de política o del tema que fuera, encontraba en los márgenes anotaciones de su puño y letra.
Yo conocí a un Batista austero y de pocos gustos exquisitos. Aunque me dicen amigos que en España, en su último exilio, gustaba de la buena mesa. Sus gastos, mientras estuve cerca de él, eran en libros, costumbre que mantuvo en Europa. Allá su cuñado, el general Roberto Fernández Miranda, lo acompañaba a las bibliotecas. Y supe por su cuñado que estudió portugués y visitaba con vehemencia los museos europeos, especialmente los de pintura clásica.
¿Fue en sus primeros días en la biblioteca de Kuquine que cruzó palabras con él?
Sí. Batista no me conocía, y le resulté chistoso, pues era muy alto y delgado, pero a la vez ágil, y me movía bien entre los canales de la bolera, que no se habían quitado. Al verme caminar rápido, dijo: "Uy, pareces un lagartijo...", y no recuerdo por qué me habló de la muerte de Antonio Guiteras, de la que él no había tenido culpa.
Siempre me llamó la atención su manera de vestir. No tenía una arruga en la ropa, ni sudor ni olor. Era muy elegante y exigente en el vestir, blanco, gris, trajes a la medida, camisas blancas y corbatas discretas. Era muy cubano en el comer, y se mantenía en buen peso tirando y recogiendo una pelota de béisbol que en su día le regaló el pelotero cubano Pedro Formental. En el fumar y beber era muy discreto, y no era extravagante en sus gustos. Al contrario, usaba marcas conocidas y baratas.
Era un padre extraordinario, pues aceptaba las quejas llorosas de sus hijos pequeños que regresaban de la escuela, donde sus compañeritos le decían que su padre era un asesino… Y, aunque tenían un maestro que los ayudaba en las tareas, el Presidente tenía el tiempo, las ganas y la paciencia de sentarse a conversar con sus hijos y explicarles lo que no entendían de la escuela.
En Cuba todas las clases sociales tenían su club. Al presidente Batista se le prohibió, en su primer gobierno, ser socio del Habana Yacht Club. (Al senador Alfredo Hornedo, también le negaron el acceso a ese club y se vió obligado a fundar el Casino Hornedo.) Sin embargo, tanto de coronel como de presidente, Batista supo pasear su figura por todos los salones, con una postura varonil y encantadora. Sabía ganarse al público, y principalmente a las damas.
Tres años después de haber iniciado su trabajo en la biblioteca de Kuquine, ocurre el golpe de Estado del 10 de marzo.
El gobierno del Dr. Carlos Prío Socarrás había logrado una de las legislaturas más creativas en la historia cubana, con leyes sociales que protegían a la mujer, al niño, a la familia, a la empresa, a la banca, a las instituciones financieras. Sin embargo, no podía controlar la corrupción en su gobierno, heredada del anterior. Su propio hermano desvió 74 millones de pesos que debían incinerarse, por su mal estado, y los depositó en su cuenta personal en Miami. Prío tampoco controlaba las luchas intestinas a balazos, en la calle, entre los miembros de su partido.
Advertido por personalidades de la política y la cultura, se preocupaba por las amenazas que lanzaban los políticos del Partido Ortodoxo, con su lema "Vergüenza contra dinero", prometiendo encarcelar a los políticos corruptos. Y, para colmo, el Jefe del Ejército, general Ruperto Cabrera, hombre mesurado y recto, informaba a Prío de la existencia de varias conspiraciones golpistas, a las que éste no les dio la importancia que merecían.
Una de las conspiraciones contra el presidente Prío la dirigía el Dr. Aurelio Sánchez Arango, con elementos de la Aviación Militar. Otra, Eufemio Fernández, líder auténtico de una agrupación gangsteril. Y existían otras dos conspiraciones dentro del ejército: una de oficiales retirados de alta graduación y otra de oficiales subalternos en activo y retirados. Estaba, además, la conspiración de Colacho Pérez, Oscar de la Torre, Ramón Hermida, Carrera Justiz, Coronel Garcia Tuñón, Teniente Rafael Salas Cañizares y Fulgencio Batista.
Preocupado por los anuncios de Partido Ortodoxo, el Dr. Juan J. Remos, intelectual y respetadísimo profesor, visitó al presidente Prío y acordaron invitar a Batista a una entrevista. Iba a ser en la biblioteca del Dr. Remos, de madrugada, a las 3 de la mañana. Entre Batista y el presidente Prío solamente. Invitarían a Batista a que apoyara a Hevia, candidato del Partido Auténtico, y se le nombraría por ello ministro de Defensa. Barajaban también la posibilidad de un golpe de Estado. Pero la entrevista no se dio. El vicepresidente Dr. Guillermo Alonso Pujol visitó a Batista en su finca, y éste temió que se tratara de una trampa.
El 7 de marzo, Batista celebró un mitin en Guanabacoa que la Juventud Ortodoxa quiso sabotear. Y el 9 de marzo, domingo, habló en Matanzas ante los miembros de su partido,promoviendo a los candidatos locales y su candidatura presidencial. En la madrugada del 10 de marzo, en mangas de camisa y acompañado por 16 amigos, entró en el Estado Mayor del Ejército y dirigiéndose al personal que estaba allí, les dijo: "Yo soy Batista, ayúdenme a resolver el problema de Cuba". Hubo aplausos, y seis llamadas telefónicas a los mandos resolvieron el problema.
Al día siguiente, ningún banco se fue de Cuba, ninguna fábrica cerró, las escuelas continuaron abiertas y la ciudadanía le dio una carta de crédito a los conspiradores. Los pocos políticos y profesores universitarios que se exilaron cobraban su cheque y a nadie, ni a los que no aceptaron el 10 de marzo, militares y civiles, dejó de respetársele su decisión y sus derechos. Nadie fue encarcelado, ni se le intervinieron sus negocios o expropiado sus casas.
Ese cuarto de siglo, de 1933 a 1958, fue uno de los períodos más creativos del país. Cuba estuvo mejor que nunca en logros económicos. El 67% de los capitalistas eran cubanos. Y las leyes sociales, la educación, la salud pública, las exportaciones eran, en muchos casos, más altas que las de países más grandes y más antiguos.
¿Considera justificable el golpe de Estado?
Solo demagogos y no conocedores de la historia de nuestro país pueden criticar el golpe de Estado. Una de las responsabilidades más sagradas de las fuerzas armadas es la de proteger a sus conciudadanos, y precisamente el 15 de febrero de 1952, a las 12 del día, fue asesinado el senador Alejo Cossío del Pino por pistoleros del Partido Auténtico.
Después del golpe de Estado el país continuó su desarrollo y crecimiento hasta que unos desalmados atacaron un cuartel, fueron arrestados, juzgados con todos sus derechos, encarcelados y amnistiados. Se les dio la oportunidad de crear un partido político y participar nacionalmente en el desarrollo de Cuba y, lejos de eso, abandonan la Isla, se entrenan en un país extranjero y regresan en plan bélico y, una vez que las fuerzas del orden público se les enfrentan para defender la territorialidad de la Isla, inmediatamente las clases vivas del país piden un alto al fuego y el acuartelamiento de las tropas...
¿Cómo transcurrió ese día, el del golpe, en Kuquine?
La señora Martha estaba tranquila, pero con los ojos buscaba noticias. Hay que recordar que su esposo y su hermano encabezaban el golpe de Estado. Ella, aunque rodeada de hermanas y amigas, me miraba con sus grandes ojos, como indagando si sabía algo.
Nos fuimos a la biblioteca, pues habían más teléfonos allí, aunque de larga distancia (de esos que no tenían disco y había que llamar a la telefonista), y también habían más radios y más facilidades para atender a la gente reunida.
Al fin, el 11 de marzo, Batista invitó a su esposa a Palacio, y tuve el honor de acompañarla allí, a la iglesia y a la peluquería. El 27 de marzo, fecha en que yo planeaba regresar a la Escuela de Cadetes, ella consiguió una plaza de taquígrafo-mecanógrafo, con el grado de segundo teniente, asignado a Guardias Presidenciales a las órdenes de ella, y me volvió a mirar como me había mirado el 10 de marzo, y se buscó de cómplice a mi padre. Así que acepté el puesto.
¿Cuáles eran sus tareas?
Mi responsabilidad consistía en acompañar a la Primera Dama a sus salidas. La guardia de Palacio le asignó dos escoltas y dos choferes, para trabajar en turnos de 24 horas. En pocos días ella organizó su oficina, y le dieron en uso el Cadillac matrícula 2. Creó la Organización Nacional de Dispensarios Infantiles, la Organización de Dispensarios de Rehabilitación de Inválidos. Y se dio a la tarea de conseguirle trabajo a vecinos, familiares y amigos. Cada vez que surgía una epidemia, allá salíamos en auto o en tren.
Cuando acompañaba en los viajes a la Primera Dama, Batista me decía: "Ese es mi tesoro, cuídela y no permita que ningún político o militar, no importa el grado, se retrate con ella". Imagínese que a veces tenía que negarle ese derecho a un gobernador provincial, a un senador o a un coronel jefe de regimiento, y yo era un tenientico de Palacio…
Al regreso de uno de esos viajes, en que la acompañé a la inauguración del Teatro Rodí, ella recomendó al Presidente que me ascendiera.
Usted participó en la campaña electoral de 1954, en las que Batista se presentó como candidato presidencial.
Sí. Batista nos pidió al entonces coronel Francisco Tabernilla Palmero, Jefe de Regimiento Mixto de Tanques y secretario del Presidente, y a mí que lo ayudáramos en esa campaña. Solicitamos permiso de las Fuerzas Armadas y nos sumamos. Tabernilla como secretario privado, con mucho poder, y yo a cargo del marketing político y de la agenda.
El coronel Tabernilla me entregaba dinero en efectivo, procedente de distintos colaboradores civiles, para que lo contara y lo envasara en sobres a repartir entre candidatos y periodistas. Él me daba las listas, yo citaba a esas personas y les entregaba el sobre respectivo con un saludo del Presidente.
Más de uno se disgustó, pero se llevaban la aportación. Recuerdo que dos de ellos, un candidato y un periodista, me tiraron el dinero a la cara. Otro, un director de semanario, me reclamó: "Dígale al presidente que con ese dinero (4.000 pesos) no puedo ir a España". A lo que le contesté que la colaboración era para ayudar en los gastos propagandísticos, no para viajar de vacaciones a España.
A todos se les daba: directores, columnistas, editorialistas, dueños, comentaristas de todos los medios. Cuanto más grande el medio, más grande la cantidad. A muchos se les enviaba el paquete en una moto. Por supuesto, en efectivo. Cantidades de 5.000 a 20.000, dependiendo el medio.
Esto era una colaboración, aunque el medio nos podía atacar. Usábamos la publicidad en los cines, en noticieros. En una iniciativa de la Juventud del Partido, organizamos grupos de jóvenes que iban a los cines y, cuando salía en pantalla la Primera Dama inaugurando alguna obra, dos o tres jóvenes aplaudían y el aplauso se hacía contagioso, el cine estallaba en aplausos. Puesto que la figura del Presidente no era vendible, pues le habían creado una leyenda negra de asesino, de tirano y de ratero, usamos a la Primera Dama como un valor añadido al gobierno, cuyo mensaje sí que era aceptado y respetado por el pueblo y la opinión pública.
Sus ascensos llegaron hasta ser nombrado ayudante presidencial.
El 31 de diciembre de 1957 fui ascendido a capitán y el 4 de enero de l958 fui promovido a ayudante presidencial.
Mi primera representación del presidente fue en la celebración de los 25 años del servicio de carteros por parte del Ministro de Comunicaciones. El acto fue aburrido, aunque amenizado por la cantante Estelita Santaló. Cuando regresé a Palacio, el Presidente me preguntó cómo me había ido, y le contesté: "Presidente, lejos de premiar a esos hombres, que durante 25 años cargaron la cartera llena de cartas, yo los hubiera despedido. Porque no han tenido aspiraciones, como ser inspector, jefe, delegado, ministro... Si yo fuera usted, los mandaba a capar". Y el rió estruendosamente por mi falta de respeto.
En algunos actos, nos jugaba bromas a los ayudantes. A veces me decía: "Capitán, ve aquella dama de blanco, fíjese cómo me mira". Y yo, continuando la broma, le decía: "No, señor Presidente, me mira a mí, porque es mi amiga y, además, soy más joven". Otras veces, me prohibía estar de pie a su lado, pues —como decía él— yo era una vara de tumbar gatos, y él tenía una estatura normal.
El Presidente gustaba mucho de los sandwichs de pierna que preparaban en la calle 23 y 8, en La Palma. Cuando él trabajaba en la biblioteca en algún artículo, preguntaba por mí, que los viernes o sábados estaba de retén y asistía en su nombre a bodas o recepciones. Entonces él pedía al ayudante de guardia que me localizara y me dijera: "Operación Sadulé". Contaba a las personas que lo acompañaban y le decía: "Dígale al capitán que Operación Sadulé 8". Y yo compraba 8 sandwichs. Hasta que un fin de semana la Primera Dama descubrió el invento y no lo dejó comer cerdo de noche.
Él siempre decía, cuando pasaba algo raro, que era "una saduledada".
Hablando de esas "saduledadas", usted intentó contactar con Fidel Castro siendo ayudante presidencial…
En junio de 1958, junto a un amigo, Ernesto Rodríguez, hermano de René Rodríguez, lugarteniente de Fidel Castro en la Sierra Maestra, acordamos una cita para convencer a Castro de que bajara de la Sierra y organizara un partido político. Yo le ofrecería seguridad hasta La Habana.
¿No lo vió entonces como un propósito descabellado?
Era el propósito de un hombre de buenos sentimientos, que quería evitar que los cubanos siguieran matándose. Asistí a la cita en La Virgen del Camino a la hora y el día convenido, acompañado de Ernesto Rodríguez, y había informado de esta gestión al entonces jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), brigadier Carlos Cantillo.
Después de estar más de dos horas esperando en balde, Ernesto y yo nos fuimos a un bar mexicano, Las Catacumbas, que se especializaba en asustar a los parroquianos con fantasmas, arañas, oscuridad y ruidos. Tomamos una copa y nos regresamos a La Habana. El representante de la Sierra nunca llegó, al parecer por lo convulso de la situación. Se asustó en Las Villas y regresó a la Sierra Maestra, comunicándole a Fidel Castro que yo no había asistido. Al ofrecer esa información, fue fusilado personalmente por el Comandante en Jefe.
¿Qué dijo Batista al saber de esa gestión suya?
Al siguiente fin de semana, estando en Kuquine, me encontré con el coronel Orlando Piedra y le comenté lo que estaba haciendo. Él me preguntó, muy alarmado, si lo sabía el Presidente. Le contesté que no, pero que se lo había dicho al brigadier Cantillo. "No, eso tenemos que decírselo al Presidente", me dijo, "porque a Carlos [Cantillo], le decimos Sieteaños, por lo aniñado que actúa".
Recuerdo entonces la cara de Batista, de preocupado. No estaba de acuerdo con mi actuación, pero nunca me reclamó, aunque a veces me decía: "Es que tú todavía piensas como universitario". Porque, efectivamente estudiaba por entonces Contaduría Pública en Villanueva. El presidente asumió que Castro me habría presentado ante la prensa como un edecán presidencial, universitario, que se sumaba a la revolución. Y cuando se enteró de que el Jefe del SIM lo sabía, sí que se enojó. Y Cantillo, sin la menor preocupación, dijo: "Si Sadulé lo bajaba para hacer política, yo me ocupaba de que no pudiera registrar su partido..."
El Presidente le ordenó callar, le dijo que esto era un asunto muy serio y no estábamos para bromas. "Bueno, pensé que esto era obra suya", le dijo entonces Cantillo. "¿Cómo voy a pensar que el capitán estaba actuando por su cuenta?".
"Menos mal que el guía no llegó y nos ahorramos un golpe publicitario en que harían ver que el Presidente envió a un ayudante suyo para conversar con la guerrilla", terminó diciendo Batista, y realmente no me regañó.
Nunca reclamó mi impericia y despiste. Pero su cara demostró preocupación, no solo por el riesgo del gobierno, sino por la posibilidad de que, asumiendo leyes revolucionarias, Castro me hubiera fusilado.
Hablemos de los últimos días de Batista en el poder.
Semanas antes del 31 de diciembre de 1958, el coronel Alfredo Rams, jefe de los ayudantes presidenciales, descubrió un avión de Cubana de Aviación en las afueras de los terrenos de Cuba Aeropostal, línea de carga, que compartía con la Aviación Militar y Aerovías Q las pistas de la Aviación Militar. Batista se excusó con Rams, y le dijo que ese avión lo había ordenado poner él, pues tenía preocupación de que al general Tabernilla Dolz, jefe del Estado Mayor Conjunto, le entrara un miedo insuperable y se fuera y nos dejara incomunicados. Acto seguido, comisionó al coronel Rams para que protegiera ese avión con gente de confianza.
En todas las unidades donde estaban los teléfonos de la microonda (a saber Kuquine, Palacio Presidencial y la residencia en el campamento militar de Columbia) debían dormir los ayudantes presidenciales que estuvieran de retén. Para que, cuando en el Estado Mayor se retiraran a dormir, supieran que estaba a cargo un ayudante. Al mismo tiempo, no sabían o no debían saber donde dormía el Presidente.
El entonces jefe del SIM Irenaldo García descubrió una reunión de los jefes militares, dirigidos por el general Tabernilla Dolz, con el embajador norteamericano Earl Smith, en la que le ofrecieron al gobierno de EE UU sacar a Batista del gobierno y organizar una junta militar. Sin embargo, el embajador no aceptó esa gestión. El coronel Irenaldo García quiso arrestar a la plana mayor, pero fue aconsejado por su padre, general Pilar García, jefe de la Policía, de que no lo hiciera.
El 24 de diciembre, el coronel Rams me da la orden de mandar a hacer un uniforme de jefe de Estado Mayor Conjunto, y para ello la doncella de la Primera Dama, Teresa Orobengoa, me entrega un pantalón, una camisa con las iniciales "FBZ" y un sombrero con las mismas iniciales, para que ese mismo día se confeccionara un uniforme con esas medidas y con las 5 estrellas pequeñas en círculo.
La idea era que el Presidente asumiera la jefatura del Estado Mayor Conjunto, que volviera a la vida militar. Me fui a los talleres de la Policía y allí me asignaron un sastre, Odelín Ortiz, quien cortó y cosió el uniforme. Esa Nochebuena, por razones de visitas y horarios, la Primera Dama no pudo entregarle el uniforme al Presidente. Sin embargo, pudo hacerlo el 28 en la mañana y el Presidente agradeció a los que intervenimos en la "conspiración", pero comentó: "Parece que mi mujer está todavía enamorado del coronel Batista y quiere que yo regrese a las Fuerzas Armadas y me vista nuevamente de militar, pero eso ya no puede ser".
Repitió varias veces estas últimas palabras. Dijo: "Alguno de mi amigos y mi esposa me han pedido que adelante la toma de posesión del Dr. Andrés Rivero Agüero, y que regrese al Estado Mayor Conjunto, pero eso ya no puede ser".
¿Se le veía nervioso?
Siempre vi al Presidente seguro de sí mismo. Cuando el asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, alguien llamó por teléfono antes del asalto, el telefonista le pasó la llamada, y él personalmente llamó a la Cruz Roja y avisó: "Prepárense para lo peor".
A la Primera Dama también la vi entera, digna. El 31 de diciembre de 1958, cuando todo estaba perdido, él mantuvo una actitud digna, sobre todo tratando de no preocuparla a ella.
En muchos momentos de peligro que conviví con él siempre se portó a la altura de las circunstancias. Un día, en Ceiba del Agua, entre una fila de personas que querían darle la mano, un maestro joven trató de dispararle. Al sacar el revólver, el martillo se le enganchó en la guayabera, y el Presidente le sujetó el brazo y le dijo al personal de seguridad: "Acompañen al joven, que se siente mal".
Usted estaba de guardia el 31 de diciembre de 1958…
Exacto. Mi turno empezó en la residencia de Columbia, porque era fin de semana. (De haber sido otro día habría comenzado en el Palacio Presidencial.) Hacía semanas que el Presidente iba a Columbia, pues el general Silito Tabernilla Palmero, secretario privado del Presidente y jefe de la División de Tanques, llevaba días protegiendo la posta de la calle Consulado y su propia casa con una tanqueta, porque, al salir la tropa hacia Santiago de Cuba, sentía que el campamento estaba desprotegido. Así que el Presidente y su familia estaban allí desde días antes por cuestiones de seguridad.
Después de almuerzo nos fuimos a la biblioteca de Kuquine. Pasamos la tarde allí. El general Francisco Tabernilla Palmero llegó temprano, con personal de su oficina que atendía la correspondencia del Presidente, y se encerraron con el Presidente en su despacho. Al rato se incorporó el general Eulogio Cantillo, quien regresó después a Santiago de Cuba en avión.
El Presidente permaneció en la biblioteca, acompañado por Tabernilla. El coronel Cosme Varas, ayudante presidencial que compartía conmigo la guardia, estaba muy nervioso, pero no me decía nada. Yo realmente no sospechaba nada, a pesar de una conversación que había tenido con mi esposa, Martha Vila. La había llamado para recordarle que el comandante Armando Acosta y su esposa la recogerían a las 9 pm para ir a la cena de Nochevieja, y ella me contó que su tío Mario Fernández, ex capitán del ejército de la vieja oficialidad machadista, le había pedido que me dijera que Batista se iba esa noche.
La tarde se convirtió en noche, las horas volaban y el Presidente esperaba impaciente a Cantillo. Éste llegó procedente del gimnasio de la ciudad militar, pues traía los ojos rojos, acabado de darse un baño de vapor, y el Presidente le reclamó: "Eulogio, te dije que vinieras directo del campamento de aviación, no que fueras al club". Cantillo bajó la vista y se excusó balbuceando que había tenido que pasar por su casa. Lo cual era incierto, pues olía a colonia y desodorante, como acabado de bañar.
Al rato, la Primera Dama comenzó a llamar, preguntando cuándo iba el Presidente, porque los invitados llegaban ya a la residencia. Repitió varias veces su llamada, hasta cerca de la medianoche. El nuevo año prácticamente nos cogió en camino hacia Columbia. El Presidente iba bromeando, decía que la culpa del retraso la tenía Sadulé (refiriéndose a mi padre), que había tardado en preparar los carros.
Al llegar a Columbia, me sorprendió que las invitadas (mi esposa, entre ellas) estaban elegantísimas, pero los hombres estaban con ropas de campaña y armas de cintura. Ahí supuse que algo iba a pasar, pero nunca imaginé que nos iríamos. Estaban las señoras de la alta oficialidad, la familia presidencial, algunos políticos, casi todos sin esposas, pues, por ejemplo Doña Isabel Collado de Rivero Agüero estaba con sus hijos en un lugar de fiestas. Esa noche todos los clubs y centro regionales y cabarets estaban llenos...
El Presidente y la Primera Dama atendían a familiares y amigos. El Presidente, algo eufórico, nos hizo brindar con café. Se movía saludando a todos, pero no capté nada fuera de lo corriente. Después, cuando acompañé a mi esposa hasta el auto (el comandante Acosta y su esposa la llevaban a casa), vi salir a muchos políticos. Y me tropecé con los generales Tabernilla y Cantillo, que preguntaban por el Presidente y venían acompañados de varios militares armados con ametralladoras.
Ya ahí me preocupé, y salí a buscar a mi padre, jefe de los escoltas, quien se me acercaba buscando noticias. El teniente Bocanegra, escolta personal del Presidente, señalaba cómo la jefatura de regimiento y el Estado Mayor estaban iluminados, y los coches corrían chillando las gomas.
Yo pregunté a mi padre con cuántos hombres contábamos. 60 hombres, me dijo. Bueno, le respondí, no sé lo que pasa, pero aquí no se cumplen más órdenes que las mías y las del general Fernández. Me fui al cuarto de comunicaciones y pedí un teléfono y comencé a llamar a los ayudantes, que fueron llegando inmediatamente.
El Presidente estaba reunido en su oficina con algunos políticos: Anselmo Alliegro, presidente del Senado; Gastón Godoy, presidente de la Cámara de Representantes y vicepresidente electo; Jorge García Montes, senador. Tabernilla y Cantillo le informaron que la tropa no quería pelear, y el propio Presidente, ante una preocupación de la Primera Dama que no estaba al tanto, le pidió (así aparece en su libro Respuesta) que estuviera preparada para salir. Sin aclararle si saldríamos hacia Palacio o hacia Kuquine.
Los informes de los mandos eran negativos y antes de continuar con un baño de sangre, él prefirió entregar la presidencia al presidente del Senado. Alliegro la entregaría al magistrado más antiguo del Tribunal Supremo, y el general Cantillo asumiría la jefatura del Ejército. De manera que firmó el acta mediante la cual renunciaba a la presidencia.
Mi padre y el almirante Rodríguez Calderón, jefe de la Marina, fueron los únicos que hablaron cuando Cantillo dijo que las tropas no querían pelear y el Presidente respondió que si él era la causa del derramamiento de sangre, se iba. Mi padre dijo entonces: "Aquí no hay nadie que tenga moral para decirle a usted que se tiene que ir". Y el almirante: "Presidente, nos vamos usted y yo al polígono, llamamos a la televisión, le hablamos al pueblo y nos vamos a Santiago de Cuba".
Llegaron todos los ayudantes (salvo uno, que vivía lejos) y acompañamos al exilio al Presidente y su familia.
¿Cuántos iban en ese vuelo?
Cuarenta y siete personas, contando pasajeros y tripulación. Ya estábamos en el avión, cuando llegó el coronel Piedra, acompañado de medio centenar de oficiales de distintos cuerpos de investigación (SIM, Policía Secreta, Policía Judicial, Servicio Secreto). El Presidente bajó y los atendió. El coronel Martín Pérez, con un apretado traje de civil, le insistía en que no teníamos que irnos de Cuba.
Yo vi salir el avión del general Tabernilla, que se llevó el Guáimaro, el avión presidencial. Nosotros nos fuimos en un segundo avión, y supe que salió un tercero, con otros familiares del Presidente. El primero y el tercero volaron a EE UU. El nuestro a Santo Domingo. En vuelo ya, el piloto Soto informó la altura, la velocidad y el destino (se suponía que era Nueva Orleans), y el Presidente le reclamó sin alterarse: "¿Quién le dijo eso?". Soto respondió que la torre. Y dijo el Presidente: "¡Qué torre ni que ocho cuartos! Vamos a Santo Domingo".
La decisión la tomó el Presidente en el aire, y fue suya solamente. En República Dominicana consulté mucho a sus allegados, Gonzalo Güell, ministro de Estado, el Dr. Andrés Rivero Agüero, presidente electo, y el Dr. Andrés Domingo y Morales del Castillo, ministro de la Presidencia y mano derecha del Presidente, y todos me dijeron no saber nada de la decisión del destino final ni de todo lo que sucedió esa noche. Todos creyeron que el Presidente tenía un as en mano. Yo mismo, cuando estaba abordando el coche presidencial, no creí en ningún momentos que nos íbamos.
¿Cómo pudo salir Tabernilla en el primer avión, y en el avión presidencial?
Cuando llegamos, ya los Tabernilla habían abordado el avión y sus hijos estaban en los mandos. Los dos eran pilotos, Wincy y Tony. El viejo Pancho Tabernilla, con abrigo de campaña, besó a sus nietos y a su nuera como si se despidiera de la familia y regresó a donde están su ayudante y su escolta. Se palpó el cuerpo como si se le hubiera olvidado algo, regresó al avión, subió, y de inmediato cerraron la puerta, y la nave inició su taxeo por el aeropuerto ante la mirada atónita de sus hombres de confianza, que no podían entender cómo su jefe se iba sin darles una explicación, sin despedirse.
Usted guardó la puerta del avión en que voló junto a Batista. Hubo malas palabras a propósito del comportamiento de Esteban Ventura. ¿Cómo pudo subir Ventura a ese avión?
Varios oficiales pensaron que ya no habrían más aviones, se produjo un momento de confusión y fui yo quien grité una grosería, alegando que era el avión de la familia presidencial.
Los únicos oficiales que no cumplieron las instrucciones fueron el coronel Ventura y el teniente Izquierdo, que llegaron de uniforme. Como le he dicho, el Presidente descendió del avión y les habló muy calmadamente, explicándoles lo que había pasado. Yo permanecí en la puerta con mi brazo derecho apoyado en el marco y esos oficiales se colaron bajo mi brazo. No pasó más nada, ni en el avión ni en Santo Domingo.
¿Pudo acompañarlo su esposa?
No, no tuve tiempo de llamarla. Y teníamos dos hijos pequeños, el mayor de dos años. Volvimos a reunirnos más tarde.
Usted niega que cargaran millones de dólares o de pesos.
Llevo 53 años contándole a todo el que me pregunta cuánto dinero llevaba Batista, y he repetido hasta la eternidad que no llevaba ni siquiera ropa interior para cambiarse. Ni siquiera un cepillo de diente.
El dinero que se depositó en un banco el día 2 o 3 (porque era feriado ese domingo 1 de enero) fueron $15.000 que el coronel Piedra traía para pagar confidencias, que era habitual entre los fidelistas, que vendían información.
Lo demás que se diga es una infamia. A cada uno de los que llegamos al exilio y a los que fueron llegando se les dio alojamiento y una comida al día y $100 para ropas y artículos de aseo.
Se ha dicho que huían...
Le he reclamado a más de uno de mis amigos periodistas por qué el instigamiento con Batista. En el fondo, no tienen sustancia los ataques a Batista, y ellos lo saben. Que se fue… Que no peleó… Que rompió el orden constitucional… ¿Cuál orden constitucional, cuando el propio presidente Carlos Prío invitó a Batista a que apoyara políticamente a Hevia o que organizara un golpe de Estado?
El presidente Batista, en ese siniestro mes de diciembre, cuando el poder se le iba de las manos y todos lo sentíamos, buscaba soluciones, llamaba a los amigos. Sin agobios, sin dudas, como un estadista. Yo soy ahora el que pregunta, señor periodista, de qué huida habla, cuando el presidente Batista entregó el poder al presidente del Senado, al miembro más antiguo del Tribunal Supremo y al jefe del Ejército, en documento firmado y fechado...
El Presidente habló a sus amigos y compañeros, y les dijo que el que quisiera acompañarlo que lo hiciera, y que el quisiera quedarse que se quedara y que, como militar, ayudara al general Cantillo en su tarea. Lo hizo serenamente, despidiéndose de mano de los leales que lo despedían. No lo vi titubear ni una vez, no dijo ninguna frase desagradable. Ni para los rebeldes, ni para las autoridades norteamericanas, ni para Cuba.
Mucho tendrá usted que investigar, amigo periodista. Mucha gente quiere seguir engañándose al respecto, y repiten lo que alguien les contó o leyó en un libro. Pero yo, mi amigo, estaba allí.
¿Cómo fue la llegada a Santo Domingo?
Aunque no nos esperaban, nos atendieron espectacularmente. Batista y su familia se hospedaron en el Palacio Nacional, y el resto en el Hotel Jaragua. El general Trujillo tuvo que prestarle ropa interior al Presidente. Los ayudantes nos distribuimos el trabajo, y yo quedé a cargo de la correspondencia, la chequera y la atención a la prensa.
Aunque en el decursar de los días pasaron muchas cosas (visitas, llamadas), lo más importante que sucedió fue el desencuentro entre Batista y Trujillo. Estando de guardia de secretario el coronel Rams, éste acompañó al Presidente a una invitación que le hizo el general Trujillo para visitar un campamento militar. Rams me contó que, para sorpresa del presidente Batista, encontraron allí una tropa con ropa y armamento de combate, luciendo en la parte superior del hombro izquierdo el escudo de Cuba. La bandera cubana identificaba a las distintas compañías de fusileros. Habían más de 12 carros de combate, artillado y 12 aviones Vampiros con la enseña cubana pintada en sus colas.
Batista saludó respetuosamente a las tropas abanderadas, y cuando terminó el recorrido, preguntó con la mirada al general Trujillo qué significaba aquello. "Presidente Batista, estos 3.000 hombres es lo que mi país, la patria de Duarte, le ofrece para recuperar a Cuba de manos de esos facinerosos", le contestó Trujillo. Y Batista, turbado, buscaba las palabras para no ofender a aquel hombre, de quien era huésped. "General", le dijo arrastrando las letras, "no sabe cuánto mi país le agradece este esfuerzo, pero no puedo aceptarlo. Las fuerzas armadas de mi país han decidido que no quieren pelear, y no puedo aceptar su oferta. Además, aunque aprecio en todo lo que vale su oferta, esto no sería un acto patriótico, sino un ataque militar de una potencia extranjera, pues estos hombres son dominicanos."
"¿Qué dice, Presidente?", Trujillo estaba molesto. Y Batista le dijo: "No hay duda, General, son dominicanos, la bandera no les cambia la nacionalidad, y eso sería una guerra no declarada".
Trujillo insistió: "Presidente, acéptelo sin condiciones. No le pido nada a cambio, solo quiero defender la democracia en el Caribe". Y Batista: "Inaceptable, General. Si regreso algún día a Cuba, iré comandando tropas cubanas".
De ahí regresaron al Palacio Nacional, y el presidente Batista se mudó al Hotel Jaragua con su familia y nosotros al Hotel La Paz. Ahí comenzó el viacrucis del Presidente y su séquito. Dos escoltas suyas que visitaban Santiago de los Caballeros tomaban café, preguntaron a un camarero dónde estaba la fábrica de carabinas San Cristóbal, y fueron detenidos e interrogados durante 7 días.
Al comandante Armando Acosta y a mí, por negarnos a pertenecer a la Legión Anticomunista del Caribe, con oferta del grado inmediato superior, nos echaron del país. El presidente Batista y el almirante Rodríguez Calderón estuvieron dos días en la cárcel por negarse a pagar una deuda.
¿Qué deuda era?
Por la venta de unas carabinas. A partir del 2 diciembre de 1957, del desembarco del Granma, el gobierno de EE UU retiró el apoyo militar y político al gobierno cubano, y devolvió a Cuba a todos los cadetes y militares que tomaban cursos en EE UU, y hasta en la Escuela La Américas, de Panamá. Ante esto, el gobierno se vio en la necesidad de comprar armas y municiones a Inglaterra, a Nicaragua y a República Dominicana.
República Dominicana vendió a Cuba las carabinas San Cristóbal, que Trujillo trató de cobrarle al presidente Batista mediante artimañas. Al Hotel Jaragua, donde vivía el Presidente, llegó un ingeniero italiano, con sombrero y sobretodo, a cobrarle las carabinas. Yo le indiqué que Batista ya no era presidente de Cuba, y que esa deuda no era de él, sino del gobierno.
El Presidente fue dos días a la cárcel y para salir definitivamente de Santo Domingo tuvo que pagar aquella deuda, de 3 millones de dólares. Pudo salir gracias a su abogado norteamericano Lawrence Berenson, y a una gestión del presidente de Brasil, Kubitschek, ante Salazar, primer ministro de Portugal.
¿A dónde se fue usted, después de República Dominicana?
Después de una accidentado viaje por el Caribe, me fui a México, donde viví durante 15 años.
A México llegaban políticos, militares, personalidades, ex ministros de otros países, y siempre buscaban contacto conmigo, para intercambiar criterios y muchos para enterarse porque nos fuimos de Cuba. Un empresario cubano radicado allí desde 1933, Don Pablo Machado, me contrató como secretario, me presentó a las autoridades y me dio poder para atender a los cubanos que llegaban. Así pude alquilar habitaciones de hotel (en el conocido Hotel Ontario) y un restaurante (El Malecón) para atender a los militares y familiares que llegaban sin dinero y sin relaciones.
También llegaban pescadores, marinos mercantes, pilotos, estudiantes y artistas, a los que Don Pablo Machado les consiguió permiso de trabajo.
Recibimos también a miembros de la comisión de parlamentarios cubanos que habían viajado a la toma de posesión del presidente López Mateos. Llegaron periodistas, médicos, abogados, banqueros, el elenco completo de Tropicana con su famoso coreógrafo Rodney.
Todo eso llegó a costar 20.000 dólares mensuales, y recuerdo que uno de los ayudantes que trabajaba con el presidente Batista en Madrid y Madeira, comandante Manuel Atorresagasti, llevó a México en 1960 o 1961 un aporte del Presidente que no rebasó los 2.000 dólares, con el consiguiente malestar entre los colaborantes.
En esos primeros días del exilio mexicano, el ingeniero Oscar de la Torre, Raúl Valdivia, el senador Casillas, Julio y Pío Elizalde y yo fundamos Defensa Institucional Cubana, una publicación modesta dedicada a desenmascarar el castrismo.
¿Siguió en contacto con Batista?
Mis últimos contactos con Batista fueron a principios de 1959, y lamentablemente, por las distancias y la falta de comunicación, no fueron todo lo agradable que me hubiese gustado.
Tuve polémicas feroces con él por carta. Primero por su libro Respuesta, por el que yo le reclamaba: "¿Respuesta a quién?".
Después, por los contactos que quería que estableciéramos con autoridades norteamericanas para gestionar su vista para EE UU. Y yo le recordaba lo ocurrido al general Marcos Pérez Jiménez, a quien enviaron preso a Venezuela.
Y, por último, discutí con él por su silencio, al no aceptar entrevistas televisivas ni radiales ni de prensa plana. Él se defendía diciendo que no iba a aceptar que lo llamaran dictador. Y yo le ponía de ejemplo a Perón, a quien no le importaba que le dijeran dictador, pero salía en la prensa a diario, en el mundo entero, y desde el exilio logró ser presidente nuevamente, votado por una generación que no lo conocía, pues faltaba de Argentina por 18 años. A tal punto, que el justicialismo de Perón todavía manda en Argentina, después de 60 años.
¿Cree usted que Batista tuvo la impresión de que volvería a Cuba como había vuelto en 1948?
No tengo detalles de cómo pensaba en su segundo exilio, pero por sus libros creo que quedó herido en su ego al verse derrotado por esa plebe, y con tanto repudio internacional. Porque no fue solamente que EE UU lo abandonaran, sino que los soviéticos vendieron una imagen de él y de sus hombres como la de los peores hombres del nazismo.
Sin acusar a ningún medio de la época, pues no quiero traicionar a mi memoria, que es la de un octogenario, algunos medios publicaron que Batista había hecho capar a Fidel Castro.
¿De dónde salieron entonces esos cinco hijos? Le repito, creo que él quedó muy herido. Lo que en esgrima se llama touché.
¿Qué le parece cómo cuentan la noche del 31 de diciembre de 1958 en la segunda parte de El Padrino de Ford Coppola?
Hollywood no ha sido nunca muy bueno, a pesar de los recursos con que cuenta, para escoger a los artistas que representen a personajes cubanos, sean políticos o históricos. Una vez vi una película sobre la Guerra de Independencia, y me vistieron al actor que hacía del general Antonio Maceo con un traje de confederado, con chaquetón de lana a media pierna, en pleno sol de Cuba.
En El Padrino,la escena donde le informan a Batista de que se cayó el gobierno es grotesca. Mis amigos españoles estaban seguros de que así mismo había sido. Batista estaba de traje esa noche, en esa fechas no se usaban condecoraciones ni la banda presidencial. No fue en un salón público, sino en la residencia en Columbia.
Lo que hicieron fue un mal cuento para vender entradas. El actor era indígena y, aunque Batista tenía el pelo lacio, no era un indígena. Y no se vestía tan espectacularmente.
Hablando de películas, ¿qué le parece otro Batista de cine, el de La Ciudad Perdida de Andy García?
Me indigné y escribí un artículo que envié a El Nuevo Herald, pero, por supuesto, no lo publicaron. Déjeme decirle que admiro mucho al actor Andy García, pero lo que no admiro ni respeto es que se rodee de un aura de supersabio, sobre todo conociendo que él salió de Cuba siendo niño.
Cuando en el exilio, en Miami y España, le han reclamado las fallas históricas de la película, él se disculpa diciendo que fue Guillermo Cabrera Infante quien escribió el libreto. Pero él la dirigió, por lo tanto es responsable por no haber preguntado.
Y aun cuando se pueda tolerar con tal de hacer la película amena y simpática, no se puede tolerar la falta de respeto al Presidente de la República de su país, que pudo ser un hombre presumido, pero de eso a mariquita… Además de irrespetuoso y de faltar a la verdad histórica, es vulgar.
¿Cómo supo la noticia de la muerte de Batista?
Escuchando la radio en mi coche, en Ciudad México. El murió en Marbella el 6 de agosto de 1973, y el sepelio se efectuó en Madrid.
¿Cómo ve, pasado ya tanto tiempo, su figura?
Como alguien que siempre quiso ser un demócrata, un hombre de multitudes, nunca un dictador... Alguien que escribía bien, que era carismático hasta el punto que sus enemigos políticos no querían hablar con él, pues los convencía (y no dicho por él, sino por ellos mismos). Lo conocí como hombre, como político, como padre, y siempre lo vi tomar decisiones correctas y de acuerdo a las circunstancias. Ni en sus peores momentos lo vi dubitativo, siempre responsable y ecuánime.
La historia, dentro de 100 años, le hará justicia.
Nadie de la familia ni de sus seguidores políticos ni militares ha querido levantar la bandera del batistianismo. Sin embargo, considero que será una buena ideología política para las generaciones venideras, que busquen en la política algo más que populismo y nacionalismo.