—Tres naves de mampostería de más de cincuenta metros, pintadas de blanco, unos ventanales de un extremo a otro, cubiertos por lonas verdes. Y allá dentro una peste imborrable a mierda de gallina. Desde entonces mi olfato me castiga. Tengo pesadillas con ese olor, la flema repugnante de esos vientres insaciables, ese picoteo histérico, ese tragar incesante, esos cuerpos gomosos, a toda hora devorando pienso, cagando, poniendo huevos. Llegué a ser experto en aves, me eligieron destacado de mi brigada en muchas ocasiones, aunque en honor a la verdad mis compañeros no solamente me votaban por mi labor avícola.
Bocanera preguntó si le apetecía que contara el lado erótico del gallinero. Rod dijo que no.
—Mi trabajo consistía en limpiar las largas jaulas de los cientos de gallinas que allí se apiñaban. Primero sacaba los soportes metálicos llenos de porquería, pasaba detergente y agua a presión, terminaba desprendiendo con espátula los restos más secos. Continuaba con el cepillado de las jaulas. Ese mismo procedimiento lo aplicaba a los comederos y bebederos. Un tercer paso era la alimentación, subían de tono los chillidos de aquellos bichos malolientes. Se les daba de comer pienso, a veces, pasta de soya.
"Lo siguiente era limpiar el piso de cemento de toda la nave, con escobillones, frotábamos primero, luego esparcíamos abundante agua y secábamos. Hacia el mediodía terminaba esta parte del trabajo. Paralelamente otra brigada recolectaba los huevos y los clasificaba por tamaño y color. Éramos seis trabajadores. Pronto descubrí a Amir, que sabía latín.
"Por las tardes participaba en un curso de aves para principiantes, impartido por el jefe veterinario de la granja.
"Me ubicaron en un cuartico de mampostería con baño. Tenía cierta privacidad. Resolví una mejor iluminación, un mejor colchón, una pequeña estantería que pude adornar con libros que traje de casa. Debía mostrarle al jefe veterinario cada título, lo acompañaba de una breve explicación. Mucha literatura, nada de política. Conseguí una mesita, que instalé como escritorio y una máquina de escribir que me proporcionaron mis oficiales visitantes.
"Fui advertido que bajo ningún concepto debía explicar por qué estaba allí. Ni procedencia, ni familia, ni tuneros. Entonces organicé un largo cuento donde lo contaba todo sin mencionar nada.
[…]
En el curso escaso de un mes se produjeron varios robos de cuadros a personalidades del mundo del arte y la literatura. La directora del teatro más importante de La Habana, un intelectual de renombre, recluido en su casa, a punto de morir. Otro poeta muy destacado, dueño de un dibujo de Picasso que, por debilidad paternal, mostró, no sin orgullo, a los cientos de invitados el día de la boda de la hija menor.
En su casa de Calle 20 alguien fue cortando los taquitos de las persianas francesas durante noches enteras, hasta que pudo desarmar una de las ventanas, meter la mano y abrirla por completo, no sin antes ensanchar las rejas con un gato de camión. Así entraron y sustrajeron el Picasso. En ninguno de los casos hubo contacto con los moradores, lo que singularizaba aún más el modus operandi de Malecón 572. Cisneros continuaba siendo la víctima de mayor peso: golpeado, robado a la luz del día.
¿Por qué seguía vivo Cisneros? ¿Qué otras variantes ocultas se escondían detrás de aquella violencia desmedida? ¿Por qué el llamado Negrón se mostró tan seguro y se dedicó a acopiar los cosméticos de Cisneros? ¿Cómo pudo estar durante ocho meses pasándose por inspector de Salud Pública? ¿De quiénes eran las voces que se escucharon en el pasillo, mientras descolgaban el Cundo, recortaban el Mariano y el Servando, y otras tantas obras, hasta llegar a la cifra de diecisiete? ¿Dónde se encontraban ahora? ¿En Miami o en La Habana?
Bocanera quiso discutir con W&Q algunos supuestos y móviles posibles de aquel robo. ¿Por qué Cundo Bermúdez continuaba siendo la pieza más importante del robo?, preguntó a sus agentes asesores.
—Hemos estado procurando más información sobre la obra de Cundo, dijeron W&Q. Es un tipo singular en la pintura cubana, lo que sucede es que actualmente se conoce poco y mal dentro. No es el caso de Mariano, Portocarrero o Servando, que siempre vivieron aquí. Hay un supuesto según el cual el propio pintor mandó a rescatar esa tabla. No sabemos cómo llegó esa pintura a manos de Cisneros, no suelta prenda, habla de un regalo que le hicieron a su mujer cuando trabajaba en el ICAP como traductora. Otra posibilidad, un poco más fiable, pero todavía sin constatación, es que el propio Cisneros haya conseguido el cuadro a través de alguien que, a su vez, lo obtuvo del desaparecido Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados.
Bocanera creía que por ahí no se encontrarían pistas fiables, el asunto estaba más acá, la línea del tiempo marcaba un mes fatídico, entre principios de agosto y mediados de septiembre del 94, el llamado Mes de los Balseros.
Efraín Rodríguez Santana nació en Santiago de Cuba, en 1953. Poeta y novelista, sus dos últimas novelas publicadas son La cinta métrica (Espuela de Plata, Sevilla, 2011) y la recién aparecida Mi último viaje en Lada (Espuela de Plata, Sevilla, 2021), a la cual pertenecen estos fragmentos.