La Dirección Nacional de Béisbol anunció este lunes el fin del llamado "periodo de consultas populares" que llevó a cabo por toda la Isla con el objetivo de recoger quejas y propuestas que puedan sacar el deporte nacional del oscuro hueco donde ella misma lo ha metido.
Según el organismo, se realizaron más de 1.260 intervenciones de atletas, técnicos, directivos, árbitros y aficionados, en unas 16 reuniones a las que asistieron más de 3.540 personas, sin contar a quienes enviaron sus opiniones en unos 300 correos electrónicos.
Las autoridades deportivas dijeron que "un grupo de expertos" ya está procesando todo el material recopilado "en aras de concretar un análisis profundo, del cual saldrán las principales estrategias en torno al objetivo".
Es cierto que algunos aficionados le han hecho el juego a esta aparente "democracia deportiva", pero la gran mayoría no se han dejado engañar por esta pérdida de tiempo y recursos, que han próvido los mandamases del deporte en Cuba.
Más allá de que todos los problemas que conspiran contra el desarrollo del béisbol son harto conocidos por sus dirigentes, y han sido expresados hasta la saciedad en las redes sociales, en peñas deportivas y en los barrios cubanos durante largos años, en 2017 se hizo algo parecido, ordenado por la Asamblea Nacional, y los resultados andan archivados en alguna gaveta sin que hasta ahora nadie haya tomado medida alguna para buscar soluciones eficaces.
Por otra parte, el secretismo que ha imperado alrededor del proceso, donde en algunas provincias les han retirado los móviles a los periodistas presentes y les han prohibido hacer publicaciones de lo sucedido en las reuniones, se suma al escandaloso cierre del contrato televisivo al conocido periodista Yasel Porto, por exigir la renuncia de Higinio Vélez, presidente de la Federación Cubana de Béisbol, lo que pone en duda la transparencia y el verdadero objetivo de los dirigentes.
Con los bolsillos vacíos y el tremendo empecinamiento que impide a los responsables solicitar ayuda del exterior y reconocer como cubanos a todos aquellos nacidos en esa tierra que juegan en ligas profesionales, difícilmente este deporte podrá recobrar los bríos de antaño ni la supremacía que una vez tuvo en todas las categorías competitivas.
Los cubanos no quieren más consultas, están asqueados de reuniones, estudios prolongados y análisis con final previsible. No soportan más el mimetismo de dirigentes ineptos que se aferran a no reconocer que el deporte es un negocio, que necesita generar ganancias y separarse de una vez y por todas del Estado y de la política misma.