Se van cerrando las vías de escape para los avasalladores y asesinos de venezolanos y nicaragüenses. No por demoradas, las últimas noticias dejan de resultar prometedoras y aun ilusionantes.
Por un lado, el modo categórico en que la ONU ha denunciado las graves violaciones de los derechos humanos por parte del régimen de Nicolás Maduro, pidiendo a la Corte Penal Internacional de La Haya una mayor implicación en el asunto. Por otro lado, la verticalidad asumida por la sociedad civil de Nicaragua, la cual parece contar con el pleno apoyo de la Iglesia Católica, para negarse a un diálogo que implique la permanencia en el poder del sátrapa Daniel Ortega, su esposa, y las oscuras fuerzas represivas que les sostienen.
La pregunta que ahora se desprende por gravedad es cuándo se rompería el corojo también para Cuba.
Tal vez un buen comienzo puede ser el reconocimiento de la propia ONU y de la Corte Penal de La Haya en torno a la participación directa (física) del régimen castrista en las masacres callejeras de Maduro y Ortega. Eso entre otros comprometimientos no menos escandalosos, como el haber gestado intelectual y materialmente el desastroso modelo de dominio que condujo a esos países a la ruina económica y a la total corrupción administrativa que hoy los hunde.
En el aspecto interno, puede alegarse que el caso de nuestra isla es más complejo, puesto que no son tantos los inocentes que mueren a diario asesinados en las calles. O porque a pesar de que las condiciones de ruina económica, represión y corrupción administrativa son tan extremas como las de Venezuela y Nicaragua, la gente no se ha lanzado a la rebelión abierta y masiva, como en esos países. Por los motivos que fueren: miedo ante el depurado y abarcador aparato represivo, ausencia de cultura democrática —luego de haber sufrido el totalitarismo a lo largo de varias generaciones—, o por carencias de una oposición que no ha podido situar al régimen contra las cuerdas.
No son las únicas razones. También está la historia, que nos ha pasado por arriba como un cilindro con sesenta ruedas. Y por más que nos contraríe, la verdad es que a pesar de los pesares, todavía el halo de la llamada revolución cubana encandila a muchas personas y organizaciones a nivel internacional. Se conoce (porque se conoce) el esperpento en que desembocó. Pero ello no parece haber sido suficiente para escarmentar a la rancia progresía del mundo. Ni siquiera para impedir que el régimen castrista siga dándole gato por liebre a no pocos cubanos.
Así las cosas, por lo menos yo no avizoro la posibilidad de que el castrismo se desplome por efecto dominó junto a sus dos peones latinoamericanos. Y menos todavía que por ese efecto se disuelva la influencia del fidelismo o del guevarismo en tanto ideologías causantes del desastre. Aunque tampoco dudo que los actuales acontecimientos en Venezuela y Nicaragua podrían resultar sumamente útiles para quienes soñamos con un futuro de progreso y democracia para Cuba.
Claro que lo mucho o poco que aún pueda demorar el rompimiento del corojo en la Isla no tiene por qué depender de la ONU, ni de nada ni nadie ajeno a las reales expectativas de nuestra gente. Pero nos vendría muy bien esa ayuda. Solo que para ganarla tal vez haya que hacer las cosas al derecho, tal y como las hicieron venezolanos y nicaragüenses: primero, reclamar y conseguir el apoyo de la mayor parte de la población, y luego salir al exterior a buscar lo que falta.