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Crítica

El fenómeno Adrián Henríquez sacude Amazon

El escritor iberoamericano más vendido en la sección Acción y Aventura de Amazon es un cubano.

La Habana
(WANAFRICA)
(WANAFRICA)

Adrián Henríquez (Villaclara, 1987) es, ahora mismo, el típico self-made man que pretende abrirse paso en la narrativa cubana contemporánea. Pero antes había sido botones, cocinero en MacDonald’s, vendedor de pasajes en una compañía de ómnibus, estibador de computadoras, cargador de maletas, deportista de jiujitsu y un sinnúmero de oficios en su primera etapa de adaptación en el exilio, luego de emigrar a EEUU en 2009, según declarara en una entrevista reciente que él mismo divulgó en su sitio de Facebook.

Apasionado de la escritura de novelas tecnothriller que ya acaparan la atención de un amplio número de lectores, este joven autor cubano, desde el 2015 está dando que hablar debido a los récords de ventas en Amazon de sus novelas A la captura del Shadowboy (2015), Al rescate de Irina (2018), Alianzas (2018), una versión de su primera obra en formato de historieta y, más recientemente, Los sobrevivientes (2018).

Adrián Henríquez apuesta por las posibilidades que le permiten las nuevas tecnologías en la modalidad de autogestión de publicación, para dar a conocer su obra narrativa. Su novela El último contrato (2018) es una delirante historia de espionaje, venganza, amor, escenas de violencia y sexo, mucho suspense y constante tensión que mantiene en vilo al lector desde el inicio hasta la última página. Más o menos, una novela tipo película del sábado que patentiza el carácter de entretenimiento que Henríquez le concede a su obra narrativa. En dos palabras, adrenalina pura.

El último contrato relata dos historias paralelas: por un lado, la del mercenario norteamericano Alex Smith que recibe la orden de matar a un coronel cubano que protege, en la Isla, a un exgeneral iraquí, a quien también le han puesto un precio a su cabeza debido a los crímenes que cometiera durante el gobierno del derrocado presidente Saddam Hussein. Por otro, la de la bailarina cubana Jimena, que además de trabajar en el show artístico de uno de los famosos hoteles en los cayos de Villaclara, ejerce de vez en cuando como prostituta para turistas profesionales, y por supuesto, para el coronel de la contrainteligencia militar de la Isla.

El modo en que ambas historias se entrecruzan para concretar la misión del asesinato implica no solo un despliegue narrativo de escenas de acción, con un detallado conocimiento de la tecnología empleada en el espionaje militar norteamericano más sofisticado, sino también un lúcido muestrario de la contextualización del escenario underground cubano: descalabro económico, corruptelas gubernamentales, prostitución, marginalidad, lucha por la supervivencia en medio del desamparo y la desidia social.

La cara oculta de una insularidad en sus conflictos más inquietantes, resquebrajada por la podredumbre moral del sistema político, asoman como puntas de icebergs en una trama expresiva de extrañamientos, de sacudidas que no dejan indiferente al lector. Es esto, a mi juicio, lo más interesante de la novela de Henríquez, la manera en que se erige como una obra desestabilizadora de la imagen y del discurso sobre la Isla y su ideología oficial. Aun cuando se difuminan los límites entre realidad y ficción, en la medida en que enhebra una función lúdica, El último contrato apuntala también una postura de denuncia social.

Cercana a la narrativa hard-boiled, más o menos una especie de literatura neo-pulp, el conjunto de la obra de Henríquez puede estudiarse como un fenómeno novedoso en la literatura cubana más reciente, escrita por jóvenes. Desde ese punto de vista, esta novela y las restantes se afincan en un minimalismo estético que prescinde de todo barniz estilístico. Lo más importante es el lenguaje directo, preciso, a veces no exento de imperfecciones, con el cual atrapar la atención del lector. Y claro, las influencias de los filmes de acción, las series televisivas, del lenguaje de las plataformas virtuales, las historietas e historias de artes marciales, manuales de espionaje y un amplio conocimiento de catálogos sobre dispositivos tecnológicos militares.

Con esto Adrián Henríquez no necesita nada más para echarse en un bolsillo a los lectores de diversas partes del mundo. Tal vez no deba importarle mucho que su obra sea vista, por los actuales estudios académicos sobre la narrativa cubana —si fuera el caso—, como seudoliteratura, en tanto persista su interés de otorgarle un carácter pop a sus novelas.  En lo particular, a mí tampoco. Creo con justeza que obras así merecen ser leídas, atendidas y apreciadas, pues en el ámbito de las letras nacionales, dentro y fuera de Cuba, también es posible un espacio a la diversidad.


Adrián Henríquez, El último contrato (2018).

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