"No hay secretos aquí. La postura de Rusia siempre ha sido abierta. No hay ninguna conspiración. Lo hablaremos con los estadounidenses y nuestros amigos chinos", declaró esta semana el presidente ruso, Vladimir Putin, mientras celebraba la primera cumbre bilateral con su homólogo norcoreano, Kim Jong-un, en la ciudad de Vladivostok, en el Extremo Oriente ruso.
En el centro de la reunión estaba el devenir del programa nuclear del régimen norcoreano, en un momento en que las negociaciones al respecto entre EEUU y el régimen de Pyongyang están estancadas.
El fracaso de la cumbre de Hanói, el 28 de febrero y primero de marzo pasados, entre Donald Trump y Kim Jong-un, ha dejado en el aire la espinosa cuestión de la desnuclearización de la península coreana.
En Hanói las conversaciones encallaron a la hora de definir los detalles del desmantelamiento de las instalaciones nucleares norcoreanas. EEUU proponía una desactivación inmediata y verificable de la totalidad de la infraestructura nuclear de Pyongyang, mientras que el Gobierno norcoreano accedía solo a desmantelar el centro nuclear de Yongbyon a cambio de un levantamiento parcial de las sanciones internacionales.
Un curioso desfase
Desde entonces la relación entre los mandatarios norcoreano y estadounidense ha adquirido una curiosa asimetría.
Donald Trump no solo ha mantenido la cancelación de las maniobras militares que el Ejército estadounidense efectúa cada primavera con las Fuerzas Armadas surcoreanas, sino que en marzo pasado anuló las últimas sanciones adoptadas por el Departamento del Tesoro contra el régimen norcoreano, un día después de ser anunciadas.
Por su parte, Pyongyang ha anunciado la prueba de una nueva arma táctica –aunque se trataba más bien de una pieza de artillería convencional– y ha exigido la salida del secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, del equipo de negociadores y su sustitución por alguien "más maduro".
Este desfase de posturas se debe a que el presidente estadounidense necesita cada vez más un triunfo de relieve en materia internacional para compensar el saldo por lo menos mitigado de sus tres años de mandato.
Además, su apuesta por obtener un acuerdo a toda costa con Pyongyang, otorgándole una legitimidad internacional inédita a Kim Jong-un, tiene que acompañarse de algún resultado tangible para no ser considerada un fracaso.
El líder norcoreano, en cambio, juega con el margen de acción que le permiten actualmente sus dos principales aliados, China y Rusia, tras un periodo de distanciación a raíz de las pruebas balísticas realizadas por el Ejército de Corea del Norte en 2017 y que obtuvieron la desaprobación casi unánime de la comunidad internacional.
La potencia rusa
La cumbre entre Putin y Kim concluyó sin la firma de una declaración conjunta, pero se supone que el mandatario norcoreano, además del apoyo en las negociaciones con EEUU, intentó pactar con su homólogo ruso un aumento de la ayuda humanitaria que Rusia prodiga a Corea del Norte, puesto que el país asiático ha reconocido recientemente padecer una escasez de alimentos. La penuria alimentaria (y la correspondiente ayuda internacional) constituye una de las constantes del régimen norcoreano.
También habría estado en la agenda de las conversaciones el destino de los 10.000 trabajadores norcoreanos empleados en Rusia y que, debido a las sanciones internacionales, tendrían que regresar a Corea del Norte antes de que finalice el año.
La exportación de mano de obra a países como Rusia, y ello en sectores como la construcción, la explotación forestal o la minería, representa para el régimen de Pyongyang un monto de ingresos que ronda los 500 millones de dólares anuales. Ambos países estarían buscando un modo de mantener este tipo de colaboración.
El Gobierno ruso a su vez estaría interesado en obtener concesiones para la explotación minera en territorio norcoreano y en relanzar proyectos de desarrollo de infraestructura en la zona fronteriza con Corea del Norte con el objetivo de desarrollar una nueva vía comercial que le permita, por ejemplo, la exportación de gas a Corea del Sur.
Sin embargo, el refuerzo de los intercambios comerciales entre Moscú y Pyongyang depende en buena medida de una flexibilización del régimen de sanciones internacionales. Algo por lo que han abogado en el último año China y Rusia. De hecho, EEUU ha acusado en varias ocasiones a ambos países de violar repetidamente las sanciones.
Moscú y Pekín comparten en el caso norcoreano miras semejantes. Por una parte, bien que mal acatan las sanciones internacionales para poner coto a los dislates de Kim. Además, ambas potencias consideran necesaria una reducción consistente del arsenal nuclear norcoreano en vistas a la estabilidad regional.
No obstante, no pueden darse el lujo de asfixiar a un aliado incondicional que funciona como un peón ante la presencia militar estadounidense en Asia del Este.
De ahí que Moscú afirme poseer, en común con China, una hoja de ruta para lograr la desnuclearización de la península coreana e insista en que las negociaciones al respecto retomen el formato a seis bandas (Rusia, China, Japón, EEUU y las dos Coreas).
El formato multilateral ha sido descartado desde un principio por la Administración Trump. Al mandatario estadounidense le gusta presumir de sus dotes de negociador y de su enfoque basado en el contacto personal. Sin embargo, su estrategia no parece de gran eficacia ante las relaciones de fuerza que rigen el escenario internacional. Incluso el Gobierno de Corea del Sur insta a un descongelamiento de la situación que le permita impulsar proyectos de cooperación económica con su vecino del norte.
Por lo tanto, no es de descartar que, para encontrar una solución al caso norcoreano antes del fin de su mandato, Donald Trump se vea obligado a sentarse con sus pares ruso y chino.
Mientras tanto Moscú sigue la política de recuperación en el tablero geopolítico de su condición de potencia global, mostrándose un actor clave en zonas espinosas para Washington: Siria, Venezuela, Corea del Norte.