No hacía nada. Pasaba todo el tiempo tendido en el viejo sofá, único mueble en su pequeño apartamento, donde no había casi nada. La ropa estaba dispersa o dentro de la gran maleta descolorida. Había un antiguo televisor ruso en el suelo, pero él no sabía si funcionaba todavía, pues habían pasado muchos años desde la última vez que lo encendió.
Su hermana gorda ocupaba el único cuarto y se pasaba el día encerrada. Al atardecer, ella cocinaba algo y le dejaba un plato junto al fregadero, pero él a veces ni comía, o, si acaso, lo hacía solo a la vuelta del baño. Hacía mucho tiempo que dejaron de conversar los dos, no porque se disgustaran, sino porque no tenían de qué hablar.
Él no pensaba, no se dedicaba a recordar, no repasaba acontecimientos ni posibilidades. No hacía nada. Ya ni siquiera sabía cuándo estaba dormido y cuándo despierto, y en definitiva no quería dormir ni despertar. No quería escoger nada, para que las otras posibilidades no se desvanecieran, pero sobre todo para no tener una idea concreta de ninguna variante de su destino, que entonces perdería la fascinante vaguedad con que lo deslumbraba.
Ernesto Santana nació en Puerto Padre, en 1958. Ha publicado varios libros de cuentos y las novelas Ave y nada (Premio Alejo Carpentier, Letras Cubanas, La Habana, 2002) y El carnaval y los muertos (Premio Franz Kafka, Agite/Fra, Praga, 2010).