En las márgenes de Praga cae la escarcha y Helena camina bajo los perales; los perales gotean la escarcha cerca del Castillo de Praga y Helena está pensativa. Helena es alta como la melancolía y blanca como cualquier amanecer entre la nieve, y fulgura como aquellos amaneceres en el trópico. Es una mañana de octubre de 1976 y Helena deambula bajo los perales y ese raro hombre se le acerca. Helena mira al raro hombre y se da cuenta de que es un hombre raro. El hombre tan raro le dice que siente mucho frío y que está solo y Helena le responde que ella también está sola. El hombre le dice que cuando la vio caminar sin rumbo bajo los perales escarchados, sintió que algún halo le tocaba los ojos y le dijo que ella parecía una gota de lluvia en la nieve. Helena siente que el hombre la mira con una mirada muda. Helena desconoce el idioma del hombre y el hombre el de ella pero siguen hablando. Ella le responde que sí está dispuesta a deambular por Praga y toman un tranvía y se pierden en la noche de Praga y el hombre le dice que el frío es intenso cuando están en un bar, y se van a un parque, donde el frío aún es más intenso. Sentados en una banca el hombre raro se acurruca en los pechos de Helena y vuelve a decir que siente mucho frío. Los pechos de Helena están calientes y el raro hombre decide dormirse con la cara recostada en ellos. Pero Helena se niega y toman dos tranvías y se van a la habitación de ella. Entrando en la habitación ella dice en su idioma qué soledad y el hombre lo mismo en el idioma suyo. El hombre raro y Helena ocupan igual largura en la cama y ahora él se mete bajo el ropón de dormir de ella y se vuelve a acurrucar en sus senos como cuando estaban en el parque. Ella apaga la lamparita de noche y él está totalmente desnudo excepto los calzones y ella siente que el hombre raro es su madre o su padre o su hermano o su amante y se lo dice a él; él responde que, con la cara en los senos de ella y con su mano en el vientre de ella, siente como una especie de tierra retomada, como si estuviera andando por el asfalto de su calle, allá lejos. Un reloj cucú da las once y treinta de la noche y ambos, en la postura dicha, se duermen y en la madrugada ella siente cómo la mano del hombre busca su pubis y allí se queda, y el hombre raro siente que ella lo besa en las mejillas varias veces. Amanece y hay todavía más frío, le dice el hombre raro a Helena cuando ella le trae una taza de café. Ella se viste con prisa porque tiene que impartir unas clases. Él se viste con prisa porque tiene que asistir a una reunión. Las aceras están cubiertas de aguanieve y ellos cruzan la calle y se separan: él debe tomar un tranvía hacia el sur y ella otro hacia el oeste. Antes, acordaron que el primero que se sienta solo otra tarde, irá hacia bajo aquellos perales a ver si el otro llega.
Ciudad de México, 21 de enero de 1999
Félix Luis Viera nació en El Condado, Santa Clara, en 1945. Su más reciente libro de poemas es La patria es una naranja (Alexandra Library, Miami, 2013). Sus novelas publicadas más recientes son la versión definitiva de Un ciervo herido (Verbum, Madrid, 2015) y Un loco sí puede (Verbum, Madrid, 2017).