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Poesía

Me gustaría pintar esa melancolía

'Si un sesgo caracteriza los poemas de Fabel es su neobarroquismo. Una poética que se solaza en las intertextualidades, que ondula casi siempre con brillantez sobre alusiones y referencias, a veces endemoniadamente recónditas.'

Miami
Devadatta intenta matar al Buda Shakyamuni.
Devadatta intenta matar al Buda Shakyamuni. nichirenhubrasil

Egon Schiele le dice a su amante “Me gustaría pintar esa melancolía”. La sinestesia se la roba este Buda de Hugo Fabel. La novedosa expresividad de sus poemas —en la vertiente neobarroca de la poesía de habla hispana— mata a los budas del ego, elude la trivialidad. Tal vez para que los miedos del Buda a la enfermedad y la vejez jueguen a las melancolías de la palabra o de la muerte.

El párrafo anterior lo escribí para la contraportada de Matar al Buda, el irreverente, burlesco cuaderno de poemas que acaba de publicar  (2023) la cubano-estadounidense Editorial Casa Vacía, con el que Hugo Fabel Zamora López (La Habana, 1983, residente en Bayamo) obtuvo en 2021 el primer premio del concurso convocado por la editorial homónima; donde tuve el placer de ser jurado y donde en el acta consignamos que se presentaron —recibidos de todo el mundo, no sólo el de habla hispana— nada menos que 250 originales inéditos.

Lo reñido de la selección final se observa en que después de tres días de diálogo crítico otorgamos diez menciones honoríficas, lo que entonces —y hoy— sugiere que a pesar del tonelaje de chatarra que se publica …—gracias al abaratamiento de las ediciones y el patológico yoyomí que promueven Facebook, Instagram, Twitter…—, aún hay sitio para lo que Juan Ramón Jiménez, con su agudeza andaluza, bautizó como "la inmensa minoría".

Festejar la aparición de Matar al Buda estimula a desplegar algunos argumentos sobre los poemas. Trataré de ayudar a inscribir a Hugo Fabel en el vigoroso grupo de poetas cubanos de la llamada Generación Cero que merecen atención, según la inaugural antología Long Playing Poetry, Cuba: Generación Años Cero, compilada y prologada por Javier L. Mora y Ángel Pérez en 2017, de la que di oportuna cuenta y dentro de la cual Fabel ya ocupaba un sitio, gracias a la publicación de La sopa y el cuchillo (2015) y Lengua de cocodrilo (2016).

El primer argumento que avala las calidades estilísticas de Matar al Buda lo resume el cauce neobarroco en la poesía actual, que corre paralelo al neocoloquialista, hasta los dos ríos unir sus corrientes en el eclecticismo crítico del encrespado océano literario de nuestro siglo XXI, quizás distinguible como una suerte de diversionismo expresivo, dada las "diversas" líneas estilísticas que suelen confluir en sus mejores exponentes.

El sello neobarroco hubiera tenido su mejor exégesis —otra fuerte ilustración— en la tesis de doctorado La poesía neobarroca o el remolino medusario, del poeta Pablo de Cuba Soria; pero la publicación de este relevante estudio precede (2021) a la de Matar al Buda. En la poesía de este coterráneo es donde Hugo Fabel quizás encuentra los más cercanos vasos comunicantes, sin que por ello pierda singularidad.

Porque si un sesgo caracteriza los poemas de Fabel es su neobarroquismo. Una poética que se solaza en las intertextualidades, que ondula casi siempre con brillantez sobre alusiones y referencias, a veces endemoniadamente recónditas, a veces dignas por su erudición de las mitológicas que se aprecian en las Soledades de Góngora.

Dualidad y desdoblamiento —que aquí hacen superfluas cualquier frontera entre poesía y prosa—, también forman parte de las ironías que arman la mayoría de los textos, como se aprecia en "Tonadillas en oreja imperial o la innegable necesidad de ministros incompetentes"; una delicia de sobreentendidos que recuerda los más filosos aciertos artísticos de Heberto Padilla en Fuera del juego y en El hombre junto al mar. No es casual que Fabel comente en otro poema que  "La historia siempre (esté) en pormenores desprendida". Tampoco su predilección por las preguntas, recurso de la oratoria grecolatina que maneja con destreza, hasta en las difíciles formas de las preguntas de respuesta implícita.

De esa misma tonalidad irreverente, transgresora, forman parte sus modalidades de la ironía, como se aprecia en los sarcasmos. Un ejemplo del disidente sarcasmo se halla en su Dr. Salchicha, "mientras elucubra" en "El circuito del caviar", cuando Putin quiere convertir la península de Crimea en la "capital mundial de implantes de silicona". O cuando la burla es  el minotauro Mao, en el poema "El emperador de las 3.000 vírgenes", digno de la lengua herética y certera de Francisco de Quevedo… Con título deliciosos —¿qué opinaría Ezra Pound?— como tras aludir a "El minotauro Mao", despliega "El pequeño Timonel y el Ratoncito Gris y Silencioso entre cinco herramientas que dominan el periodo", donde aparecen Xi Jimping y Putin y quedan revoloteando con gracia las sutiles asociaciones —alusiones— cubanas que perfectamente podría especular cada lector, posiblemente vistas desde las márgenes pedregosas del río Bayamo.

"Pocas palabras cumplen al buen entendedor", escribió Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor. Y Fabel recoge el antiguo refrán como norma para muchos de sus textos. A veces el lenguaje se vuelve telegráfico —como en "El circuito del caviar"—, lo que hoy se diría digno de los que tienen dificultades para pagar internet y deben ahorrar cada minuto, escribir los mensajes sin nada superfluo; aunque en simpático contraste, por lo general, con la generosa extensión de muchos títulos: "El pabellón del piolet, la hoz y el martillo restalla en altitud del Old Man Cactus"; que a la vez sirve como burla del antiguo realismo socialista a la soviética y sus edecanes iberoamericanos. Sarcasmos que se expanden por casi todo el cuaderno, dentro o fuera del corte socarrón que se aprecia en "La música de Aleksándrov", con el epígrafe de las Pussy Riot —bien elocuente— que dice: "Virgin Mary, Put Putin away".

Burlas constantes de quien parece —por la amplitud insólita de sus leitmotiv— un corresponsal de la BBC, que lo mismo parodia a Nuestro hombre en La Habana con "Nuestro hombre en Pyongyang", que no vacila en citar un apodo de Donald Trump: "La morsa golpista"; o irse a "La Yihad global" —un poema— y a "Derviches no girarán a La Meca". Tal parece que Fabel busca que lo contrate el semanario satírico francés Charlie Hebdo… Sabrosamente insolente, a la poesía cubana —a cualquiera— le viene muy bien una voz tan irrespetuosa.

Siempre las transgresiones son el signo argumental y estilístico de su poética. Así lo muestra en las irreverencias distantes del poema "La base en el Magreb"; en el uso del párrafo francés en "Y se sabe que…" Cualquier cosa puede ser el leitmotiv como en "Ocas de Estrasburgo", desde un plato como "El rosbif" hasta "Lepra lírica" y telegramas que son escalpelos versales, "Grajos asintácticos". La actitud del joven poeta es muy cercana a los vanguardistas de hace un siglo, según puede argumentarse con  "Hechos al desgaste…" y "La chimenea". Quizás con un guiño al Albert Camus de El extranjero, al tópico del suicidio como único tema de la filosofía, que incluye el potencial o real suicidio de la palabra; la denuncia de las guerras como en "El año de los polígonos (¡)" y los "Coleópteros wagnerianos que arrullan al general" o la globalización como necesidad ineludible —hasta con referencia a los mapuches— en "El folk enchufado".

Tal vez en algunos poemas la trama se desmadeja en alusiones, como a veces ocurre en montajes de versos que resultan crípticos, quizás confusos. Su poética en bien y en mal se acerca a las instalaciones plásticas y las performances. "El altar del Ku" y el autobiográfico poema que da título al libro así lo  ilustran. Pero a lo mejor es otra broma, otro "El laberinto de los mataderos", o "Ya no estamos en Kansas, Toto". Porque el poema como collage, como instalación –homenaje implícito a los concretistas brasileños— es o puede ser un escarnio: "Rompan y corten al lisiado", dice un verso.  O un título: "Plano para el embudo y yardas en las vísceras", donde Gargantúa y su hijo Pantagruel no son ajenos.

Hugo Fabel logra pintar sus melancolías en Matar al Buda. Dice —tal vez le está diciendo ahora mismo a Egon Schiele— que su sinestesia ontológica no solo se expresa entre analogías de sentidos sino entre transgresiones a los cánones versales de la poesía en 2023, en búsquedas y encuentros de una —ya se sabe que volátil— singularidad. Su Buda parece sonreírle a cada sarcasmo.


Hugo Fabel, Matar al Buda (Editorial Casa Vacía, Virginia, 2023).

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