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Crítica

Gerardo Mosquera desde América Latina

El curador y crítico de arte cubano publica una antología de textos que 'es, entre otras cosas, una crítica al arte latinoamericano, entendido como una búsqueda obsesiva de rasgos identitarios.'

Nueva York
Pablo Helguera, en la portada del volumen de Gerardo Mosquera.
Pablo Helguera, en la portada del volumen de Gerardo Mosquera. Editorial Cátedra

La editorial española Cátedra acaba de publicar Arte desde América Latina, del curador y crítico de arte Gerardo Mosquera. El libro incluye desde textos que aparecieron en la década del 80 hasta ensayos que se dan a conocer por vez primera en este volumen. Contiene más de un centenar de ilustraciones, la mayoría de ellas a color, y fue prologado por investigador griego, radicado en Australia, Nikos Papastergiadis, a quien le debemos numerosos textos sobre la globalización y el multiculturalismo.

El artista mexicano Pablo Helguera ilustró la portada. Realizó un dibujo que muestra a tres espectadores en una galería. Dos de ellos usan gafas. Contemplan una pintura y una escultura que repite la imagen de un cocotero. Sus maneras de vestir, sus rasgos físicos y sus poses aparentemente mesuradas contrastan con la postura más vital de un joven, detenido ante la pantalla de un televisor que transmite esa misma representación estereotipada de la naturaleza del Trópico.

El medio es el mensaje, como afirma la célebre frase de McLuhan. La transmisión televisiva, dentro del espacio de la galería, aprovechada por un artista contemporáneo, suele proponer asociaciones conceptuales que eran menos frecuentes —o sencillamente no existían— en la pintura y la escultura modernas.

El cocotero en la pantalla del televisor muy bien pudiera ser una cita intertextual, una parodia a una alegoría nacionalista, una crítica a la mirada superficial del turista o una lectura deconstructiva de la imagen. El dibujo de Helguera sintetiza, con una admirable economía de líneas, la idea central de un libro cuya unidad es a primera vista compleja, tanto por el examen de contextos muy diversos como por la pluralidad de problemas que se discuten en los ensayos.

La antología de Mosquera es, entre otras cosas, una crítica al arte latinoamericano, entendido como una búsqueda obsesiva de rasgos identitarios. En lugar de hablar de realismo mágico, barroquismo, indoamericanismos o de creaciones basadas en las peculiaridades climáticas o raciales, Mosquera propone la noción de "arte desde América Latina", que encuentra sus referentes —y sus singularidades— en los conflictos culturales, sociales e individuales contemporáneos, sin limitarlos al espacio de un continente cuya unidad geopolítica y cultural se revela cada vez más inaprehensible.

El arte "desde América Latina’" no persigue encasillarse en atributos nacionalistas, desiste de las definiciones que oponían lo supuestamente autóctono a lo internacional y se inserta en los circuitos globales sin reclamar ningún regionalismo.  Mosquera argumenta que dicho arte, al que habría que retirarle el apellido de "latinoamericano", participa de un modo más fluido en el presente. Las creaciones basadas en rasgos identitarios no se correspondían con los desplazamientos epistemológicos de las últimas décadas, incluidos los enfoques poscoloniales, feministas y posestructurales, del mismo modo que las tendencias artísticas que se desarrollaron a partir de los años 60 del siglo pasado, con sus aperturas hacia nuevos horizontes, evidenciaban cuán empobrecedores podrían resultar los arraigos nacionalistas.

Un arte "desde América Latina" es, y parodiando el título de una entrevista —incluida en este volumen— que Mosquera le realizara al pintor cubano Wifredo Lam, un acto de descolonización. En América Latina, los narcisismos identitarios a menudo se apoyaban en la mirada eurocéntrica e imperial hacia los pueblos colonizados (pensemos, por ejemplo, en García Márquez evocando a los cronistas de Indias para defender el concepto de "realismo mágico" o en la mulata caribeña, celebrada como objeto sexual por la industria turística y al mismo tiempo poetizada por algunos pintores modernos como una alegoría nacional).

Los creadores e intelectuales modernos frecuentemente se sintieron conminados a afirmar su carácter subalterno, como si trataran de satisfacer expectativas provenientes de los centros hegemónicos. Esta actitud ha cambiado. Como afirma Nikos Papastergiadis, el artista latinoamericano contemporáneo ha dejado de percibirse a sí mismo como alguien que pertenece a la periferia. La oposición entre lo local y lo universal se ha vuelto cada vez más falaz e inoperante.

El caso chileno tal vez sea uno de los que mejor ilustren esta noción de un arte desde América Latina. El derrocamiento del presidente Salvador Allende —el único líder marxista que llegó al poder mediante el voto en las urnas, como nos recuerda Mosquera— y la imposición de una dictadura militar, coincidieron con la emergencia de prácticas artísticas posmodernas. La traumática experiencia de la violencia estatal, el exilio —descrito por reconocidos narradores como Donoso, Skármeta, Dorfman, Bolaño e Isabel Allende— y el llamado "apagón cultural" de los años de Pinochet, encontraron modos de resistencia cultural y política en la asimilación de las neovanguardias, el posconceptualismo, el performance y las estrategias desconstruccionistas.

En el texto de Mosquera, las fronteras geográficas se vuelven difusas. Nueva York deviene en un importante epicentro del arte "desde América Latina". Creadores europeos, estadounidenses, africanos o asiáticos, participan en un proyecto de arte público, celebrado en Ciudad Panamá, mientras los latinoamericanos desarrollan sus obras en Melbourne, EEUU, Madrid o París e intervienen en contextos muy diversos.

Tal es el caso de Magdalena Atria, adaptando su trabajo a patios tradicionales de sitios tan disímiles como Córdoba (España), Quito o Corea del Sur. O de Pablo Helguera, quien por varias semanas transformó una galería neoyorquina en una librería hispana, a la que nombró Donceles —en lo que parece ser una alusión a las librerías de viejos, en esa calle de Ciudad de México— y de Tania Bruguera, quien fundó el Immigrant Movement International, en Astoria, Queens, un proyecto comunitario que se ha mantenido durante una década, donde los inmigrantes, mayormente los hispanos y los indocumentados, reciben gratuitamente clases de inglés, asesoría legal y asisten a talleres de creación artística.

Cuba tiene un espacio destacado en este volumen, con ensayos sobre Portocarrero y Amelia Peláez —con los cuales Mosquera celebra las contribuciones del arte moderno y nacionalista—, pasando por la anteriormente citada entrevista a Wifredo Lam, hasta creadores más recientes, como la hornada de artistas que emergió a partir de la década del 80 y el provocativo "artivismo" que en estos momentos desarrolla Tania Bruguera en la Isla, con la intención de estimular la participación cívica y el diálogo político en el país. A partir de la segunda mitad de los años 70, los jóvenes artistas cubanos comenzaron a distanciarse de los discursos laudatorios sustentados por el Gobierno hasta abrir espacios de crítica social —frecuentemente manipulados por las instituciones y a menudo reprimidos— frente a un régimen que controla los medios de difusión masiva y apenas deja márgenes para la disidencia política. Los lenguajes artísticos de las últimas décadas parecen estar intrínsecamente asociados a esa crítica antigubernamental, que tuvo mucho menos resonancia, y fue mucho más velada, en las pocas ocasiones que se enunció por medio de la pintura.

El arte desde América Latina también ha contribuido a la propia internacionalización de las producciones culturales. Como argumenta Mosquera, la Bienal de La Habana, fundada en 1984, fue un ambicioso proyecto globalizador (un lustro antes de que se inaugurara Le Magicians de la Terre, en el parisino Centro Pompidou). Los artistas latinoamericanos irrumpieron en las tendencias internacionales con no pocas contribuciones conceptuales y metodológicas, subvirtiendo el minimal, "desarreglando" el arte concreto, deconstruyendo prácticas artísticas y convirtiendo los propios desplazamientos en el eje de sus poéticas.

La antología acierta en integrar enfoques abarcadores, derivados del trabajo curatorial de Mosquera para exposiciones colectivas, con ensayos sobre artistas cuyas obras individuales contribuyen a dilucidar esta noción de "desde América Latina". Esos textos —entre los que provocativamente se añade un ensayo sobre la fotografía de la lituana Violeta Bubelit— debieran percibirse como un conjunto. Proporcionan ejemplos de cómo el arte contemporáneo aprovecha los contextos culturales y sociales para intervenir en el presente. Mosquera no es solo un gran conocedor del arte de nuestros días, sino también uno de los pocos investigadores que ha estudiado las relaciones internacionales en las artes visuales contemporáneas.

Como afirma Nikos Papastergiadis en Arte desde América Latina es posible discernir la metodología curatorial, "distintiva y persistente" —nada mejor que usar estas palabras del prologador— que Mosquera ha realizado durante más de cuatro décadas. Una metodología que no solo puede reconocerse en el contenido de los ensayos, sino en la propia selección y disposición de los textos.


Gerardo Mosquera, Artes desde América Latina (Cátedra, Madrid, 2020).

Esta reseña apareció originalmente en la revista de arte contemporáneo Artishock. Se reproduce con autorización del autor.

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