Desde su oficina Adriana Herrera se asoma a la calle y es entonces cuando se pueden ver en toda magnitud sus ojos negros; quiero decir, que como es verano y hay una luz que a veces parece excesiva, la misma deja ver como casi nunca los ojos negros de Adriana Herrera, inmensos. Qué maravilla. Adriana Herrera tiene también los labios oscuros. Creo que es india. Creo que es una india neta que trabaja en la oficina de un banco y se pone traje sastre y maquillaje y habla inglés. Debe ser. No puede ser de otra manera.
Ella venía caminando por la Avenida Revolución, vestida de rosa y su cabellera negra hacía brillar al sol y más bien parecía una tribu entera, no una india. De debajo de sus pestañas sale algo parecido al trigo maduro, sobre todo cuando habla. Ella es pequeña como Venus y alguna vez en la mencionada Avenida yo le dije eres pequeña como Venus y ella sonrió y yo descubrí que un breve terremoto se escurría de entre sus muslos. Ella preguntó ¿de veras tú crees que yo sea como Venus?, y yo vi caer la campana de la iglesia de la Avenida Revolución y me puse a llorar. Su voz y su aliento me pusieron a llorar mientras ella me hablaba de Venus en verano, de su luminosidad, su cercanía. Lloré como cuatro segundos más luego que ella terminó de hablar de Venus. Ella me dijo no llores más, y decidió no ir a la oficina y vestirse de india.
Nos fuimos lejos y ella se quedó casi sin ropas como las indias, y luego totalmente sin ropas como las indias cuando se quedan sin ropas. Para conocernos mejor nos pusimos a hacer juegos malabares con las palabras bisílabas y trisílabas y cuando le tocaba a ella, los duraznos se partían en su boca y desde su vientre desnudo llegaba el aviso de una piña. Ella me dijo te amo y estuvo a punto de jurarme amor eterno pero se acordó de la oficina, del banco, de los clientes y luego de que podía olvidar el traje sastre y no dejó de recordar asimismo al marido, a los dos hijos, a las tortillas que había dejado esta mañana cerca de la estufa. Yo empecé a llorar nuevamente y ella me dijo recuerda que soy como Venus y me puedes ver todas las noches, allá arriba, oscilando para ti, no llores. Pero yo estaba desesperado y me acurruqué bajo sus senos que me habían parecido temibles en la tarde y lloroso lamí los pezones de sus senos y me espanté recordando a los que han muerto en la silla eléctrica. Ella repitió doce veces no llores y me amenazó con que si seguía dejaría de ser india. Yo grité No y ella se quedó de india desnuda y tumbados sobre el pasto luminosamente verde yo la poseí y cayeron cuatro manzanas rojísimas junto a nosotros y las manzanas olían a manzana y me di cuenta que Adriana Herrera también comenzó a oler a manzana. Yo también estaba desnudo como los indios, como el indio que alguna vez fui y quienes pasaban cerca del lugar nos hacían fotos que seguramente luego enviarían a tantas gentes que trabajan en oficinas.
Llegó el crepúsculo y con él terminó el diurno verano y nos vestimos como los no-indios, y Adriana Herrera, después de decirme que se sentía agotada hasta las uñas y que no le quedaba ni media gota de jugos interiores, regresó a su casa pensando en las tortillas que había dejado junto a la estufa, y en sus dos hijos y el marido. En la oficina y lo demás.
Todo había terminado.
Quedaba Venus.
Félix Luis Viera nació en El Condado, Santa Clara, en 1945. Su más reciente libro de poemas es La patria es una naranja (Alexandra Library, Miami, 2013). Sus novelas publicadas más recientes son la versión definitiva de Un ciervo herido (Verbum, Madrid, 2015) y Un loco sí puede (Verbum, Madrid, 2017).