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Política

Un hombre de temer

Implicado en varios escándalos de corrupción, el actual mandatario brasileño es el peor valorado en tres décadas de democracia.

Madrid

Días antes de que terminara el año pasado, la Corte Suprema brasileña, a petición de la Fiscalía General, decidió suspender parcialmente el indulto de Navidad concedido por el presidente Michel Temer, que había generado una fuerte polémica porque podía beneficiar a condenados por corrupción.

El indulto navideño, una prerrogativa del jefe de Estado, por lo general se aplica a presos con comportamiento intachable tras haber cumplido al menos el tercio de su condena —la cual, por otra parte, no ha de exceder los 12 años—.

Sin embargo, el decreto firmado por Temer reducía el plazo de cumplimiento de la pena al 20% y, además, no fijaba límites para la condena máxima, siempre y cuando se tratara de delitos no violentos.

Naturalmente, la medida no tardó en ser criticada por organizaciones de la sociedad civil y por fiscales a cargo de importantes investigaciones contra la corrupción, aduciendo que podía no solo beneficiar a los corruptos sino también desincentivar la cooperación con la Justicia.

"El indulto no es y no puede ser un instrumento de impunidad", arguyó Carmen Lucía Antunes, la magistrada encargada de velar por los asuntos urgentes de la Corte durante el receso judicial, para suspender cautelarmente los puntos cuestionados hasta que el plenario del máximo tribunal se reúna nuevamente a partir de febrero y tome una decisión definitiva al respecto.

En un Brasil plagado por la corrupción, el indulto de Temer ha sido percibido como una tentativa apenas encubierta para librar de las garras de la Justicia a un número no desdeñable de representantes políticos.

Tan solo en la trama Odebrecht, están siendo investigados 415 políticos pertenecientes a 26 partidos (de un total de 35) en 21 Estados (de los 26 que cuenta el país).

Entre ellos hay cinco exmandatarios: José Sarney, Fernando Collor de Mello, Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Michel Temer también aparece entre los implicados, pero la Constitución impide que sea procesado por hechos anteriores a su mandato.

Además, bajo la lupa de la Justicia hay ocho ministros, dos consejeros del presidente, los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, 28 senadores, 48 diputados y 12 gobernadores...

Con semejantes datos no es exagerado hablar de corrupción estructural en la política brasileña.

El poder a todo precio

Por si fuera poco, Temer es el primer presidente en ejercicio de la historia del país en ser inculpado por la Fiscalía General. Y ello dos veces el año pasado. La primera por corrupción pasiva y la segunda por obstrucción a la justicia y asociación ilícita. En ambas ocasiones el Congreso decidió no darle seguimiento a las denuncias ante el Tribunal Supremo, única instancia habilitada para juzgar al jefe de Estado.

No es extraño que el actual mandatario sea el peor valorado de estas tres décadas de democracia, contando tan solo con un 3% de aprobación, aun inferior al 10% que respaldaba a Dilma Roussef antes de ser destituida.

¿Cómo se explica entonces la permanencia en el poder de una figura tan denostada?

En primer lugar, la fragmentación extrema y la laxa disciplina partidaria, imperantes en el tablero político brasileño, propician que las decisiones del Congreso dependan de una especie de subasta, en que el objeto de la votación se diluye en la compra y venta de votos.

Lo importante pues es saber cuáles son los reclamos de los diputados. Según apunta Ricardo Noblat en el diario O Globo, "la operación de rescate de un presidente acorralado incluye gastos de mayor cuantía, algunos incalculables, otros sencillamente inmorales": financiación suplementaria para ciertos distritos, avance o postergación de proyectos o, de modo mucho más pedestre, simples prebendas.

Así, para granjearse el respaldo de los congresistas ligados al empresariado rural, el mandatario no ha dudado en reducir en un 60% el monto de las multas por crímenes medioambientales o en restarle fuste al dispositivo de lucha contra el trabajo esclavo.

Temer, quien ha sido tres veces presidente de la Cámara de Diputados, es un experto en este tipo de negociaciones. Y se calcula que habría desembolsado miles de millones de dólares de las arcas públicas en los trueques con el Congreso.

Preocupación económica y desmovilización ciudadana

Por otra parte, después de la recesión sufrida por el país en 2015-2016, la reactivación de la economía ha pasado a ocupar el primer plano de la agenda pública. Y, en este sentido, los círculos económicos han presionado por la continuidad política.

Además, entran en juego los cálculos políticos. Al principal aliado de Temer en el Congreso, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), le conviene que el mandatario continúe con el plan de reformas en curso, que no encuentra ecos favorables en amplios sectores de la población, pues supone una reducción de los gastos públicos y sociales, además de proyectos de privatización.

A pocos meses de las presidenciales, para el PSDB la apuesta es doble: que Michel Temer y su formación, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), encaren el descontento popular; pero a la vez conservarlos como aliados de cara a la próxima legislatura, pues de lograr la presidencia, el PSDB deberá de todos modos contar con el apoyo del PMDB, siendo este el mayor partido político de Brasil.

A esto se suma el intercambio de favores. En octubre pasado, días antes de que Temer lograra evitar por segunda vez un proceso judicial, el Senado brasileño decidía devolverle su escaño al excandidato presidencial y líder del PSDB, Aecio Neves, cuyo mandato había sido suspendido por la Corte Suprema, a pedido de la Fiscalía, debido a una investigación por corrupción. Esto, evidentemente, con la anuencia del PMDB.

Por último, no menos cierto es que Temer ha conseguido mantenerse en el poder gracias a la pérdida de impulso de las protestas callejeras en su contra, que marcaron el país la primavera pasada.

Y es que el hartazgo de la sociedad ante las incongruencias de su mandatario no encuentra, por lo pronto, alternativa política. Como bien resumía Elio Gaspari en una columna de la Folha de Sao Paulo: "Fuera Temer. Ok, pero ¿para colocar a quién?".

 

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