Jueves
La armería está que no da más. No puedo esperar a que me toque el turno. Mi papeleta es la 310 y el contador digital marca el 99.
Normalmente solo veo entre tres o cuatro personas y a uno o dos vendedores dentro de la tienda.
Ahora hay más de 12 vendedores y hasta los managers atienden al público.
Una joven está comprando un fusil AR 15 semiautomático. El vendedor le asegura que le queda a la medida, pero en realidad es un arma enorme para la muchacha. Le pregunto para qué se prepara.
"Esto se va a poner muy malo", me dice. "Fíjate lo que ya está pasando con el papel sanitario".
No entiendo la asociación, pero la veo muy convencida.
Un hombre muy alto está comprando una escopeta, abre la caja y contempla el arma, tomándola por la mira y el cañón. La agarra por arriba, como si se tratara de una camisa que sostuviera por las hombreras. El vendedor le propone ahora unos cartuchos especiales con extra carga y munición:
"Para que de un solo disparo resuelvas el problema", le explica, y el comprador asiente satisfecho.
Trato de hacer valer mi condición de cliente viejo, pero el vendedor habitual me dice que no puede hacer nada, que tengo que esperar el turno. Con cara de confidente, como si fuera solo para mí, casi grita a toda voz:
"Es que mañana nos obligan a cerrar".
El publico se pone nervioso, yo me voy.
Viernes
"Se van a matar", dice el dependiente que me atiende con manos enguantadas a través de la ventanilla de la gasolinera.
A duras penas le escucho por el ensordecedor ruido de un auto chiquito que a toda velocidad se mueve por la deshabitada autopista, la enorme avenida que queda justo enfrente de la estación de gasolina.
"Desde que la calles están vacías estos muchachos corren más con sus autos de juguete", me dice el hombre, que aprovecha para cambiarse los guantes de latex luego de darme el cambio. "Y peor son las motos, es como si el coronavirus les diera licencia para correr y hacer maromas, sobre todo en las de cuatro ruedas".
El hombre está aburrido. Busca temas de conversación, no quiere que me vaya porque no sabe cuándo tendrá otro cliente en este desolado día de "cuarentena".
"La cosa se va a poner peor, ya están llegando personas con salvoconductos de la ciudad para echar gasolina cuando todo esté cerrado"; me ve cara de incrédulo y agrega: "Además, mira el precio de la gasolina, ahorita la regalan, esto es el apocalipsis compadre".
Sábado
Rompo la cuarentena por una hora. Voy a la tienda con mi esposa. Ella ha encargado por internet lo que supuestamente necesitamos y me asegura que no nos tendremos que bajar, pues tan pronto lleguemos, un empleado no los llevará todo hasta el carro.
Pero en la tienda hay centenares de carros esperando por el mismo servicio. Las personas se bajan, hacen grupos y comienzan a conversar. Mi esposa solo me autoriza a bajar la ventanilla.
Uno dice que no le ha pasado nada, aunque lo mandaron para su casa, porque el presidente Trump le va a mandar un cheque por mil dólares y, además, le perdonaron la letra del auto de este mes, así que no se siente perjudicado.
Muchos asienten, pero uno le pregunta con sorna: "¿Y hasta cuándo te va a durar esa felicidad? Porque mil cañas tú te los comes en un pestañazo y la deuda del carro te la demoraron, no te la perdonaron. Sigue ahí".
De repente, alguien del grupo señala al cielo y grita: "Mira, ahí viene uno".
Todos, en una coreografía improvisada, levantamos la cabeza y contemplamos el único avión que hoy surca el cielo de Miami; lo seguimos hasta que desaparece detrás de los edificios de apartamentos que rodean el lugar.
Falta la línea interminable de aviones que siempre se ve rumbo al aeropuerto. Por eso miramos el destello plateado como si fuera la primera vez, como testigos de un fenómeno único.
Ahora comentan lo vacía que está la terminal aérea, lo malo que es eso para la economía y la necesidad de mantenerse lejos de los demás. La frase arruina el grupo, que calla y se dispersa.
Me acuerdo de aquellos soldados alemanes y británicos que jugaron un partido de futbol en medio de la primera guerra mundial, hasta que un cañonazo los devolvió a la realidad de sus trincheras.
Domingo
Salimos a caminar. Llevo a mis hijas a comprar comida a dos cuadras de la casa. Dicen que algunas tiendas permanecen abiertas. Una de mis hijas estrena un nuevo método para apretar el botón del semáforo de peatones: lo presiona con un codo.
Nos encontramos con pocas personas. Algunas me miran como al irresponsable mas grande del mundo, incluso niegan con la cabeza cuando nos cruzamos.
Hay tres mujeres mirando fijamente el cristal de un restaurante chino. Están contemplando a un señor que permanece sentado en una mesa del interior. Un letrero anuncia que el lugar seguirá cerrado hasta nuevo aviso.
Una de las mujeres masculla, "hijos de puta", dando por sentado que el señor de ojos rasgados es chino y que los chinos de Miami son los responsables de todo el desastre.
La dulcería, en cambio, está abierta. La mujer que nos atiende se vuelve constantemente para gritar ordenes al interior de la cocina. "Tira más empanadas", mientras apunta el pedido, "fríe otra tanda de croquetas", antes de regresar la vista a la calculadora: "Monta más medianoches de jamón y queso", advierte, mientras nos agradece por haber venido.
Hay personas afuera, esperando a que terminemos para entrar a comprar, guardando una inusual disciplina social. La nueva norma es que sillas y mesas deben permanecer arrinconadas contra la pared; solo se viene a recoger.
Pero ni así consigue clientes un restaurante de comida colombiana que queda justo al lado de la dulcería. Prueba evidente de que los latinos pensamos más en la golosina del momento que en las reservas de alimentos para la crisis.
Regresamos a casa entre las miradas de reproche de los transeúntes ocasionales. La peor critica me llega de un auto que circula por la senda contraria. Me gritan irresponsable, "hijoeputa" y comunista. Mi hija me pregunta si es por caminar con ellas y trato de restarle importancia. Le digo que a lo mejor me conocen y la enredo más. Nada, que los latinos nos polarizamos hasta con el coronavirus.
Epilogo
Llegamos directo a lavarnos las manos. Me preocupa el codo de mi hija, el punto con que apretó el botón del semáforo. Le digo que me deje ayudarla y le enjabono y restriego el brazo entero. La madre me sorprende en el frenesí de limpieza y me increpa:
"¡Oyee, ahorra jabón que tú no sabes cuánto va a durar esto!"
la società gringa capitalista trasformò a los gringos en asesinos.
Y a ti los comunistas te convirtieron en maricón
Jajajajajaja
Muy bien explicada esta historia, bastante real.
Cuídense del Amadeus que si le da por limpiarse las cuatro letras
puede matar a alguien
Lo de la armería es la noticia mas increíble que he leído desde que empezó esto del coronavirus. Una solución muy americana, la próxima vez que se lleven el ultimo paquete de papel sanitario miren bien que puede haber alguien apuntándole a la cabeza.
Sì si, àrmense hasta los dientes.Cuanta civilizaciòn! Practiquen la balacera y no la solidaridad. Màtense los unos a los otros. En particular, Amadeus, ponle balas dum dum a la Glock pa`que te respeten!
Danny68____ Oye danny, la munición está muy cara, así que para ahorrar no hago disparos de advertencia.. Te lo digo por si te apareces por el patio sin avisar. jajajaja..
Yo ya compre cuatro magazines para la Glock de 9mm. El papel sanitario lo defendere a tiro limpio.
Hahaha, buenísimo! Así estamos todos!
Hahaha, buenísimo! Así estamos todos!