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Opinión

Ni tan tontos, aunque sí útiles

'Hace décadas me enfurecían personajes como Pablo Iglesias, Bernie Sanders o la politóloga Arantxa Tirado.'

Miami
Grafiti del 'Che' Guevara en La Habana.
Grafiti del 'Che' Guevara en La Habana. Diario de Cuba

Ni tan tontos, aunque sí útiles. Útiles para el entramado hipócrita, como el silencio cómplice ante los atropellos de aquellos intelectuales cubanos que chapotean premios nacionales con asignaciones, prebendas que allá son enormes.

Hace décadas me enfurecían. Hoy sonrío ante personajes como Pablo Iglesias (vicepresidente segundo de España, dirigente de Unidas Podemos), Bernie Sanders (senador, excandidato a la nominación demócrata en EEUU) o la politóloga Arantxa Tirado; no porque los aguante sino porque me doy cuenta de que fui ingenuo.

Antes pude pensar que defendían la "vida" en Cuba, el régimen político y su sistema comunista por una mezcla de ignorancia, idealismo y exotismo.

Pero ya no hay equívocos. Ahora esos especímenes los coloco en el tan común grupo de los obtusos. Y cuelgo un calificativo a cada caracterización: la ignorancia es cegata; el idealismo, haragán; el exotismo, discriminante.

Quizás haya alguna rara excepción, pero sería como encontrar a alguien que considere el 2020 como un buen año o no se quiera poner la vacuna contra el coronavirus. Los pocos sobrevivientes en la defensa del estado actual de Cuba o son fanáticos —adoquines mentales— o políticos populistas o algún negocio se traen entre manos y pies y chequeras.

El paquete de medidas que ahora el régimen cacarea como de próxima aplicación, excluye cualquier mentira piadosa: Se trata de pasarle por arriba a los restos igualitaristas que alguna vez, hace más de medio siglo, enarboló Fidel Castro como entraña —incluía los intestinos— de la revolución.

Frente a mi casa de Santos Suárez, en la calle Heredia, aún sobrevive un teniente licenciado del Ejército Rebelde que se cansó de morder penurias y se puso a botear en un viejo Lada, a traficar gasolina, a lo que fuera para no morirse de hambre. Al lado de mi casa vivía una familia que incluía a la cochambrosa presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), informante de la Seguridad del Estado y demás hierbas aromáticas. Desde hace unos diez años disfrutan de una cómoda emigración, envían remesas a sus familiares cercanos. Un tercer vecino aún en 2003 vendía cucuruchos de maní (yo a veces le conseguía hojas de papel bond) y los domingos proponía tamales-sorpresas —encontrar dentro un trocito de chicharrón— o papas rellenas de un extravagante picadillo.

¿Cuál mascarilla se pondrán para evitar las infecciones de la unificación monetaria, la desaparición de subsidios y las regulaciones laborales? ¿Podrán abrirle otro hueco al cinturón? ¿Quiénes de las familias del botero, de la que recibe remesas y la de manisero, tendrán ánimo para aplaudir a Díaz-Canel y los carcamales históricos?

Lo triste de la inminente institucionalización de las desigualdades, aprobadas por la Asamblea Nacional del Poder Popular, es que la mayoría de los corresponsales extranjeros acreditados en el país, por temor a ser expulsados, serán muy cautos al emitir juicios peyorativos sobre los cambios. El silencio de ellos —como el de los intelectuales oficialistas y diplomáticos— no será ninguna sorpresa. Como tampoco, y es lo más importante, la predecible reacción resignada de la gente, acostumbrada a doblar lomo y cabeza, aceptar porque —dirán— "no hay de otra".  

Claro que los Pablo Iglesias, Bernie Sanders y Arantxa Tirado reaccionarán ignorando los brutales cambios que agudizarán las desigualdades. Alguno hasta se atreverá a echarle la culpa a una combinación fatal de embargo, coronavirus y Caribe mulato —siestero y fiestero— que huye del trabajo, la disciplina, el sacrificio.

Mientras tanto la elite militar que gobierna el país, a pesar de su mediocridad, tendrá en alerta máxima —por un lejano si acaso— a sus tropas especiales, brigadas de respuesta rápida y turbas antimotines.  

"Policía es policía", dirá su ministro de Relaciones Exteriores en el supuesto de que haya alguna protesta pública inocultable, mientras igualará la represión de la dictadura cubana con las cometidas por la policía chilena, peruana o mayamera.        

Tal vez Bernie Sanders y sus acólitos —sobre todo los académicos— le pidan al recién declarado Premio Nacional de Literatura, el dramaturgo neocostumbrista Eugenio Espinosa, que escriba un sainete bufo donde la María Antonia del 2020 le eche la culpa al negrito del batey (que cantaba que "el trabajo para mí es un enemigo"), de las nuevas penurias y desigualdades.

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3 comentarios

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Siento asco y repulsión por Cuba.

Profile picture for user Ana J. Faya

Que los Bernie Sanders y comparsa digan lo que digan, puede o no estar basado en creencias ideológicas. Puede que no, pero se les concede el margen de la duda. Los que sí no tienen justificación alguna son los cubanos en centros de estudio de la isla que se dedican a las ciencias sociales, y no dicen por lo claro que ese régimen no sirve, que las reformas que se van a aplicar no tienen al cubano de a pie como divisa y que allí no hay socialismo porque es un fracaso. Se supone que ellos tengan al propio régimen como su objeto de estudio. O los escritores como Eugenio Hernández "tan pegados" al cubano del barrio, porque esos mismos cubanos que Prats menciona son hoy algo muy distinto a lo que fueron.

Los intelectuales son siempre grandes prostitutas, nadie necesita tanto de la Revolución como los intelectuales cubanos