"Si hacen que seamos el primer partido en Europa, la política antiinmigrantes la llevaremos a toda la Unión Europea y aquí no entra ni uno más", prometía hace diez días el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, en una manifestación en Milán, que concentró a una docena de fuerzas ultranacionalistas procedentes de distintos países europeos.
Las elecciones europeas de este domingo han estado marcadas por la progresión de los partidos de extrema derecha y euroescépticos.
Los tres grupos parlamentarios en los que estos se concentran –Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), Europa de la Libertad y de la Democracia Directa (ELDD), Europa de las Naciones y la Libertad (ENL)– han alcanzado una veintena de escaños suplementarios, respecto a 2014, llegando a 171 diputados, lo cual representa cerca del 23% del Parlamento Europeo.
A estos se les podrían añadir, como afines, los 13 escaños conseguidos por la Unión Cívica Húngara (Fidesz), el partido del primer ministro magyar Viktor Orban. Dicha formación pertenece oficialmente al Partido Popular Europeo (PPE), el grupo parlamentario que aglutina a las formaciones conservadoras de centro-derecha, aunque en marzo fue suspendida por el bloque, debido a su retórica antieuropeísta.
Sin embargo, el resultado es menos espectacular de lo previsto en las encuestas. En realidad, la corriente ultranacionalista ha capitalizado en esta ocasión su posición de fuerza en países donde viene siendo determinante en los últimos años (Hungría, Polonia, Italia, Austria, Francia), pero sin incursión espectacular en otras partes. Es más, en Alemania y en Holanda la extrema derecha registró un descenso en relación a las elecciones de hace cinco años.
Además, la clara victoria en Reino Unido del partido del Brexit, dirigido por el ultra Neil Farage, que ha obtenido 28 representantes, distanciando ampliamente a los demás competidores, se explica en gran medida por la situación de bloqueo que experimenta el país desde que votara la salida de la UE en 2016 sin que esta se haya concretizado.
Desencuentros de peso
Aun así, no hay que minimizar un avance en el seno mismo de las instituciones europeas de fuerzas que plantean serias reservas a la integración continental. Y ello escudándose en un discurso en que los blancos preferidos son el multiculturalismo, la inmigración, el Islam y los "tecnócratas de Bruselas".
Ahora bien, cabe preguntarse qué posibilidades de incidir en las políticas europeas de los próximos años tendrán estas formaciones.
Si bien el cierre de las fronteras y el reforzamiento de las prerrogativas nacionales en el engranaje institucional europeo son denominadores en común de esta constelación de partidos, no menos cierto es que, como explica Jean Quatremer en el diario francés Libération, los puntos de disensión parecen ser innumerables, enraizados en divergencias ideológicas que se desdoblan en diferencias territoriales.
De ahí que no sean pocas las dudas que susciten estas formaciones en cuanto a su capacidad para forjar alianzas eficaces que les permitan impulsar un programa político relativamente coherente.
Y es que las diferencias se encuentran aún en el núcleo mismo de su lucha, la inmigración. La Liga de Matteo Salvini, por ejemplo, promueve la instauración de un principio de solidaridad europea para obtener una justa repartición del tratamiento de las demandas de asilo entre los 27 países de la UE. Algo que le permitiría a Italia gestionar con menos presión el flujo de migrantes a sus costas. Sin embargo, tanto el Fidesz en Hungría como el Ley y Justicia (PiS) en Polonia (otro partido en el poder) prefieren mantener lo estipulado hasta ahora: los países de primera acogida deben arreglárselas como puedan.
De igual modo, se impone una división geográfica respecto a las normativas europeas. Así, los nacionalistas procedentes del Este de Europa defienden el mantenimiento del presupuesto comunitario, es decir, la solidaridad financiera que les permite recibir hasta 4% de su PIB anual mediante la transferencia de fondos estructurales. Sus pares en Occidente se pronuncian más bien por su supresión.
Una oposición semejante subsiste en cuanto a las rebajas de cargas sociales e impositivas: los del Este prefieren mantener las ventajas comparativas propiciadas por un Estado social menos robusto y que les permiten atraer a las empresas, mientras que los del Oeste luchan por protegerse contra este tipo de competencia.
En este sentido, también resulta difícil compaginar el neoliberalismo de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) o del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) con las políticas estatistas del francés Reagrupamiento Nacional (RN).
¿La unión imposible?
Otro escollo que ha de superar esta nebulosa de partidos es su fragmentación en distintos grupos parlamentarios. Es poco probable, por ejemplo, que el Fidesz deje el PPE para unirse a La Liga italiana y al RN francés, puesto que el bloque conservador le ofrece una influencia que no está al alcance de los grupos nucleados en torno a partidos de la ultraderecha.
Por último, el propio juego electoral ha impulsado a la mayoría de los partidos de extrema derecha a dejar de cuestionar la existencia de la Unión Europea y a plantearse reformarla desde dentro.
Y esto por dos razones. En primer lugar, la experiencia agónica del Brexit ha mostrado lo difícil que resulta cambiar los cimientos de la construcción europea. También pesa en este cambio de estrategia el apego de los ciudadanos a la UE, pese a la crisis experimentada en los últimos años por las instituciones europeas.
Todos estos factores hacen que, por lo pronto, la constitución de un bloque de ultraderecha consolidado y eficaz, con real capacidad de incidir en las políticas europeas y de revertir las dinámicas de integración regional, parezca poco probable en esta legislatura.
No obstante, la progresión de esta corriente es sintomática de los males que afectan a la UE: crisis del proyecto europeo, sensación de abandono entre la ciudadanía tras la recesión de 2008, repliegue nacionalista en amplios sectores de la población. Una situación que, de prolongarse, alimentaría en los ciudadanos la desafección hacia las instituciones europeas.