La pelota será una esfera de corcho e hilo de lana, recubierta por dos capas de cuero de vaca o de caballo; no pesará menos de cinco onzas ni más de cinco y un cuarto, y medirá unas nueve pulgadas de circunferencia. El bate, por su lado, será una sola pieza de madera torneada, con un ancho máximo de 2.61 pulgadas en su parte más gruesa, y una extensión, a lo sumo, de 42 pulgadas.
La primera pelota y el primer bate llegaron a Cuba en el año 1864, en la maleta del menor de los hermanos Guilló, Nemesio. Los Guilló regresaban de estudiar en el Springhill College de Mobile, Alabama, donde habían empezado a jugar aquello que por ese entonces se conocía como balltown. En su barrio de El Vedado los Guilló formaron el primer club cubano, el Habana, y poco después partieron hacia el matancero Palmar de Junco, donde fueron retados por unos yumitas a los que acabaron zurrando.
Walt Whitman, el gran cronista americano del siglo XIX, dijo que el béisbol era algo "glorioso", y también algo que "repara nuestras pérdidas".
En Cuba, la pelota causó furor incluso antes que la primera guerra de independencia. Los patriotas la abrazaron, aunque no siempre.
En 1897, el socialista Diego Vicente Tejera —aquel que se dijo convencido de que hasta un sultán envidiaría su vida si lo viera tumbado en una hamaca—, en un discurso ante la Sociedad de Trabajadores de Cayo Hueso, calificó al béisbol de gran distracción frente al deber supremo de cada cubano: la lucha por la independencia.
Según él, los hombres acortaban sus jornadas de trabajo para no perderse los partidos, y luego, en las cocinas, se enzarzaban en discusiones infinitas sobre cada lance del juego, mientras las sopas se evaporaban y el arroz se quemaba en las cazuelas. Hasta "nuestras preciosas cubanitas" se pintaban sus frescos labios… ¡para articular la bárbara jerga de la pelota, sin concebir ya a un Cupido que no estuviera armado con un bate y luciera medias azules o rojas!
Un día como hoy, Diego Vicente Tejera volvería a morirse.
Porque hoy empieza la pelota de Grandes Ligas.
A partir de esta noche, decenas de cubanos calzarán spikes por toda la geografía americana y se batirán sin remedio, exhibiendo sus artes, protagonistas de un duro renacer después de que los ñángaras del pececé estuvieran a punto de lograr lo que ni siquiera consiguió el poder colonial español con su bando de 1869: hacer desaparecer el béisbol de la isla de Cuba.
A partir de hoy, como cantara don Miguel Matamoros, "el pueblo ya se alborota/ ya todos son peloteros/ y a mi juicio callejero/ no se habla más que de pelota".
Así, por nuestra parte, certificaremos cada día la labor de los cubans en esta columna en DDC, con la esperanza de que, como cantara ese otro grande, Carlos Embale, la cosa se lea lo mismo "en Angola que en Etiopía o en Berlín/ en Manzanillo, Cienfuegos, Guantánamo y Holguín".
Avísenle pues a sus vecinos que esto ya empezó, que vengan para que aprecien sonoridá.
¡Play ball!